viernes, 29 de septiembre de 2017

DOMINGO XXVI -A-

 1ª Lectura: Ezequiel 18,25-28

    Esto dice el Señor: Comentáis: no es justo el proceder del Señor. Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?; ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de la justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.

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    A una comunidad que se quejaba del proceder de Dios, por considerar que estaban pagando injustamente las culpas de sus antepasado, el profeta le hace una llamada a la responsabilidad personal. Ante Dios cada uno es responsable de sus actos.  Dios siempre tiene abierta la puerta de su misericordia, pero cada uno ha de entrar por ella libre y responsablemente; para todos hay una oportunidad, pero cada uno de asumirla. El pasado no es ni una losa inamovible ni un aval indiscriminado. El presente es el lugar donde hay que verificar la fidelidad de Dios y la fidelidad a Dios.


2ª Lectura: Filipenses 2,1-11

  Hermanos:
  Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por envidia ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo- y toda lengua proclame: “¡Jesucristo es Señor!” para gloria de Dios Padre.

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   Con un tono entrañable y al mismo tiempo enérgico Pablo se dirige a su querida comunidad de Filipos. Dos momentos destacan en este fragmento: uno parenético/exhortativo, y otro kerigmático/doctrinal. Es desde el segundo de donde ha de partir el cristiano. La vocación del cristiano es una llamada a sentir con Cristo, a incorporarse a sus opciones de vida. Él es el paradigma del creyente. En ese himno (vv. 6-11) se encuentra condensado el avatar histórico de la salvación personalizado en Jesucristo y responde, con toda probabilidad, a una formulación litúrgica de la fe cristológica que Pablo encontró en la comunidad.

Evangelio: Mateo 21,28-32


    En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contesto: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre? Contestaron: El primero. Jesús les dijo: Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis. En cambio, los publicanos y las prostitutas lo creyeron. Y aun después de ver esto vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis.

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      Con una claridad y sencillez meridianas Jesús ejemplariza su dicho: “No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21). Frente al hermetismo que presentaron los dirigentes religiosos judíos -los “sanos”- a su mensaje y a su persona, como lo hicieron antes con Juan, Jesús destaca la apertura y la acogida que le dispensaron los considerados pecadores -“los enfermos”-. Él no vino a marginar a nadie, vino a buscar lo que estaba perdido; pero mientras algunos reconocieron su necesidad de conversión –“los publicanos y las prostitutas”-, otros -“los sumos sacerdotes y los ancianos”-, autocomplacidos de sí mismos,  creían no necesitar tal conversión

REFLEXIÓN PASTORAL

    “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2,5). No es una invitación sentimental ni al sentimentalismo. Es la exigencia fundamental cristiana. Porque “quien dice que permanece en Cristo, debe vivir como Él vivió” (I Jn 2,6); debe sentir como Él sintió. Sentir a Cristo y sentir con Cristo.
    Y ¿cómo vivió y sintió Cristo? S. Pablo (2ª) lo sintetiza muy acertadamente: “se vació, se anonadó, se despojó de su rango… hasta la muerte” (2,7-8).
     La vida de Jesús y sus sentimientos estuvieron orientados por dos referencias: Dios y el hombre. Su vivir fue un vivir para el Padre (Jn 4,34; cf. Jn 6,38-40), y un vivir para los hombre... Y “porque nadie ama más que el que da la vida” (Jn 15,33),  entregó su vida. Estos fueron sus intereses.
     Por eso, comenta el Apóstol: “No os encerréis en vuestros intereses” (Flp 2,4; cf. 1 Cor 10,24), y no encerremos a Dios en “nuestros intereses”.
    Y ¿qué significa “no encerrarse” y “tener los sentimientos de Cristo”? Entre otras cosas: “Vaciarse” de la pretensión de creerse justos e irreprochables, y de “señalar” y marginar a los otros.
    “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios” (Mt 21,31). Palabras, sin duda chocantes, que hay entender correctamente. Porque  Jesús no está haciendo apología de la prostitución, ni del fraude, ni de la extorsión de los cobradores de impuestos. No se trata, pues, de una actitud romántica ante el pecado.
    Lo que Jesús denuncia es la autosuficiencia de quienes consideraban que la conversión era para “los otros”; la hipocresía de los que  tipificaban una serie de conductas como “inmorales” y, luego, creían que, absteniéndose de ellas, ellos estaban ya inmunes de todo pecado;  la actitud de los que creían que el bien consiste solo en denunciar el mal.
    Lo que Jesús proclama es que el amor de Dios no se detiene a las puertas de los convencionalismos humanos; que no hay espacios cerrados e impermeables a su amor; que Dios es una oportunidad permanentemente abierta; que está siempre a la puerta, esperando, por si “alguno me abre” (Ap 3,20).
    Lo que Jesús quiere destacar es que la auténtica verdad del hombre no está en la exterioridad, en lo que el hombre hace, sino en la interioridad, en por qué lo hace, y solo Dios conoce los “por qué”, porque solo Él conoce el corazón; y conoce que en el corazón de una prostituta o de un recaudador de impuestos también puede resonar y ser respondida la voz de Dios.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cuáles son mis sentimientos? ¿Los de Cristo?
.- ¿Siento necesidad de conversión permanente?
.- ¿Vivo encerrado en mis intereses?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

martes, 19 de septiembre de 2017

DOMINGO XXV -A-

1ª Lectura: Isaías 55,6-9

    Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes.

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   El profeta exhorta e invita a buscar al Señor, que es compasivo. Nada ni nadie está definitivamente perdido. El proyecto de Dios es inclusivo. A diferencia de nuestros planes, mezquinos e inconsistentes, los de Dios están impregnados de misericordia infinita.


2ª Lectura: Filipenses 1,20c-24. 27a

    Hermanos:
    Cristo será glorificado en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Pero si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero no sé qué escoger. Me encuentro en esta alternativa: por un lado deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero por otro quedarme en esta vida, veo que es más necesario para vosotros. Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.

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    Desde la cárcel, Pablo escribe a la comunidad de Filipos. Se sabe una existencia en las manos de Dios. Su opción por Cristo es tan fuerte que le lleva a relativizar las propias cadenas. Morir para estar con Cristo es una ganancia. Sin embargo vivir para anunciar el Evangelio le seduce igualmente. Es la encrucijada existencial de Pablo. Con todo, lo importante, más allá de sentimientos personales es que el Evangelio arraigue en la vida de la comunidad cristiana.

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Evangelio: Mateo 20, 1-16


    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió de nuevo a mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: Nadie nos ha contratado. El les dijo: Id también vosotros a mi viña.
   Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: Estos último han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. El replicó a uno de ellos: Amigo no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los último serán los primeros y los primeros los últimos.

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    Con esta parábola Jesús pone en evidencia a los que criticaban su comportamiento misericordioso con los pecadores. Les dice: “Así es Dios: bueno y compasivo, como aquel amo con los parados y sus familias; y yo actúo así en su nombre”. 
    San Mateo, al incluirla en su evangelio, le da una nueva dirección: los destinatarios son los discípulos (Mt 19,23; 27-28). Y, mediante el añadido del v. 16, moraliza su sentido, acentuando la igualdad de todos ante Dios, para quien no hay primeros ni últimos. Por otro lado, por testimonios colaterales del NT (cf. Gál 1-2 y Hch 15), sabemos de la existencia de una tensión en la primitiva comunidad, mayoritariamente judía, por la entrada de no judíos en la Iglesia. Los planes y los caminos de Dios son más “altos” que lo nuestros.  
    El mensaje de la parábola es claro: teológico -revelarnos a Dios-, apologético -justificar la praxis de Jesús con los pecadores-, y parenético -mostrarnos un camino de vida-.


REFLEXIÓN PASTORAL

    “Mis caminos no son vuestros caminos; mis planes no son vuestros planes (Is 55,8). Estas palabras del profeta son una llamada de atención y también una crítica ante los intentos de configurar la vida personal y social al margen de la fe. Y hasta configurar (o desfigurar) la imagen de Dios.
     El profeta Isaías continúa: “Buscad al Señor...; invocadlo”. Sí; es necesaria esta referencia a Dios, si no queremos empequeñecer el horizonte del hombre. Porque sin ella el hombre es polvo, finitud, mercancía instrumentalizable en función de los más variados intereses.
      Y Jesús vino para reorientar los pasos del hombre en su búsqueda hacia la Verdad, hacia la Vida, hacia Dios. Con su palabra y su persona nos descubrió el verdadero rostro de Dios. Uno de cuyos rasgos nos muestra el evangelio de este domingo. A primera vista, esta parábola resulta un tanto chocante, hasta parecer injusta. Pero, meditada con atención, veremos que es chocante, pero no injusta.
       La parábola, en primer lugar, enfoca a Dios. Un Dios que no funciona con criterios empresariales, de retribución mecánica, sino con criterios de misericordia y gracia. Un Dios integrador, que está saliendo constantemente a buscar al hombre para integrarlo en su Reino. Un Dios sin horas fijas, que siempre ofrece nuevas oportunidades para integrarse en su proyecto. Un  Dios para quien no hay primeros ni últimos, sino que todos son hijos. Un Dios que quiere que el hombre mire al hombre no como un competidor, como merma de sus derechos y posibilidades (Mt 20,12), sino como hermano, con buenos ojos... Por eso, también, en segundo lugar, la parábola juzga los comportamientos humanos.
    ¿Pero este Dios así, es un Dios justo? ¿Entonces, para qué esforzarse tanto y durante tanto tiempo? Si pensamos así; si nos cuesta comprender este proceder de Dios, es que nuestro interior no es bueno: “¿Vas a tener envidia porque soy bueno?” (Mt 20,15).
     Cuando la felicidad ajena nos haga felices, habremos alcanzado la madurez y la libertad verdaderas. Eso demostrará que la proximidad al Señor  nos ha permitido conocerle mejor y, consiguientemente, experimentar su amor. Pero si, por desgracia, somos duros de corazón, si su proceder generoso y misericordioso nos escandaliza y  entristece, quiere decir que, a pesar de haber estado tanto tiempo cerca, aún no le hemos conocido, porque el que no ama, no conoce a Dios, porque “Dios es Amor” (1 Jn 4,8).
    San Pablo, por su parte nos ofrece un testimonio de lo que es una vida seducida por Jesucristo. Jesucristo es su proyecto vital. Vive y convive con Cristo; existe y coexiste con Cristo; siente y consiente con Cristo. Su vida queda configurada con la de Cristo (Rom 6, 1-11). Una configuración que redimensiona a la persona entera: sentimientos (Flp 2,5ss) y mentalidad   (1 Cor 2, 16). Pero esto no le aísla de los hermanos. También por ellos siente un profundo amor. Y más allá de cualquier otra cosa, tengamos presente la exhortación con la que concluía el texto que hemos leído: “Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo”.    

REFLEXIÓN PERSONAL      
.- ¿Cual o quién es el porqué de mi vida?
.- ¿Me hace bien el bien ajeno?
.- ¿Abro mis caminos a los de Dios?
   

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 14 de septiembre de 2017

DOMINGO XXIV -A-

 1ª Lectura: Eclesiástico 27-33-28,9

    El furor y la cólera son odiosos: el pecador los posee. Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados? Piensa en tu fin y cesa en tu enojo, en la muerte y corrupción y guarda los mandamientos. Recuerda los mandamientos y no te enojes con tu prójimo, la alianza del Señor y perdona el error.

                           ***             ***             ***

       Para un creyente la referencia es el Señor. No será el Señor quien condene: ha puesto en manos del hombre las claves de su evaluación final: Perdona la ofensa a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. Perdónanos como nosotros perdonamos. El futuro del hombre pasa por el perdón de Dios, y este pasa por el perdón fraterno. La lección es sencilla, aunque no cómoda.

2ª  Lectura: Romanos 14,7-9

    Hermanos:
    Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor. Para eso murió y resucitó Cristo, para ser Señor de vivos y muertos.

                            ***             ***             ***

    La existencia del cristiano debe ser existencia “cristiana”: desde el Señor y para el Señor. En estas frases condensa Pablo lo más radical de la fe: vivir para el Señor. Él debe ser la referencia unificadora de la vida. De ahí la consecuencia: “Ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa hacedlo todo para gloria de Dios” (1 Cor 10,31), “con toda el alma, como para el Señor” (Col 3,23). 


Evangelio: Mateo 18, 21-35

    En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?
    Jesús le contesta: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
    Y les propuso esta parábola: Se parece le Reino de los Cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios, y agarrándolo lo estrangulaba diciendo: Págame lo que me debes. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré. Pero él se negó y fue lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: ¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

                            ***             ***             ***

    El texto mateano, remontándose a la enseñanza y la praxis de Jesús, sin embargo contempla ya la situación problemática de la comunidad en el tema del perdón. La expresión de Pedro: “Si mi hermano…” tiene connotaciones eclesiales.
    La parábola pretende enfatizar la misericordia de Dios, que no es indiferente al pecado (la mala gestión del empleado), pero que no lo absolutiza, lo único absoluto en él es el amor y la misericordia. La reacción ante el siervo despiadado es expresión de que a Dios le afectan las relaciones interhumanas. Y nos invita y urge a “perdonaros mutuamente como Dios os perdonó en Cristo” (Ef 4,32).
   Cuando Dios no duda en perdonarnos los diez mil talentos de nuestra deuda (unos 100 millones de denarios), nosotros nos resistimos a perdonar al hermano los cien denarios (calderilla) que pueda debernos.


REFLEXIÓN PASTORAL

    “Si vivimos, vivimos para el Señor”. Una afirmación que hoy todos deberíamos acoger, dejándola resonar en nuestro interior y profundizando sus consecuencias.
    Urgidos por tantas cosas, inmersos en lo inmediato, frecuentemente perdemos la justa perspectiva de la realidad. Absolutizamos lo relativo y relativizamos lo absoluto.
    Como creyentes no podemos perder la conciencia de nuestra referencia primordial al Señor. Cristo no puede ser un supuesto implícito, distante de nuestra existencia, sino una realidad patente. Hemos de vivir de tal manera que los que se encuentren con nosotros se den cuenta de que nosotros nos hemos encontrado con él. A Dios, a Jesucristo, no podemos situarlos en la periferia de nuestra vida, sino en el centro de la misma. No podemos dedicarles solo el tiempo que nos sobra, sino el centro de nuestro tiempo.
    Hay diversos modos de explicar la vida y de organizar la convivencia. Creyente es aquel que en este cometido concede la primacía real a Dios; y creyente cristiano es aquél que reconoce como norma suprema el evangelio de Cristo.
    Y tal reconocimiento es conflictivo, doloroso, porque supone tomar opciones que el mundo no comprende y que hasta rechaza. Y no deberíamos alarmarnos por ello. “Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo” (Jn 15,18-19). Lo alarmante, pues, sería, lo contrario.
    “Si vivimos, vivimos para el Señor”. ¿Pero para qué Señor? Recorriendo las calles de Atenas, entre los altares dedicados a las divinidades del mundo conocido, encontró una con este nombre: “al Dios desconocido” (Hch 17,23). 
     Quizá si san Pablo hoy visitara hoy nuestra Iglesia y nuestra vida podría constatar, a lo peor, en más ocasiones de lo deseable, estamos adorando, rezando y cantando a un Dios, a un Señor desconocido.
    A Dios solo se le puede afirmar en la medida en que se le experimenta. ¿Qué experiencia tenemos de Dios, de Jesucristo? Dios es amor, y el mandamiento de Cristo es el Amor. Y el amor es donación y relación. Dios nunca aísla. Por eso, “vivir para el Señor” no aminora el compromiso humano. El tiempo dedicado a Dios nunca puede ser un tiempo sustraído al hombre, porque en el hombre está Dios, que ha vinculado su suerte con el hombre -“Lo que hicisteis…” (Mt 25,31ss)-.
    La afirmación que el creyente hace de Dios y de su supremacía no es a costa del hombre, porque Dios y el hombre no son incompatibles. Dios no solo ha hecho al hombre, sino que se ha hecho hombre en Jesucristo. La visión del hombre se agiganta cuando se le contempla desde Dios.
    Hoy la primera y la tercera lecturas nos muestran algunas consecuencia de ese vivir para Dios, para el Señor, que no es una evasión espiritualista hacia lo divino, sino una conversión realista a lo humano.
    “¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud del Señor?” (1ª). El diálogo con Dios, la oración, es imposible cuando está roto el diálogo con el hermano. Deberíamos tomar esto muy en serio. Jesús ofreció un criterio fundamental para acercarnos a Dios: “Si al presentar tu ofrenda ante el altar...” (Mt 5,23). Por eso nos enseñó a orar: “Perdónanos, como nosotros perdonamos” (Mt 6,12). Y porque necesitamos un perdón innumerable, como innumerables son nuestras caídas, también hemos de mantener abierta permanentemente nuestra oferta de perdón.
    S. Pedro creía que en esto del perdón, como en todo, debería haber un límite razonable, al menos como estricta obligación moral. Jesús rompe sus esquemas: no hay límites.
    Un perdón inspirado en el perdón de Dios; un perdón cordial; un perdón que no vive atrapado por el recuerdo de la ofensa recibida; un perdón que no es mera estrategia o cálculo interesado; un perdón que implica la reconciliación con uno mismo, con el entorno familiar, social... y hasta el natural; un perdón que no es indiferente ante la verdad y la justicia, sino que las busca enérgicamente, pero siempre con un corazón purificado por la misericordia y la experiencia de perdón de Dios.
     Esto significa vivir para Dios, dejar que el amor, que es la esencia de Dios, nos transforme para que nuestra convivencia sea más fraterna, comprensiva...; porque “el amor espera sin límites, cree sin límites y perdona sin límites” (1 Cor 13,7).
  
REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Es “cristiana” mi existencia?
.- ¿Qué experiencia tengo del perdón de Dios en mi vida?

.- ¿Qué oferta de perdón ofrezco a la vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.


miércoles, 6 de septiembre de 2017

DOMINGO XXIII -A-

1ª Lectura: Ezequiel 33,7-9

    Así dice el Señor: “A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les dará la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: “¡Malvado, eres reo de muerte!”, y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuentas de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida”.

                                            ***             ***             ***             

   La función del profeta es la de anunciar y cuidar pastoralmente de la comunidad. El profeta no es llamado a coartar la libertad, por medio de la presión, sino a iluminarla, por medio de la exhortación. Su servicio a la palabra de Dios es un servicio al hombre, poniéndole en guardia ante posibles desviaciones. El silencio del profeta es infidelidad a Dios y a la comunidad.

2ª Lectura: Romanos 13,8-10

    Hermanos:
    A nadie debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, el “no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás” y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera.

                                       ***             ***             ***            

   El celo pastoral de Pablo halla una de sus expresiones más logradas en estas líneas de la carta a los Romanos: el cristiano es un deudor permanente de amor. Encontramos aquí un equivalente casi literal del texto evangélico de Mc 12,31. El amor no solo es la síntesis, sino la plenitud de la ley.

Evangelio: Mateo 18,15-20


                                                     

    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

                                         ***             ***             ***

   Nos hallamos ante un claro precepto para uso interno de la comunidad eclesial. Está dirigido a los discípulos. Pretende iluminar desde las palabras de Jesús el ejercicio de la responsabilidad fraterna. Jesús la ejerció con sus discípulos, con los más íntimos -Pedro (Mt 16,23), Santiago Juan (Mt 20,22-23)-, y con los demás apóstoles (Mt 20,24-28. Una corrección discreta -no se trata de abochornar-; no humillante. La llamada a la comunidad es la última instancia, no el primer paso. La corrección no es una delación sino una expresión de amor al prójimo y a la verdad. Y solo puede ejercerse con amor.

REFLEXIÓN PASTORAL

    “A nadie debáis nada más que amor” (Rom 13,8). El amor es la gran deuda del cristiano. ¡Hermosa frase! ¿Pero cómo saldarla?
     Cuando la gran tentación es dar un rodeo para no encontrarse con el problema del otro -“allá cada uno con su vida”-, la Palabra de Dios nos recuerda que no se puede vivir de cara a Dios y de espaldas al prójimo, “porque quien no ama al prójimo, a quien ve, ¿cómo amará a Dios, a quien no ve?” (1 Jn 4,20). Y esta responsabilidad ha de concretarse en la solidaridad, e incluso en la advertencia y la corrección.
    La imagen del profeta como atalaya es muy sugerente (1ª lectura). El pueblo será responsable de su actuación, pero el profeta será responsable de su misión. Y su misión, precisamente, es la de ser atalaya fraterna. La corrección fraterna es un ejercicio responsable de la solicitud por el bien espiritual del hermano.  Es el mensaje del texto evangélico. Un tema que no es fácil ni frecuente.  
    Quizá sea frecuente la corrección, pero Jesús no se queda en urgir la corrección, sino que invita a la corrección fraterna.
    Hemos confundido, frecuentemente y por comodidad, el respeto al otro con la indiferencia. “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (Gén 4,9). La parábola del samaritano también encuentra aquí su concreción. No pasar de largo, indiferentes, ante los hermanos.  
     La corrección fraterna es un servicio evangélico, que requiere valentía, libertad interior, y limpieza de corazón para no ver la mota en el ojo ajeno sin descubrir primero la viga que uno lleva en el suyo (Mt 7,1-6). La corrección fraterna supone verdadero amor e interés por el bien del hermano y por la verdad.
    Finalmente, apunta el Evangelio, el amor se traduce no solo en corrección fraterna, sino en oración fraterna, en comunión de corazones (vv 19-20). Por eso nuestra oración, la cristiana y la del cristiano, es el “Padre nuestro”, que no es solo un modo de hablar a Dios, sino un programa de vida, un modo de interelacionarnos los unos con los otros. De otra manera mereceremos el reproche de Jesús: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mt 15,8).
Uno que ama a su prójimo no le hace daño” nos recuerda el Apóstol en la segunda lectura. En este mundo de la competencia, en el que nos abrimos paso a empujones y zancadillas; en el que no pocos ascensos se hacen pisando peldaños humanos; en el que el interés y el salir adelante es lo que se cotiza, la palabra de Dios nos invita a una reflexión seria, sincera y a una decisión responsable, porque al final de la vida seremos examinados sobre el amor.


REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Soy comprensivo o indiferente?
.- ¿Siento la urgencia por el bien del hermano?
.- ¿Tengo libertad interior para hacer y aceptar la corrección fraterna?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.