miércoles, 29 de mayo de 2024

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO -B-

1ª Lectura: Éxodo 24,3-8.

    En aquellos días Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: Haremos todo lo que dice el Señor.  Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos y vacas, como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después tomó el documento de la alianza y se lo leyó en voz alta al pueblo, el cual respondió: Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos. Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre estos mandatos. 

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     Nos hallamos ante un texto que podemos designar como “profético”: el banquete/sacrificio por el que Moisés selló la Alianza de Dios con su pueblo. El rito es muy detallado: lectura de la Ley, respuesta del pueblo, el sacrificio con la aspersión de la sangre sobre la comunidad, y las palabras significativas del rito. Esa sangre es signo de  la comunión del pueblo con Dios y de la obediencia a sus mandatos.

 2ª Lectura: Hebreos 9,11-15. 

    Cristo ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. Su templo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombres, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviendo la pureza externa; cuánto más la sangre de Cristo que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. Por eso él es el medidor de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.

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    La carta a los Hebreos relee el texto de la alianza del Sinaí, mostrando la superación cualitativa de la sellada en la sangre de Cristo, mediador de la Nueva Alianza. Cristo es el Sumo Sacerdote definitivo, el Templo verdadero y la Víctima por excelencia, autor de la liberación eterna mediante su entrega personal en favor del hombre. Y esta realidad se actualiza sacramentalmente en la celebración eucarística.

Evangelio: Marcos 14,12-16. 22-26.

     El primer día de los ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?

     Él envió a dos discípulos, diciéndoles: Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua: seguidlo, y en la casa en que entre decidle al dueño: El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos? Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.

     Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

    Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo.

    Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vida hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.

    Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.

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     El relato seleccionado comprende dos momentos (deja fuera el anuncio de la traición: vv 17-21): la preparación de la cena y la celebración. La estructura y fraseología del relato guarda una semejanza sorprendente con el de la entrada en Jerusalén (Mc 11, 1-6). Jesús conduce, protagoniza su destino, no va a remolque de los acontecimientos: es señor de su historia.  La alusión del v 12 es históricamente incorrecta, ya que el cordero se sacrificaba la víspera por la tarde. En realidad el cómo y el cuándo del hecho es difícil de reconstruirlo. Jesús celebró  su  cena pascual  singular, y ésta es la que quiere presentar el evangelista a la comunidad de discípulos. Los alimentos significativos no son los de la pascua judía - cordero, hierbas amargas... - sino el pan y el vino, signos de la pascua cristiana.  “Cuerpo” y  “sangre” son términos que afirman indistintamente la totalidad de la persona y de su entrega en favor de todos los hombres. La referencia al futuro (v 25) convierte a la Eucaristía en profecía del banquete mesiánico y en sacramento de esperanza. La cena de Jesús no es la evocación del pasado sino la inauguración del futuro.

 REFLEXIÓN PASTORAL

     Los textos bíblicos aducidos para la celebración litúrgica de este domingo del Cuerpo y Sangre de Cristo subrayan una peculiar dimensión de la Eucaristía: su realidad salvadora. La presencia de Cristo en la Eucaristía no es una presencia “estática”, sino “dinámica” y “pro-existencial”.

     La Eucaristía actualiza una de las dimensiones más profundas de Jesús: su entrega a  los demás y por los demás. Y esta realidad debe marcar la espiritualidad, la actitud que los cristianos hemos de adoptar ante ella.

     Con la mejor intención, sin duda, hemos “aislado” un tanto la Eucaristía del resto de la vida, adoptando ante ella actitudes excesivamente devocionales, desatendiendo otras más profundas y comprometidas, expresamente indicadas por Jesús, que no solo convirtió la Eucaristía en sacramento de su presencia, sino que se preocupó de indicar el sentido de esa presencia.

     La Eucaristía es “memorial” permanente de Jesús, llamada a mantener viva su memoria. “Haced esto en memoria mía”. ¿Y qué es “esto”? No se estaba refiriendo Jesús con esa expresión a la actualización o repetición de un rito, sino a mantener viva su actitud pro-existencial, que solo es posible mantener alimentándola con su Cuerpo y su Sangre. ¡Y a veces dedicamos más tiempo y energías al rito de su celebración que al reto que esa celebración entraña!

     La Eucaristía sintetiza el proyecto y la realidad más honda de Cristo: una existencia entregada. Y es el alimento que hace posible la misión cristiana, aportando la energía necesaria para entregar y derramar la propia vida por la causa del Señor, que es la causa del hombre.

     La Eucaristía no puede ser “privatizada”. Jesús le ha dado una dimensión pública - “por vosotros y por todos” -, y no podemos “privatizarla”. La comunión con Cristo Eucaristía debe ser personal pero no individual. No puede ser “secuestrada”, sino que debe animar la vida y la misión de las comunidades cristianas. Al tiempo que debe ser una de las piedras fundamentales para su construcción y sostenimiento. La eclesialidad, pues, es una de las notas distintivas de la fe y el culto eucarístico.

      Y es también el sacramento de nuestra esperanza. En su celebración, la liturgia destaca este aspecto. “Ven, Señor Jesús”; “Anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas”; “Mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo”; “Mientras esperamos su gloriosa venida”…, son todas expresiones que remiten a esta realidad “escatológica” de la Eucaristía.  Por eso es el sacramento de nuestra fe, de nuestra esperanza y del amor de Cristo.

      La Eucaristía es elocuente, nos habla del amor de Dios  hecho presencia. Dios está con nosotros, hecho vecino de nuestras penas y alegrías, dispuesto siempre a la confidencia. ¡Cómo cambiarían nuestras vidas si fuésemos conscientes de esa verdad!

      La Eucaristía nos habla del amor de Dios  hecho entrega. "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito" (Jn 3,16). Y este se tomó a sí mismo, se hizo Eucaristía y dijo: "Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros entregado...; esta es la nueva alianza en mi sangre (1 Cor 11,24-25).

       La Eucaristía nos habla del amor de Dios  hecho comunión: "Comed, bebed... (Mt 26, 26-27); el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna" (Jn 6,54). Y para eso escogió elementos sencillos, elementales: el pan y el vino. Realidades que justifican y simbolizan los sudores y afanes del hombre; que unen a las familias para ser compartidos, y que simbolizan el sustento básico...; indicándonos el sentido de su presencia: alimentar nuestra fe y unirnos como familia de los hijos de Dios.  No es, pues, un lujo para personas piadosas; es el alimento necesario para los que queremos ser discípulos y vacilamos y caemos. Es el verdadero "pan de los pobres".

      Pero ese amor de Dios nos urge. Cristo hecho presencia nos urge a que le hagamos presente en nuestra vida, y nos urge a estar presentes, con presencia cristiana, junto al prójimo. Cristo hecho pan, nos urge a compartir nuestro pan con los que no lo tienen. Cristo solidario, nos urge a la solidaridad fraterna. Cristo, compañero de nuestros caminos, nos urge a no retirar la mano de todo aquél que, incluso desde su doloroso silencio, por amor de Dios nos pide un minuto de nuestro tiempo para llenar el suyo. Cristo, entregado y derramado por nosotros, nos urge a abandonar las posiciones cómodas y tibias para recrear su estilo radical de amar y hacer el bien....   Por eso es recordatorio y llamada al amor fraterno.

 REFLEXIÓN PERSONAL

 .- ¿Cómo me sitúo ante la Eucaristía?

.- ¿Escucho sus urgencias?

.- ¿Es verdadero pan de vida para mi vida?

 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

  

    

 

 

miércoles, 22 de mayo de 2024

SOLEMNIDAD DE LA SMA. TRINIDAD -B-

1ª Lectura: Deuteronomio 4,32-34. 39-40.

    Habló Moisés al pueblo y dijo: Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás desde un extremo al otro del cielo palabra tan grande como ésta?, ¿se oyó cosa semejante?, ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego y haya sobrevivido?, ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto?

    Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos, después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor tu Dios te da para siempre.

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     Dios se reivindica para Israel como el único Dios, y acude a la memoria histórica del pueblo. Desde ahí, debe ser reconocido como el único: no hay otro. En ese reconocimiento residirá la felicidad del pueblo. El reconocimiento de Dios no merma al hombre, lo plenifica y lo hace feliz.

 2ª Lectura: Romanos 8,14-17.

 Hermanos:

    Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo.

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    Llamar y sentir a Dios como Abba es fruto del Espíritu Santo. Nuestra filiación divina, adoptiva pero real, se asienta en el testimonio veraz del Espíritu. El cristiano ha recibido un espíritu de hijo, no de siervo, y debe vivir filialmente no servilmente. 

Evangelio: Mateo 28,16-20.

    En aquel tiempo los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.

    Acercándose a ellos, Jesús les dijo: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

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   La misión evangelizadora consiste en introducir al hombre en el misterio de comunión con Dios Trinidad. No se trata de ampliar fronteras exteriores, sino de abrir al hombre a esta realidad del Dios Amor y Comunión. Y solo será posible en la cercanía de Jesús.

 REFLEXIÓN PASTORAL

    El hombre de hoy sabe mucho y sobre muchas cosas: su información cada vez es más abundante y mejor documentada. Pero, frecuentemente, se trata de un saber teórico, nocional, periférico; que le ilustra pero no le afecta; que le informa pero no le transforma.

    También el cristiano sabe, o cree, muchas cosas. Sabe, o cree, por ejemplo, que existe Dios; que Jesucristo es el Hijo de Dios; que su muerte y resurrección nos han redimido del pecado; que el Espíritu Santo es Dios…, pero ¿lo saborea? ¿Degusta esa realidad? ¿Vibra con ella? ¿Esa verdad serena, ilumina y motiva su vida? “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 34,9). Ésta es la sabiduría cristiana.

     La verdad de Dios, como toda verdad existencial, si no pasa al corazón y lo enciende (“¿No ardía nuestro corazón…? Lc 24,32), queda reducida a una mera información; pero cuando entra en él, se convierte en energía transformadora (Jer 20,9).

     Dios tuvo interés en que ése y así fuera nuestro saber sobre Él; no una mera información sobre su existencia, sino una experiencia filial, traducida en actitud fraternal hacia los otros. Y ése fue también el interés de Jesús: transmitirnos la convicción de que “el Padre mismo os quiere” (Jn 16,27), con amor afectivo y efectivo (Jn 3,16; Mt 6,25-32).

     El AT resaltaba la unidad y unicidad de Dios, su soberanía y poder (Dt 4,39; 6,4). El NT, en la revelación de Cristo, profundiza en el misterio y nos abre a la verdad íntima de Dios: nos dice que Dios es “familia”, y que nos quiere incorporar a esa “familia de Dios” (Ef 2,19).

     Por aquí debería comenzar la reflexión sobre nuestra fe en Dios, y ver si realmente lo sentimos y reconocemos como Padre, es decir, como Amor (“Dios es amor” 1 Jn 4,8) y como urgencia de amar (2 Cor 5,14).

     Porque la fe en el Dios revelado en Cristo es más, mucho más, que una doctrina; es una experiencia, pues “nosotros hemos conocido (saboreado) el amor que Dios nos tiene (Jesucristo) y hemos creído en El” (1 Jn 4,16), hasta el punto de que “aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo” (Sal 23,4).

     La fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a contemplar con los ojos de la fe y del corazón esa realidad en la que “vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).

     Nos dice que Dios es comunión de personas, que es relación viva con vocación permanente de habitar en el hombre. Y nos recuerda que somos “templo” de Dios (1 Cor 3,16-19), su “morada” (Jn 14,23). Por eso, también, nos invita a “contemplar” al hombre. No nos abstrae en una nube de misterio, sino que nos invita a entrar en el misterio del hombre, que Dios ha elegido como morada. Y reconocerle y confesarle allí.

     “Más íntimo a mí mismo, que yo mismo” (san Agustín), Dios no es lejano ni habita en la lejanía. Nos está próximo, a nuestro lado, en nosotros. ¿Experimentamos su presencia, su cercanía?

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué experiencia tengo de Dios?

.- ¿Me siento vitalmente hijo de Dios?

.- ¿Siento la urgencia de anunciar a ese Dios Amor y Comunión?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

 

miércoles, 15 de mayo de 2024

DOMINGO DE PENTECOSTÉS -A-

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 2,1-11.

    Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

    Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.

     Enormemente sorprendidos preguntaban: ¿No son galileos todos estos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

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        El libro de los Hechos ha sido calificado como “el Evangelio del Espíritu”, pues él es el protagonista principal. Y en este capítulo se evidencia. El texto está cargado de sugerencias y construido con elementos significativos del AT., con una clara intencionalidad teológica. No se trata de un “reportaje” gráfico de la venida del Espíritu, sino de la proclamación de un “mensaje” teológico: el inicio de la nueva y definitiva etapa de la historia de la salvación. La escenografía (viento, lenguas de fuego, ruido…) evoca “el día del Señor” anunciado ya por los profetas (cf. Jl 3,1-5). Como la historia de Jesús comenzó con el descenso del Espíritu (Mc 1,10), también la de la Iglesia comienza con el descenso del Espíritu. Se han roto las fronteras, la unidad perdida en Babel (Gén 11,1-9) se recupera en Pentecostés. La lengua del Evangelio es universal, porque es la lengua del amor de Dios manifestado en Cristo. La “glosolalia”, frecuente en los comienzos de  la Iglesia (Hch 10,46; 11,15; 16,9; 1 Cor 12-10; Mc 16.17), así lo manifiesta. Desde los inicios los horizontes del Evangelio son universales. No hay excluidos, todos son convocados. Es la misión confiada a la Iglesia, que realizará guiada y fortalecida por el Espíritu.

 2ª Lectura: 1 Corintios 12,3b-7. 12-13. 

    Hermanos: Nadie puede decir “Jesús es Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común… Porque lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

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    Dos ideas a destacar en este fragmento: 1ª) Sin el Espíritu es imposible la vida cristiana. Todo está “gobernado” por el Espíritu Santo, que se manifiesta en cada uno para el bien común. Los dones personales tienen vocación eclesial. Presentación trinitaria: San Pablo nos ofrece una breve formulación trinitaria: un Espíritu, un Señor (Cristo) y un Dios (Padre) (cf. 2 Cor 13,13).

    2ª) Con el símil del cuerpo se subraya la unidad existente de todos los creyentes en Cristo por el bautismo y la comunión en un mismo Espíritu. El es el cohesionador de la Iglesia.

Evangelio: Juan 20,19-23.

    Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.

     Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

     Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

     Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

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     La muerte de Jesús había desconcertado a los discípulos; el miedo les atenazaba. Jesús se les presenta, como dador de la Paz y acreditado por las señales de su pasión y muerte: el Resucitado es el Crucificado; la resurrección no elimina la cruz sino que la ilumina. Al verlo, los discípulos recuperan no solo la Paz sino la alegría (sin él no hay alegría ni paz verdaderas). Y Jesús, antes de marchar, les confía la tarea de proseguir la obra que le encomendó el Padre. Como él, la realizarán, con la ayuda del Espíritu, su don definitivo; y como él esa misión tendrá como contenido principal anunciar y realizar la oferta misericordiosa de Dios: el perdón.

 REFLEXIÓN PASTORAL 

     Con esta fiesta se cierra la gran trilogía pascual. Con la aparición de la fuerza de Dios, que es su Espíritu, se pone en marcha el tiempo de la Iglesia, fundamentalmente dedicado a la predicación del Evangelio.

     "¿Habéis recibido el Espíritu Santo?”, preguntó S. Pablo a los cristianos de Éfeso.  "No hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo", respondieron (Hech 19, 1-2). Posiblemente, nosotros habríamos dado alguna respuesta: es Dios, la Tercera persona de la Santísima Trinidad...Y quizá ahí se acabaría nuestra "ciencia del Espíritu". Y sin embargo es la gran novedad aportada por Cristo; es su don, su herencia, su legado.

      Un don necesario  para pertenecer a Cristo (Rom 8,9), para sentirle y tener sus criterios de vida, y acceder a la lectura de los designios de Dios.  Un don para todos (universal) y en favor de todos. De ahí que todo planteamiento "sectario" en nombre del Espíritu sea un pecado contra el mismo. Los monopolizadores del Espíritu no son sino sus manipuladores.

       Es el Maestro de la Verdad; es él quien nos introduce en el conocimiento del misterio de Cristo -"Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influencia del Espíritu" (I Co 12,3)- , y del misterio de Dios -"Nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios" (I Co 2,11)) -.

       Es el  Maestro de la oración. El Espíritu Santo es la posibilidad de nuestra oración -"viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros" (Rom 8,26)-  y el contenido de la oración (Lc 11,8-13).

       Es el Maestro de la  comprensión de la Palabra. Inspirador de la Palabra, lo es también de su comprensión, pues "la Escritura se ha de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita". El da vida a la Palabra; hace que no se quede en letra muerta. El facilita su encarnación y su alumbramiento. “El os llevará a la verdad plena” (Jn 16,13)

      Es el Maestro del testimonio cristiano. Sin la fuerza del Espíritu, el hombre no solo carece de fuerza para dar testimonio del Señor, sino que su testimonio es carente de fuerza.

      Es una realidad envolvente. Cubrió totalmente la vida de Jesús - "El Espíritu del Señor está sobre mí" (Lc 4,18) - ; la vida de María  -"La fuerza del Altísimo descenderá sobre ti" (Lc 1,35)-, y debe cubrir la vida de todo cristiano comunitaria e individualmente.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué experiencia tengo del Espíritu Santo?

.- ¿Sigo su magisterio?

.- ¿Sé escuchar el lenguaje del Espíritu?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

miércoles, 8 de mayo de 2024

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN -B-

1ª Lectura: Hechos 1,1-11.

    En mi primer libro querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días les habló del reino de Dios.

    Una vez que comían juntos les recomendó: No os alejéis de Jerusalén; aguardad a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.

    Ellos lo rodearon preguntándole: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?

    Jesús contestó: No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo.

     Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se le presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.

                                             ***             ***             ***

    El libro de los Hechos forma la segunda parte del proyecto teológico-literario de san Lucas dirigido a Teófilo (amigo de Dios). En la primera, en el Evangelio, narró lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta que ascendió al cielo. Ahora se dispone a narrar la andadura de la Iglesia, guiada por el Espíritu de Jesús.

    Tres bloques pueden señalarse en el texto escogido: un prólogo (vv 1-2), un relato de despedida de Jesús (vv 3-8) y la ascensión propiamente dicha (vv 9-11).

    En el prologo resume la vida terrena de Jesús hasta la resurrección, mostrando la continuidad personal y temática del Jesús prepascual y pospascual.

    En el relato de despedida aparecen elementos típicos del período que sigue a la resurrección: comida con los discípulos, promesas de Jesús, incomprensiones, y misión.

     Finalmente, la Ascensión con explicación: No se trata de una ausencia para siempre; volverá y nos deja su Espíritu.

     Los textos no han de leerse de manera literalista, sino enmarcados en la simbología del lenguaje y pensamiento bíblicos. La Ascensión significa la exaltación total y definitiva de Jesús al Cielo, que es la casa del Padre. La Ascensión no debe dar origen a especulaciones y actitudes pasivas, sino que debe marcar el inicio de la misión de la Iglesia.

2ª  Lectura: Efesios 1,17-23.

 Hermanos:

    Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

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    San Pablo pide espíritu de sabiduría para acceder al conocimiento del plan de Dios que ha hallado su plasmación y culmen en Jesucristo. Un plan en el que hemos sido incluidos por Dios y que debemos incluir en nuestra vida. De una manera especial en la carta se afirma también el triunfo de Cristo y su exaltación junto al Padre, al tiempo que se afirma  la conexión de Cristo con la Iglesia. La Ascensión no convierte a Jesús en ausente sino que inagura una nueva presencia.

 Evangelio: Marcos 16,15-20.

    En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.  A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.

    El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

    Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban.

                                                ***             ***             ** 

     La manifestación de Jesús vivo a los discípulos se convierte en misión urgente y universal: por todo el mundo y a toda la creación (cf. Col 1,23).  Con un mensaje y una tarea: anunciar y hacer el Evangelio. Un mensaje que exige la decisión frente al mismo (cf. Lc 2,34-35). Una decisión positiva - la fe -, que se manifiesta en el bautismo. A diferencia de Mt 28,19, no se envía a bautizar sino a evangelizar. No se trata de establecer una oposición entre evangelización y sacramentalización, pero sí advertir un orden de procedimiento (cf Hch. 8,37; 1Cor 1,l7). La decisión negativa también es destacada en sus consecuencias.

   El mensaje irá acompañado de signos identificativos y significativos, y no solo están reservados para los Once sino   para todos "los que crean en mi nombre" (v 17).

     Se narran cinco signos, que son en definitiva, prueba de que la obra de Jesús sigue adelante y de que la humanidad es llamada e introducida en una era de renovación.

    Cumplida la misión, Jesús recibe el abrazo del Padre. Dios rubrica la obra de Jesús: Dios se ha solidarizado con la obra del Hijo. Y la Iglesia comienza su tarea, contando siempre con un colaborador excepcional, el Señor Jesús. Es esta compañía la que hace eficaz la obra de la Iglesia. Con otras palabras se indica la misma idea de Mt 28,20: la promesa de la presencia indefectible del Resucitado.

REFLEXIÓN PASTORAL

     La fiesta de la Ascensión del Señor frecuentemente la interpretamos y vivimos de una manera reductiva. Resaltamos la exaltación / glorificación personal de Cristo, que, sin duda lo es, olvidando otros aspectos que también están vinculados a ella. Y que no conviene descuidar.

     Jesús vuelve a casa, vuelve al Padre: “Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre” (Jn 16,28). Pero entre esa “salida” y ese “retorno” pasaron cosas muy importantes. 

    Jesús no regresó al Padre como había salido: regresó marcado con unas señales, las pruebas del amor y las consecuencias de su misión. Y dejándonos señalada una tarea: la de inyectar cielo, el Reino, en la tierra; la de ascensionar la realidad, transformándola con las semillas del Evangelio.

     La Ascensión de Jesús es una llamada de fidelidad a la Tierra, que con “dolores de parto” (Rom 8,22) ansía alcanzar la “novedad” pensada por el Padre Dios, como casa de todos sus hijos, donde reine la justicia y la paz.

     La Ascensión, pues, no devalúa la Tierra. Es la invitación a cultivarla y a llevar a feliz término su vocación original. La Ascensión supone el reconocimiento de la “mayoría de edad” de los discípulos, de la Iglesia.

      Es uno de los aspectos que destacan las lecturas de esta fiesta. “¿Qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo?” (1ª lectura). La Ascensión abre una nueva perspectiva, la de la evangelización: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Evangelio). 

      ¿Y qué es evangelizar? No parece que debiera ser difícil la respuesta a esta pregunta; sin embargo, vivimos en un mundo tan sofisticado y complejo que hasta lo que parece ser claro, se complica inevitablemente.

       Evangelizar es hacer explícito a Jesucristo, su persona y su mensaje, el Reino de Dios, por la predicación y el testimonio de la Iglesia, sin perder nunca de vista ni a Él (Heb 12,1) ni a la primera comunidad evangelizadora.

      Evangelizar es anunciar, desde la vida, el amor gratuito y redentor (Rom 5,6ss), concreto y personal (Jn 3,16), universal (1 Tim 2,4), preferencial (Lc 4,16ss; Mt 11,2-5) y conflictivo (Mt 6,24; 26,36ss) de Dios encarnado en Cristo. Es configurar el mundo según el proyecto de Dios manifestado por Jesucristo (Ef 1).

      “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes y, con su influjo, desde dentro, renovar la misma humanidad: “Mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5; cf. 2 Cor 5,17; Gál 6,15). Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay, en primer lugar, hombres nuevos, con la novedad del bautismo (cf. Rom 6,4) y de la vida según el Evangelio (cf. Ef 4,23-24; Col 3,9-10) (EvN 18).

         Evangelizar es anunciar el amor de Dios y al Dios Amor. No es la propuesta de una nueva ética, sino una nueva revelación de Dios encarnada en Cristo y que hay que encarnar. Y para la Iglesia evangelizar es transmitir y visibilizar esta experiencia: “Lo que hemos visto…, lo que nuestras manos tocaron… Os lo anunciamos” (1 Jn 1,1).

      La segunda lectura habla de la necesidad de que Dios ilumine los ojos de nuestro corazón -solo se ve bien cuando se mira con el corazón- para comprender esta nueva realidad que inagura la Ascensión del Señor. Porque la Ascensión nos afecta.

 REFLEXIÓN  PERSONAL

.- ¿Cómo vivo la Ascensión? ¿Me siento afectado?

.- ¿Qué realidades están clamando en mí por una ascensión liberadora?

.- ¿Qué hago por la Tierra nueva, donde habite la justicia?

 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.