lunes, 4 de enero de 2016

EPIFANÍA DEL SEÑOR -C-


1ª Lectura: Isaías 60,1-6

     ¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz: la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad de los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora.
     Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces los verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar, y te traigan las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.

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     El oráculo del profeta contempla la restauración de Jerusalén. Una restauración interior -la gloria del Señor la habitará- y exterior -será luz para las naciones-. A ella peregrinarán no solo sus hijos exiliados, sino todos los pueblos, ofreciéndole dones excelentes. El profeta quiere expresar su esperanza y alentar la esperanza del pueblo. La perspectiva universalista y la alusión a las ofrendas de oro, incienso y mirra han vinculado este esto al motivo de la adoración de los Magos.


2ª Efesios 3,2-3a.5-6

     Hermanos:
     Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro. Ya que se me dio a conocer por revelación el Misterio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido ahora revelado por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio.

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     Escribiendo a cristianos provenientes del paganismo, el apóstol se presenta como revelador del Misterio salvador de Dios, que alcanza a todos los hombres. En Cristo ha sido derrumbado el muro que separaba a los hombres (Ef 2,14),  convirtiendo a todos en miembros de un solo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo. La fiesta de la Epifanía subraya esta vocación universal a la salvación, caminando a la luz del Evangelio.

Evangelio: Mateo 2,1-12

                                                          
    Jesús nació en Belén de Judá en tiempo del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.
   Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
     Ellos le contestaron: En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de la ciudades de Judá; porque de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”.
      Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir  yo también a adorarlo.
     Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y, habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

                                   ***                  ***                  ***

    Quizá sea uno de los episodios sobre los que más se ha fabulado, desplazando el acento hacia zonas cada vez más alejadas de su sentido original, absolutizando lo anecdótico e irrelevante. Convendría atenerse a la sobriedad e intencionalidad del texto.
El centro del relato, y de la fiesta posterior, no son los Magos, sino la afirmación de que con el nacimiento de Cristo, la Luz ha venido al mundo; la proclamación de la voluntad salvadora de Dios para todos los hombres; la epifanía de su amor universal.
     El evangelista teje esta afirmación con hilos tomados del AT. La tradición judía anunciaba al Mesías como la estrella que surge de Jacob (Num 24,17). Y, según las profecías, los pueblos paganos habrían de rendirle homenaje (Is 49,23; 60,6; Sal 72,10-15). Finalmente san Mateo combina dos citas que anunciaban la venida del Mesías (Miq 5,1 y 2 Sam 5,2), para mostrar que Jesús es el Mesías. Ante esta Luz, las actitudes pueden ser divergentes: búsqueda apasionada o indiferencia, hostilidad y temor.


REFLEXIÓN PASTORAL

         La fiesta del 6 de Enero, al menos en nuestros ambientes, está en peligro. Su contenido cristiano original ha ido sufriendo un progresivo desplazamiento hacia zonas cada vez más alejadas de su auténtico sentido, absolutizando lo anecdótico e irrelevante. Ya desde la Edad Media, en que se originó una abundante literatura sobre los Magos, a los que se eleva a la categoría de reyes, se les adscribe a diferentes razas, se les pone un nombre y se les reduce a tres…
            Desplazamiento que en nuestra época, amenaza con borrar de la conciencia de los cristianos el mensaje profundo de esta fiesta, la primera celebración cristiana del misterio de la Navidad, convirtiéndola en pretexto para una agresiva campaña comercial, a costa de explotar la ilusión infantil. Y no se trata de acabar con la ilusión de los niños, que debe seguirse alimentando, pero quizá con productos más humanizadores y solidarios; se trata, más bien, de no contribuir a que el consumismo comercial haga irreconocible el sentido original de esta fiesta.
            Para comprenderla hay que volver a la Palabra de Dios, al Evangelio. La Epifanía es una fiesta de Luz y de Alegría; así la presenta el texto del profeta Isaías. Una llamada a otear horizontes más allá de la propia casa; a convertirnos en buscadores y caminantes de esa nueva ruta que diseña el Señor. 
            La fiesta de la Epifanía celebra el derrumbamiento del muro que separaba a los hombres, haciendo de todos un solo pueblo (Ef 2,14), porque “también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio” (Ef 3,6). Es la fiesta del ecumenismo de la salvación realizada en Jesucristo, en quien “no hay judío ni griego…, porque todos son uno en Cristo” (Col 3,11).
            El Dios que nace en Belén no es el Dios de un pueblo o de una raza, sino el Dios del hombre, de todo hombre que viene a este mundo. La luz que nace en Belén no puede quedar aprisionada bajo los estrechos marcos de una religión nacional, por eso sube, en forma de estrella, al firmamento universal, para encender la esperanza de todas las naciones y alumbrar sus pasos en la búsqueda de la Verdad.
            El relato evangélico aporta lecciones de gran calado. La presentación que hace de los Magos rebasa el interés de lo anecdótico, para presentarlos como figuras teológicamente significativas para la vida cristiana.
            Desde una situación de búsqueda -otean el cielo buscando signos-, abiertos a la Verdad, aún no conocida pero presentida y deseada, al menor indicio abandonan sus seguridades y se ponen en camino. ¿Cuántos no verían la estrella, permaneciendo indiferentes? Y, peregrinos de la verdad y de la fe, preguntan, investigan y, por fin, se postran ante la Verdad, a la que ofrecen sus presentes. Buscadores de la Verdad, que no se sienten defraudados al encontrarla en la pobreza y en un niño.
            Actitudes ejemplares y poco comunes. Porque existe el peligro, y el mismo relato evangélico lo subraya, de adoptar ante la Verdad una actitud hostil (es el caso de Herodes, que se siente amenazado) o indolente (la de los Sumos sacerdotes y letrados de Jerusalén, que, conociendo las profecías de la Escritura, no dieron un paso de acercamiento).
            Desde esta celebración podríamos someter nuestra vida a preguntas como éstas: ¿Hemos visto nosotros su estrella? ¿Nos ponemos en camino o permanecemos indolentes, descansando en nuestras seguridades? ¿Sentimos pasión por alumbrar la ruta de los hombres con la luz del Evangelio? ¿Somos estrellas para el mundo?

REFLEXIÓN PERSONAL
:
.- ¿Ha brillado sobre mí la estrella del Señor?
.- ¿La sigo o permanezco anclado en mis rutinas?
.- ¿Siento la llamada a ser testigo de la Luz?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.


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