jueves, 20 de marzo de 2014

DOMINGO III DE CUARESMA -A-


1ª Lectura: Éxodo 17,3-7

    En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: ¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?
    Clamó Moisés al Señor y dijo: ¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.
    Respondió el Señor a Moisés: Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel.; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb: golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.
     Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Massá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor diciendo: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?

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    En el éxodo hacia la libertad, el pueblo de Israel sufrió muchos problemas y tentaciones; el relato seleccionado presenta una de las escenas más emblemáticas de ese camino difícil. El pueblo duda de la capacidad de Moisés, y se rebela contra él. En el fondo la protesta es contra Dios, contra su fidelidad y capacidad salvadoras. Esto pone “nervioso” a Moisés. Pero Dios, con paciencia de padre, acepta la prueba y muestra, una vez más, que está en medio de su pueblo.

2ª Lectura: Romanos 5,1-2. 5-8

    Hermanos:
    Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria del Hijo de Dios. La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones  con el Espíritu Santo que se nos ha dado. En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; -en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir-; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

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     Este pasaje sirve de puente entre los dos grandes conjuntos de Rom 1,18-4,25 y 5,12-8,49. Son versículos de una gran densidad teológica y espiritual. La fe en Cristo nos introduce en la paz con Dios y en la esperanza. Paz y esperanza que no son reductibles a meros sentimientos sino que hallan su fundamento no en nuestros méritos sino la comunión con Dios, don gratuito de su amor en Jesucristo. El es la prueba de que Dios está con nosotros y en favor nuestro.

Evangelio: Juan  4,5-42


     En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo de Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
     Llegó una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: Dame de beber. (Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida).
     La Samaritana le dice: ¿Cómo tú, siendo judío, me pide de beber a mí, que soy samaritana? (porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
     Jesús le contestó: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
     La mujer le dice: Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
     Jesús le contesta: El que bebe de este agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
      La mujer le dice: Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla… Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
     Jesús le dice: Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
     La mujer le dice: Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo.
     Jesús le dice: Soy yo: el que habla contigo…
     En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él… Y decían a la mujer. Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el salvador del mundo.

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      La escena es sugerente. Los pintores la han recreado profusa y hermosamente. Nos habla de un Jesús liberado y liberador de prejuicios culturales y religiosos, invitando a superar fronteras personales y nacionales (Jn 4,9; cf. Jn 8,48; Lc 9,52-55), y a convertirse todos “al Padre en espíritu y verdad, porque así quiere Dios que sean los que le adoren” (Jn 4,23).
     Centrados ya en la mujer, puede descubrirse un proceso interesante. La samaritana participa de los tópicos de su tiempo (Jn 4,9); no alcanza a vislumbrar la profundidad de la petición de Jesús (Jn 4,7), por eso su respuesta es superficial (Jn 4, 11-12). Pero no se queda ahí; en ella hay sinceridad y ansia de la verdad. Ante la clarificación de Jesús (Jn 4,13-14), proclama su sed más profunda: “Dame de esa agua” (Jn 4,15). Toda su situación personal entra en proceso de cambio (Jn 4,16-20). Busca dónde adorar a Dios (Jn 4,20) y se deja descubrir por Jesús (Jn 4, 16-18. 29).
     De mujer superficial pasa a mujer sedienta. Y de ahí, a mujer apóstol (Jn 4,28-29. 39). Todo encuentro con Cristo que no termina en testimonio de Cristo es un encuentro fallido.
     El final del relato es grandioso, marca el itinerario del proceso creyente: de la fe en las palabras “sobre” Jesús, pronunciadas por la samaritana, a la fe en la palabra que “es” Jesús (Jn 4,41). Y todo empezó no con una predicación, sino con la petición de un poco de agua junto a un pozo, al mediodía. ¡Vaya estrategia pastoral!

REFLEXIÓN PASTORAL

     Una mujer va a buscar el agua, el agua de siempre, el agua de la sed de cada día..., y se encuentra, no en el fondo del pozo, sino en el brocal, al agua verdadera, la que sacia la sed de los hombres.
     Se inicia un diálogo impresionante. Jesús, para suscitar la sed de aquella mujer, se presenta como sediento; el agua se hace sed: “Mujer, dame de beber” (Jn 4,7). ¡Qué estrategia tan fantástica e insospechada! Acercarse al otro no para imponer, ni siquiera para exponer la Verdad, sino para escuchar y conocer la suya.
     Procediendo así, Cristo nos revela una vía nueva  de acceso a los hombres: porque nadie está totalmente desprovisto de verdad. ¡No suele ser ese nuestro estilo! Frecuentemente nos acercamos a los otros como poseedores de una verdad -la nuestra- que no suscita interés alguno porque desconocemos la que el otro tiene o necesita y, además, porque vamos sin sed de verdad, saturados, engreídos con la propia. Mostrar sed por la verdad del otro, estar dispuesto a beberla de su fuente y en su mano, sin prevenciones ni temores, es un modo cristiano de buscarla y compartirla.
     Y, ante la extrañeza de la mujer, Jesús le revela el misterio: “Si conocieras el don de Dios, y quien es el que te dice: “Dame de  beber, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado el agua viva...” (Jn 4,10). Porque Jesús es un manantial más abundante que el de Jacob, y sus aguas son de una calidad infinitamente superior a las que brotaron de la roca, en el Horeb (Jn 7,38).
     "Si conocieras el don de Dios...", el don que es Dios. Quizá nos falte esta experiencia gozosa, y por eso caminamos en tibieza, con rostros inexpresivos, casi sin saber a donde ir, aparcando junto a cualquier pozo o fuente...
      Hay fuentes que no sacian, y ésas son las que más frecuentamos. Abandonamos la fuente de agua viva, para construirnos aljibes agrietados, que no retienen el agua (cf. Jr 2,13). ¡Hemos secado tantos pozos buscando saciar la sed! ¡Hemos probado tantas marcas de agua...!
     “Como suspira la sierva por las corrientes de agua, así suspira mi alma por ti, mi Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 42,2-3). ¿Es esto verdad en nuestro caso? ¡Ojalá que sí! Que desde lo más hondo de nuestro corazón también nosotros, sedientos de Dios, sedientos de la Verdad, digamos con la mujer de Samaría: “Señor, dame de esa agua” (Jn 4,15).
      La sed de Jesús sigue viva; se inició junto al pozo de Jacob; se radicalizó en la cruz: "Tengo sed" (Jn 19,28) y continúa en tantos sedientos de verdad, de justicia: "Tuve sed..." (Mt 25,35).
      La sed de Jesús es provocadora de sed, de sed de Dios; pero es también invitación a convertirnos en el "agua fresca" de la que él habló: "El que dé a beber, aunque no sea más que un baso de agua fresca a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa" (Mt 10,42). ¿Vamos a negarle a él esa agua?
       No lo olvidemos, en el día del juicio, entre otras cosas seremos seremos preguntados por esta: "Tuve sed" y ¿me disteis de beber?

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿De qué tengo sed, y qué pozos y fuentes frecuento?
.- ¿Serena mi vida la fe en Jesucristo?

.- ¿Sacio la sed de Cristo en los sedientos de la vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap

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