miércoles, 13 de marzo de 2024

DOMINGO V DE CUARESMA -B-

1ª Lectura: Jeremías 31,33-34.

 Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la que hice con vuestros padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: Ellos, aunque yo era su Señor, quebrantaron mi alianza; -oráculo del Señor-. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días -oráculo del Señor-: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: Reconoce al Señor. Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande -oráculo del Señor-, cuando perdone sus crímenes, y no recuerde sus pecados.

                                        ***             ***             ***

    Estos versículos marcan la cumbre espiritual del libro de Jeremías. Tras el fracaso de la antigua alianza, quebrantada por el pueblo, el plan de Dios aparece bajo la promesa de una Alianza Nueva, cuya novedad reside en tres puntos: a) el perdón de los pecados, iniciativa de Dios; b) la responsabilidad y la retribución personal; 3) la interiorización de la Alianza en el corazón del hombre. Esta Nueva Alianza, reiterada por Ezequiel (36, 25-28) y por los últimos capítulos del libro de Isaías, será inaugurada y sellada por el sacrificio de Cristo (Mt 26,28).

 2ª Lectura: Hebreos 5,7-9.

 Cristo en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna. 

                                        ***             ***             ***

    La obra de la salvación fue realizada en Cristo. Sufriendo hasta la muerte, en obediencia al Padre, Jesús experimentó el drama del sufrimiento inmerecido pero asumido por el amor al Padre y a los hombres. Verdadero hombre, Jesús oró al Padre. Y fue escuchado: no fue dispensado de la muerte, pero fue arrancado de su poder, transformando esa muerte en fuente de gloria. Dios siempre escucha, pero su respuesta a veces llega “al tercer día”. Y eso a nosotros suele parecernos excesivamente tarde. Hay que aprender de Jesús.

 Evangelio. Juan 12,20-33.

    En aquel tiempo entre los que habían venido a celebrar la Fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.

    Jesús les contestó: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga  y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

    La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

    Jesús tomó la palabra y dijo: Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

                                            ***             ***             **                 

    Estamos en los umbrales de la Pascua de Jesús. Unos gentiles, posiblemente pertenecientes a los “temerosos de Dios” (Hch 10,2), afectos al judaísmo, quieren conocer a Jesús. Pero Jesús no es una “curiosidad”. El recurso a dos discípulos es significativo: esa es la función del discípulo, llevar al conocimiento del Maestro, que es quien tiene “palabras de vida eterna”. Y el Maestro hace un avance de su inminente destino, en el que debe quedar implicado quien quiera seguirle. La escena evoca algunos momentos de la oración del Huerto (angustia ante la Hora, súplica al Padre, aceptación de su voluntad y consuelo del Padre); escena que Juan no detalla en su Evangelio. Pero se trata de un anuncio “completo”: Pasión, muerte y glorificación.

 REFLEXIÓN PASTORAL

      Queremos ver a Jesús”…. Es la nostalgia que todos llevamos dentro. Para ello organizamos peregrinaciones a Tierra Santa, con la ilusión de contemplar los paisajes y lugares que Él vio y recorrió, de poner nuestros pies en sus huellas… ¡Qué no daríamos por un encuentro con Jesús!

     Y es un deseo legítimo y, además, posible. Pero para eso hay que purificar la mirada, hasta purificar el corazón -pues se ve bien solo con el corazón limpio-. Y hay que orar, porque  ese conocimiento no es conquista, no es “hechura de manos humanas” (Sal 115,4), es don de Dios. “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado” (Jn 6,44). “Esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16,17).

    Conocimiento imposible sin una voluntad inicial de acceso a él: “Venid y veréis” (Jn 1,39). Conocimiento que  implica remar mar adentro (Lc 5,4), pasar a la otra orilla (Mc 4,35), despojarse de indumentarias inadecuadas y superfluas (Lc 9,3). Querer ver a Jesús no debe obedecer a una curiosidad sino a una pasión. ¿Sentimos pasión por Jesús?

    Crea en mí un corazón puro”, pedimos hoy en el salmo responsorial. Un corazón capaz de acoger con pureza y alegría; capaz de entender que el que se ama a sí mismo por encima de todo, desplazando a Dios y a los otros, se pierde; capaz de comprender que el pan que nos alimenta -la Eucaristía- es fruto de un grano enterrado, Jesús, y que si nosotros queremos ser ayuda y alimento -y debemos serlo- hemos de enterrar nuestros egoísmos y modos insolidarios de vivir.

     En la primera lectura, el profeta Jeremías anuncia una alianza nueva, la que nosotros celebramos en la Eucaristía -la alianza nueva y eterna-, caracterizada por una interiorización de la Ley de Dios en el corazón del hombre, por la obediencia a su voluntad y por el conocimiento personal de Dios, sin dependencias externas ni ajenas…  ¿Experimentamos esa transformación? ¿O seguimos servilmente encadenados a meras obligaciones externas, incapaces de discernir desde la fe la auténtica voluntad de Dios sobre nuestras vidas? “¡Todos me conocerán, oráculo del Señor, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados!”. ¿Conocemos de verdad a Dios? ¿Hemos experimentado su perdón?

     Nuestra vista frecuentemente está cansada de ver siempre lo mismo; de tanto mirar egoístamente para nosotros, hemos terminado por perder la justa perspectiva de la realidad; hemos terminado por no saber mirar a Dios y a los otros o, lo que es peor, los hemos confundido con nosotros mismos.

     Está concluyendo la Cuaresma; un tiempo que se abrió al grito de “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Tiempo de conocimiento y de rectificación; de restregarse los ojos para contemplar nuestra posición y ver si en la brújula de nuestra vida el norte coincide con Dios.

     Se acerca la gran Semana, que nosotros llamamos Santa. La semana de la “hora” de la verdad de Jesús, y, también, de nuestra propia verdad. Y hay que purificar la mirada para contemplarla no solo desde la acera o el balcón, convertidos en meros espectadores… Y hay que purificar el corazón, para acompasar su latido al del corazón de Cristo, que continúa recordándonos, hoy como ayer: “el que se ama a sí mismo, se pierde” (Mc 8,35)”; “el quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva el Padre le honrará…”. Y “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis  (Mt 25,40)

         ¡Queremos ver a Jesús! No es imposible…, pero hay que purificar la mirada y el corazón…y seguirle.

  REFLEXIÓN PERSONAL

 .- Tengo vida interior, o solo exterior?

.- ¿Qué niveles alcanza en mí la pasión por Cristo?

.- ¿Qué contenidos aporta a mi vida el conocimiento de Jesús?

 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 6 de marzo de 2024

DOMINGO IV DE CUARESMA -B-

1ª Lectura: 2 Crónicas 36,14-16. 19-23.

     En aquellos días todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la Casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de sus Morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira de  Dios contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio…. Incendiaron (los caldeos) la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que Dios dijo por boca del Profeta Jeremías: “Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años”

    En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la Palabra del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá. Quien de vosotros pertenezca a su pueblo, sea su Dios con él y suba”.

                                           ***             ***             ***

      El Cronista parece resumir los primeros capítulos de Jeremías y Ezequiel. El texto es un reconocimiento penitencial de la historia de Israel: pecando contra Dios y desoyendo la voz de sus mensajeros, Israel se ha acarreado la destrucción… Pero Dios no ha abandonado a su pueblo; suscita un instrumento de salvación, precisamente fuera del propio Israel, Ciro, rey de los persas. La salvación a Israel le llega por caminos nuevos: los que diseña y protagoniza el Señor, que “de las piedras puede sacar hijos de Abrahán”. En la historia hay esperanza, porque Dios nos se olvida nunca de su amor, aunque pasemos por caminos oscuros…

2ª Lectura: Efesios 2,4-10.

 Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó: estando muertos nosotros por los pecados nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra en todos los tiempos la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras que él determinó practicásemos.

                                                 ***             ***             ***

    La vocación cristiana se origina en el amor de Dios. Y desde Cristo es ya un presente -estáis salvados-. Esta escatología realizada es una de las características de las Cartas de la Cautividad -Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón-.  Y no es cuestión de méritos propios, sino de la gracia de Dios manifestada en Jesucristo. Desde ahí Dios nos llama a la práctica de las buenas obras. La llamada es gratuita, pero no irrelevante. La misericordia de Dios, origen de la vocación cristiana, urge a actualizarla en la vida. La vocación se hace misión.

 Evangelio: Juan 3,14-21.

    En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en el tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

 

                                        ***             ***             ***

     Jesús es portador de la salvación y la sanación de los hombres, de la vida eterna. Y lo es desde la paradoja de la Cruz. Él es la epifanía del amor de Dios al mundo. Su misión es exclusivamente salvadora. Y a esa salvación se accede por la fe. La misión de Jesús es iluminadora, y el que opta por esa Luz pasa de las tinieblas a la luz. Quien no opta por él, opta por la muerte y la tiniebla.

   REFLEXIÓN PASTORAL

        

         Durante el tiempo de Cuaresma se nos insiste de manera primordial en la conversión; pero frecuentemente se hace una presentación muy limitada. Se habla de la necesidad del hombre de convertirse a Dios. Pero esto es solo parte de la conversión y no la más importante; es, en todo caso, la segunda parte: la conversión “penitencial”.

         La primera, y más importante, es proclamar que primero Dios se ha convertido al hombre, y de una manera insospechada e inmerecida (Jn 3,16), “estando muertos por los pecados” (2ª lectura). Es la conversión “del amor”, manifestada en Jesucristo.

         La conversión cristiana no es cuestión de mortificación cuanto de acogida de un amor real y efectivo, el de Dios. Convertirse es dejarse amar por Dios.

 Para eso Dios “enviaba mensajeros a diario” (1ª lectura). Y, especialmente, para eso envió a su Hijo, que no vino a repartir reprobaciones, sino a salvar y a hacer posibles las condiciones de salvación. “Es palabra digna de crédito y merecedora de toda aceptación que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores” (1 Tim 1,15). Jesucristo es la expresión más real y más veraz del amor de Dios al mundo. Y este es un aspecto que merece ser subrayado. Desde esa opción amorosa de Dios quedan desautorizadas las “pastorales” anti-mundo. La de Dios, encarnada en Jesús, fue una pastoral pro-mundo.

Jesús es la visibilización, el sacramento de la conversión de Dios al hombre y del hombre a Dios. Y como en él la conversión de Dios al hombre es total y sin reservas, así ha de ser la conversión del hombre a Dios, total y sin reservas (Mt 10, 37 ss).  Él encarna el sí de Dios al hombre y el sí del hombre a Dios, pues “el Hijo de Dios, Jesucristo, anunciado entre vosotros por mí…, no fue sí y no, sino que  en él solo hubo sí. Pues todas las promesas de  Dios han alcanzado su sí en él” (2 Cor 1, 19 -20). “Aprended de mí” (Mt 11, 29). Pablo recomendará: “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2, 5). La conversión es un “con-sentimiento” con Cristo.

En Cristo, Dios se revela apostando por el hombre;  es la expresión de la opción humana de Dios. En su persona, el hombre recupera la esperanza y la alegría, al descubrir el compromiso de Dios en su defensa (Rom 8,31). La garantía de que Dios está por el hombre es que por él se hizo hombre. La conversión cristiana es, en primer lugar, celebración de la conversión de Dios…

       Pero esto no debe inducirnos a una falsa seguridad. “El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor 5,14), es el principio de nuestra responsabilidad. Sin esa experiencia de un Dios vuelto hacia nosotros, en una revelación de amor, es imposible la respuesta del hombre; pero sin la respuesta, libre y amorosa, del hombre queda bloqueada la iniciativa salvadora de Dios.

El hombre no se salva por sus obras -la salvación viene de Dios- (2ª lectura); pero este Dios no impone la salvación al hombre, le hace una oferta responsable. Nos lo recuerda el evangelio de san Juan: la condenación del hombre es autocondenación, pues “el que cree en Él, no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del  Unigénito de Dios. Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron  las tinieblas, porque sus obras eran malas”.

Sí, Dios solo es Salvador, y el solo Salvador. Si Dios se ha convertido a nosotros, convirtámonos nosotros a Dios. Si Dios es Luz, caminemos a su luz. ¡Que su luz nos haga ver la luz!

 REFLEXIÓN PERSONAL

 .- ¿Siento que Dios está de mi parte?

.- ¿Hasta dónde llegan en mi vida las urgencias del amor de Dios?

.- ¿Cómo es mi conversión: ritual, parcelaria…?

Domingo J. Montero Carrión, Franciscano Capuchino.

 

 

 

miércoles, 28 de febrero de 2024

IIIº DOMINGO DE CUARESMA -B-

 1ª Lectura: Éxodo 20,1-17.

    El Señor pronunció las siguientes palabras: Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.

    No tendrás otros dioses frente a mí…

    No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.

    Fíjate en el sábado para santificarlo.

    Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar.

    No matarás.

    No cometerás adulterio.

    No robarás.

    No darás testimonio falso contra tu prójimo.

  No codiciarás los bienes de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni un buey, ni un asno, ni nada que sea de él.

                                                ***             ***             ***

      Ante la multiplicidad de criterios y normas, el hombre busca síntesis claras y prácticas. De ahí han surgido esa especie de “abecedarios” de la vida, que llamamos “decálogos”. Pero entre tantos decálogos, hay uno singular: el Decálogo de Dios. Los Diez Mandamientos. ¿Qué son? Conocidos de memoria, ¿los vivimos de corazón?

     Para el pueblo elegido fueron, ante todo una oferta salvadora, una propuesta de Dios: “Yo soy el Señor, tu Dios…” (Dt 5,7ss; Ex 20,1ss). Sin este prefijo, los mandamientos son ética; con él son profesión de fe, reconocimiento del señorío de Dios sobre todas las áreas de la vida. Y Jesús no vino a abolirlos sino a llevarlos a su plenitud (Mt 5,17), porque los mandamientos de Dios tienen por objetivo hacer feliz al hombre (Dt 6,3).      

2ª Lectura: 1 Corintios 1,22-25.

    Hermanos: Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo -judío o griegos-: fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabios que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

                                            ***             ***             ***

   Con concisión y precisión Pablo presenta la “sabiduría de Dios” manifestada en la “locura de la Cruz” de Cristo. En ella se hace presente toda la debilidad, la angustia y la profundidad a la que ha llegado el amor de Dios, y ese es, paradójicamente, el camino de salvación que Dios ha ideado para el hombre. La “teología de la Cruz” es el “camino de la Luz”. 

 Evangelio. Juan 2,13-15.

    En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendía palomas les dijo: Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: ¿Qué signos nos muestras para obrar así?  Jesús contestó: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los judíos replicaron: Cuarenta y seis años ha constado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.

    Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

                                       ***             ***             ***

Mientras los evangelios sinópticos colocan este relato en la última semana de vida de Jesús, el IV evangelio lo anticipa, situándolo al inicio de su actividad pública. Quiere con ello indicar que este es su proyecto original: Jesús ha venido para abrir un tiempo nuevo, caracterizado por un nuevo “espacio” teologal, personalizado en él y culminado en su muerte y resurrección, acabando con las “localizaciones” geográficas partidistas (cf. Jn 4,21-24). Los judíos de entonces no lo entendieron así; los discípulos lo entenderían solo después de la resurrección.

     Pero junto a este subrayado cristocéntrico, conviene no olvidar otro antropocéntrico, porque el hombre es verdadero templo de Dios, “si alguno destruye (profana) el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario” (1 Cor 3,17). ¡Atención a no  confundir ni confundirse!

REFLEXIÓN PASTORAL

    Nos encontramos, prácticamente, en el centro de la Cuaresma, una buena ocasión para hacer balance y sacar conclusiones. ¿Cómo estamos viviendo este tiempo? ¿Cómo tiempo de gracia y de salvación? ¿Advertimos en nosotros realmente esos frutos? ¿O nuestra vida se desliza indolente, perezosa y rutinaria?

     El evangelio de hoy nos invita a revisar nuestras actitudes y comportamientos, no sea que también nosotros, como los moradores del templo de Jerusalén, hayamos pervertido los contenidos más genuinos de nuestra fe cristiana.

     La imagen de Jesús que nos presenta el evangelio de este tercer domingo choca notablemente con la del domingo precedente. Si el domingo anterior le contemplábamos resplandeciente y transfigurado en el monte, ahora aparece también transfigurado, pero por el celo de la casa  de su Padre.

     Este relato que nos muestra a Jesús con un látigo en las manos arrojando a los mercaderes del Templo ha dado y sigue dando pie a algunos para decir: ¿Ves? ¡También Jesús recurrió a la violencia! Y fijándose solo en el látigo, no escuchan sus palabras.

    El gesto de Jesús no es un arrebato de violencia, sino un gesto profético, que no puede aislarse de sus palabras: “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.

    Con él quiso denunciar la desviación de un culto que se nutría de la especulación y la mercantilización; la contradicción de un templo consagrado al Dios único, y en cuyos atrios crecían los ídolos; la insuficiencia de una religiosidad que pretendía satisfacer las exigencias de la fe solo con ofrendas materiales… Y, sobre todo, quiso revelar y anunciar al auténtico templo: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Y puntualiza el evangelista que lo dijo refiriéndose a sí mismo.

     Sí, Jesús es el auténtico espacio sagrado; el verdadero templo donde se da culto a Dios en espíritu y en verdad; es el verdadero sacerdote y la verdadera ofrenda.

    No convirtáis en un mercado de la casa de mi Padre”, esta advertencia / recriminación de Jesús hemos de escucharla nosotros atentamente, porque el peligro de esa perversión también nos acecha.

    También nosotros podemos pervertir la voluntad de Dios, esos mandamientos de los que nos habla la primera lectura; también nosotros podemos vaciar de sentido nuestra fe, reduciéndola a prácticas rutinarias, sin garra en la vida… ¿Qué son para nosotros? A veces damos la impresión, triste impresión, de ser solo normas, obligaciones…; y reducimos la vida a observancias y cumplimientos… “Si conocieras el don de Dios” (Jn 4,10). Porque los Mandamientos son don de Dios. “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón…, más preciosos que el oro…; más dulces que la miel de un panal que destila” (Sal 19,9.11). Y es que sin la alegría de creer, es imposible la alegría de vivir la fe. Los mandamientos están ofrecidos por Dios para que seamos felices (Dt 6,3).

    Pero hay algo más, la Palabra de Dios no solo nos dice que Jesús es el verdadero Templo, sino que nuestra vocación es  ser templos del Espíritu: espacios desde los que se glorifique a Dios. “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el  Espíritu de  Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3,16). Y que el hombre y la mujer somos espacios sagrados, que no podemos profanar, porque cuando lo hicisteis con uno de estos, los hicisteis conmigo. “Si alguno destruye (profana) el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario” (1 Cor 3,17). ¡Atención a no  confundir ni confundirse! 

     Estamos ante la celebración de la Semana Santa, ¿y no podemos pervertirla, convirtiéndola en pretexto para la evasión, la ostentación y el consumo? No seré yo quien invite a coger ningún látigo, pero sí a preguntarnos: si Jesús viniera a nuestra Semana Santa ¿se reconocería, y en quién se reconocería?

 REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Advierto en mí frutos de conversión?

.- ¿Me percibo y percibo a los otros como “templo” de Dios?

.- Cómo vivo los “mandamientos”: como don o como imposición?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

 

 

miércoles, 21 de febrero de 2024

DOMINGO II DE CUARESMA -B-

1ª Lectura: Génesis 22,1-2. 9a. 15-18.

  En aquel tiempo Dios puso a prueba a Abrahán llamándole: ¡Abrahán!  Él respondió: Aquí me tienes.

    Dios le dijo: Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicaré.

    Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí un altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor gritó desde el cielo: ¡Abrahán, Abrahán!  Él contestó: Aquí me tienes.

    Dios le ordenó: No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo.

    Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.

    El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: Juro por mí mismo -oráculo del Señor-: Por haber hecho eso, por no haberte reservado a tu hijo, tu único hijo, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de las playas. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.

                                                ***             ***             ***

    Es la tentación de Dios a Abrahán. El texto ha de ser contemplado en dos niveles: el primero, refleja la fe de Abrahán en Dios y su amor a él por encima de todo. Y eso revertirá en bendición. Las pruebas de la fe son siempre enriquecedoras: Abrahán salió enriquecido.

    El segundo, anuncia en profecía el amor de Dios, que si no permitió que Abrahán sacrificara a su hijo Isaac,  sí permitió el sacrificio de su propio Hijo, a quien no se lo reservó sino que nos lo entregó (Jn 3,16), y se entregó en él, por amor al hombre pecador. Y en ese Hijo hemos sido bendecidos con todo tipo de bendiciones espirituales (Ef 1,3).

 2ª Lectura: Romanos 8,31b-34.

  Hermanos:  Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?

                                            ***             ***             ***

     El texto forma parte de un himno apasionado y optimista del amor salvador de Dios. No hay duda: Dios está con nosotros; es nuestro aliado, la prueba es Jesucristo. Toda su existencia, vida, muerte y resurrección, es una existencia “entregada” por amor al hombre necesitado de salvación. Sin aludirlo expresamente, san Pablo tiene presente el caso del sacrificio de Isaac. Dios supera cualitativamente a Abrahán.

 Evangelio: Marcos 9,1-9.

    En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús.

     Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: Este es mi Hijo amado; escuchadlo.

    De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.

                                       ***             ***             ***

    El relato de la Transfiguración es un relato de revelación. Muestra la centralidad plenificadora de Jesús -entre Elías, el profeta de los últimos tiempos, y Moisés, el revelador de la Ley-, y su verdad íntima y última: el Hijo amado de Dios. La invitación a “escucharle” es la tarea de quien quiera ser su discípulo. Una escucha cordial, que ha de traducirse en la vida. La “conversación” de Elías y Moisés con Jesús desvela, además, que de él, de Jesús, reciben su luz y su plenitud la Ley y los Profetas (Mt 5,17).

 REFLEXIÓN PASTORAL

     Avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud, era el horizonte que el pasado Domingo nos marcaba la oración colecta de la misa. Y para eso hoy Jesús, junto con Pedro, Santiago y Juan, nos invita a subir al monte de la Transfiguración. Necesitamos inundar nuestra vida con su luz, para ser “luz del mundo” (Mt 5,14); necesitamos acceder a su verdad más íntima, para ser testigos de la Verdad…

     El escenario que contempla el evangelio de este domingo es radicalmente distinto al del domingo pasado: del desierto inhóspito y  árido, al monte luminoso de la Transfiguración; del Jesús tentado por el diablo, al Jesús glorificado por el Padre; del “Si eres hijo de Dios…”, al  Este es mi Hijo”.    

     La Cuaresma nos sitúa ante la apremiante necesidad de situarnos en la ruta de Jesús, de asumir sus proyectos, ya que “mis planes no son vuestros planes” (Is 55,8), de abrir nuestro corazón a su evangelio -“convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15)-, y esto exige someter nuestra vida a un fuerte ritmo. Un camino que solo podremos recorrer y un ritmo que solo podremos mantener, iluminados por la convicción y la experiencia de la cercanía y de la presencia del Señor.

     De ahí que exclame san Pablo: “Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (2ª lectura). Aún las situaciones aparentemente más contradictorias y desesperadas encuentran la perspectiva justa cuando los ilumina la fe. Dios es quien da la auténtica dimensión a las cosas. Sin él todo se desdibuja, se tergiversa…, y el hombre y el mundo quedan desenfocados, sin perspectiva. Por eso, “Escuchadlo”.

     La primera lectura nos ofrece un ejemplo claro de cómo quien se abandona, quien abraza cordialmente el plan de Dios, no queda frustrado. ¡Dios no defrauda, ni merma! ¡Devuelve, enriquecida, nuestra ofrenda!

     A Abrahán se le exige que sacrifique su futuro, su hijo único, al que quiere, a Isaac, y él no pregunta, no se revela, no formula ningún “pero”… ¡Dios proveerá! Se fía de Dios más que de sí mismo… En definitiva, su futuro no estaba en su hijo, su futuro era Dios y estaba en Dios. Y obedeciendo a Dios hasta el final no perdió a su hijo, y ganó el futuro. Hay que esperar hasta el “tercer día”, ese el “dia del Señor”, en que se cumple su palabra en Jesucristo.

    Por el contrario, nosotros ¡cuántas veces nos desestabilizamos ante cualquier dificultad e impugnamos el proceder de Dios, haciéndole responsable de nuestra irresponsabilidad! ¡Cuántos porqués dirigidos a Dios, deberíamos responderlos nosotros mismos!

     Nos cuesta aceptar la limitación inherente a nuestro ser de criaturas; nos cuesta abrazar cordialmente las exigencias de la conversión cristiana; nos cuesta desprendernos de nuestros esquemas de vida para acoger los del Señor; nos cuesta todo tanto, hasta parecernos imposible; nos falta clarividencia para descubrir la auténtica verdad, más allá de la aparente verdad de las cosas…, porque nos falta la experiencia de Dios, de su cercanía, de su presencia. Y un creyente sin experiencia de Dios es una contradicción. Sin sentir esa presencia íntima, esa fuerza de Dios, la vida cristiana es imposible. No es una aventura sino una locura.

     Profundicemos en el mensaje de la palabra de Dios, que nos invita a situarnos en la ruta de Jesús, a caminar a su ritmo; a hacer un camino que, gracias a Dios, pasará por la etapa del monte Calvario, pero que tiene su meta definitiva en el de la Transfiguración. Una ruta que, contra toda apariencia, tiene sentido, porque es Dios quien la da el sentido, ya que “si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom 8,31)

      El evangelio de hoy ilumina la Cuaresma, descubriendo su auténtico sentido: la meta de la conversión cristiana no es la mortificación, sino la transfiguración.

 REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Me fío y confío en el Señor?

.- ¿Hasta dónde permito que Dios “invada” mi vida?

.- ¿Es la luz y la verdad de Dios las que iluminan mis pasos?

 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

 

viernes, 16 de febrero de 2024

DOMINGO I DE CUARESMA -B-

1ª Lectura: Génesis 9,8-15.

 Dios dijo a Noé y a sus hijos: Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron, aves, ganados y fieras, con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: El diluvio no volverá a destruir la vida ni habrá otro diluvio que devaste la tierra. Y Dios añadió: Esta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: Pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes. 

                                                ***             ***             ***

    El texto nos muestra la primera alianza de Dios con Noé y con todos los seres vivos. Y no deja de ser significativo que la primera lectura del primer domingo de Cuaresma nos hable de un pacto incondicional de Dios. Una alianza de vida; una alianza unilateral, cuyo signo será el arco iris. Dios se constituye en garante de su obra: la creación.  Le seguirá la alianza con Abrahán y su descendencia, y el signo será la circuncisión (Gén 17); la tercera será la del Sinaí, limitada a Israel, con la observancia de la Ley como contrapartida (Éx 19). Dios es el Dios de la alianza; un Dios aliado con el hombre y con el mundo, y para siempre. Esa cadena de alianzas hallará su plenitud en la Nueva Alianza, sellada en la muerte y resurrección de Cristo.

 2ª Lectura: 1 Pedro 3,18-22.

  Queridos hermanos: Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Con este Espíritu fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos -ocho personas- se salvaron cruzando las aguas. Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús Señor nuestro, que está a la derecha de Dios.

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  El texto seleccionado forma parte de un primer credo cristiano, de origen probablemente bautismal. Tiene como finalidad ayudar a comprender el sufrimiento inocente, contemplando el modelo de Cristo, y animar a una vida sin pecado; una vida conquistada por Cristo, autor de la alianza definitiva de Dios y a la que somos incorporados por el Bautismo. El texto en algunas de sus expresiones no resulta de  fácil interpretación, en concreto la identificación de “los espíritu encarcelados”: ¿los demonios?, ¿los castigados en el Diluvio?, ¿los justos muertos antes de Cristo y que esperaban su resurrección? Lo importante es notar que todos los espacios están abiertos a la misericordia de Dios y son visitados por ella.

 Evangelio: Marcos 1,12-15.

 En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Nueva.

                                                ***             ***             ***

Jesús es Mesías e Hijo de Dios, pero en la debilidad de la condición humana: la tentación (cf. Flp 2,6-8). También él tiene que vivir la prueba y el desierto. Marcos, desde el principio, quiere evitar una visión equivocada de la persona  y misión de Jesús. Por otra parte, la alusión a la convivencia con las fieras y al servicio de los ángeles sugiere la realidad de Jesús como el  “último Adán”, el hombre verdadero.

 REFLEXIÓN PASTORAL

  El pasado miércoles iniciábamos un nuevo tiempo litúrgico: la Cuaresma.  Tiempo favorable” (2 Cor 6,2,) porque nos invita a “avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo y a vivirlo en su plenitud” (oración colecta).  En la ceremonia de la imposición de la ceniza se nos dijo: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Y es que solo así podremos alcanzar el objetivo cuaresmal. Los textos bíblicos de este primer domingo ofrecen puntos luminosos para entregarnos a este quehacer.

     La vida hay que vivirla con esperanza porque, más allá de los avatares puntuales de la historia, está garantizada por Dios, que ha empeñado su palabra en un pacto gratuito e incondicional (1ª lectura), renovado en la sangre de la Nueva Alianza (2ª lectura).

     Dios es nuestro aliado, está a nuestro lado, está de nuestra parte, aunque en ocasiones tengamos la sensación de estar solos y abandonados. “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 23,4). Y esta es una convicción necesaria para atravesar los desiertos de la vida, sembrados de tentaciones y dificultades.

      El evangelio nos presenta a Jesús empujado por el Espíritu al desierto, lugar inhóspito y acogedor a un tiempo; “archivo histórico” y “espacio penitencial” y “esponsal” para la memoria de Israel. La experiencia de Jesús en el desierto, como la experiencia de Israel, fue una experiencia guiada por Dios. Dios conduce al desierto para darse a conocer sin filtros y para conocer sin máscaras.

      Y allí pasó Jesús 40 días, como Moisés en el Sinaí (Éx 34,28), como Elías en el Horeb (1 Re 19,1-8). Y “se dejó tentar”. Con este pasivo san Marcos apunta a que la tentación no se le impuso, sino que la permitió él, mostrando así su voluntad de hacerse semejante a los hombres (Flp 2, 8), y de enseñarnos a ser hombres en la tentación.

     Sin embargo, a diferencia de los otros evangelistas (Mt y Lc), san Marcos no detalla las tentaciones ni habla de ayunos, pero subraya algo que silencian los otros: “Vivía con las fieras y los ángeles lo servían”. Procediendo así, por una parte muestra la realidad humana concreta de Jesús en un discernimiento personal, en una búsqueda del sentido de su vida, y por otra, presenta su figura como el nuevo Adán, en armonía con los animales en el Paraíso. Pero con una diferencia, Jesús no sucumbió a la tentación, como sucumbió Adán.

         Y clarificada su vocación, Jesús se entrega a la misión. La enseñanza es clara: antes de cualquier misión se requiere una clarificación; pero una vez alcanzada ésta, se impone la misión. No se puede estar especulando indefinidamente.

         Transitemos por este “tiempo oportuno” y de “oportunidades” que es la Cuaresma. ¡Ojalá en él escuchemos la voz del Señor y no endurezcamos el corazón.

 REFLEXIÓN PERSONAL

 .- ¿Con qué espíritu abordo la Cuaresma?

.- ¿Cuáles son mis tentaciones?

.- ¿Cuáles son mis obras de conversión?

 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

sábado, 10 de febrero de 2024

DOMINGO VI -B-

1ª Lectura: Levítico 13,1-2. 44-46.

 El Señor dijo a Moisés y a Aarón: Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel y se le produzca la lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra, y es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza. El que haya sido declarado enfermo de lepra, andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: “¡Impuro, impuro!” Mientras le dure la lepra, seguirá impuro: vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.

                                            ***             ***             ***

   La lepra es considerada en la Biblia, y en el judaísmo como uno de los peores males. Al golpeado por ella se le consideraba como un muerto viviente (Núm 12,12). La enfermedad les obligaba a vivir marginados (Lv 13, 45-46), (era un medio de aislar la enfermedad en una época en que las posibilidades médicas para combatirla eran muy escasas o prácticamente inexistentes). Solo Dios podía curarla (Núm 12,13), devolviendo el enfermo a la comunidad. En Lev 14 ,1-32 se determinan las ofrendas a presentar y el ritual de purificaciones a cumplir tras la curación.

 2ª Lectura: 1 Corintios 10,31-11,1.

 

    Hermanos: Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivos de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios. Por mi parte, yo procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de ellos, para que todos se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.

                                            ***             ***             ***

    La existencia cristiana debe ser significativa; su motivación debe estar radicada en la fe, y debe ser una expresión de la misma. Cristo es el referente, y no ningún código ético. Tener su mentalidad (1 Cor 2,16), sus sentimientos (Flp 2,5) es el proyecto cristiano.

 

Evangelio: Marcos 1,40-45.

 En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio. La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.  Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aún así acudían a él de todas partes.

 

                                        ***             ***             ***

  Esta es la única narración de curación de un leproso que nos transmite san Marcos. La lepra y el leproso eran signos de marginación y exclusión de la comunidad (cf. Lev 13,45-46). En tiempos de Jesús  los leprosos no podían entrar en Jerusalén. En los restantes lugares podían vivir, pero tenían que arreglárselas por su cuenta. El encuentro con un leproso volvía a uno impuro. Jesús no teme contagios, porque es la Salud y la Vida; para él no hay barreras: ha venido a romper cualquier muro ritual o real (cf.  Ef 2,14). Esa curación es un signo y un testimonio para el judaísmo del mesianismo de Jesús: "los leprosos quedan limpios" (Mt 11,5).

 REFLEXIÓN PASTORAL


    En uno de sus primeros discursos,  san Pedro sintetizó el ser y hacer de Jesús con estas palabras: “Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos, porque Dios estaba con Él” (Hch 10,38).

    Cuando el Bautista envió una embajada a Jesús para informarse sobre la verdadera identidad del profeta de Nazaret, con la pregunta: “¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”, el Señor le respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y  los pobres son evangelizados” (Mt 11,2-5).

     Y, ya en el primer momento de su ministerio público, en la sinagoga de Nazaret, esbozó su programa con las palabras del profeta: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar, a proclamar a los cautivos la libertad,  y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).

     Este fue su estilo. Nos enseñó que ningún asunto es tan urgente como para obligarnos a pasar de largo, sin detenernos, ante las necesidades de un hombre o mujer; que no es correcto dar un rodeo o torcer la cabeza para ignorar al caído en la cuneta de la vida. Recordemos la parábola del buen samaritano: no se puede argumentar con la religión y sus obligaciones para evadir el compromiso humano (cf. Lc 10,25-37)

     El relato evangélico de hoy nos presenta al Señor liberando a un leproso, enfermedad que, como se nos dice en la primera lectura, suponía la exclusión de la vida comunitaria y condenaba a los que la sufrían a vivir fuera de los poblados, por motivos de prevención de contagios, cuando la medicina era muy rudimentaria.

     Pero Jesús no tuvo miedo al contagio, ni se detuvo ante las severas penas que amenazaban a los que entraban en contacto con los leprosos. El veía en el leproso no un riesgo de contagio, sino la urgencia del amor;  no un peligro, sino un hombre… Y nos quedó este mensaje: “Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13,15), y “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). Por eso, Pablo en la segunda lectura propone a Jesucristo como el referente ético de la vida.

     La lepra más peligrosa no es la de la piel, sino la del corazón, y hasta ahí llega la voluntad sanadora de Jesús, a limpiar el corazón para, sanado, convertirlo en casa de acogida cálida y fraterna.

         Hoy, en la Jornada de Manos Unidas contra el hambre se nos hace una llamada a salir de nuestras vidas satisfechas, a veces saturadas, para compartir, para unir nuestras manos en la tarea de amortiguar el hambre, esa lepra, que es, paradójicamente, el alimento diario de millones de hombres.

 REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cuál es mi proyecto vital? ¿Cristo?

.- ¿Mi paso por la vida es un paso bienhechor?

.- ¿Rehúyo los encuentros de riesgo? ¿Temo los “contagios”?

Domingo J. Montero Carrión. Franciscano capuchino

 

 

miércoles, 31 de enero de 2024

DOMINGO V -B-

 1ª Lectura: Job 7,1-4. 6-7.

    Habló Job diciendo: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.

                                                       ***    ***    ***

    En su postración Job hace un resumen apretado de la vida: corta, frágil, sin horizontes de futuro. Y no es malo caer en la cuenta de esta “fragilidad”; pero no es esa la lectura completa. No todo es oscuridad y sinsentido: hay una mirada que puede aportar esperanza, la de Dios. Y a esa mirada se encomienda: “Recuerda…”.

 2ª Lectura: 1 Corintios 9,16-19. 22-23.

   Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación de esta Buena Noticia. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar también yo de sus bienes.

                                                    ***  ***    ***   

    Pablo habla de la urgencia de la evangelización y de la gratuidad de la misma. Su vida está captada por y para el Evangelio. En su discurso hay una cierta crítica para los que viven del Evangelio (1 Cor 9,1-14). “Dad gratis…” (Mt 10,8); esta consigna de Jesús guía la vida de Pablo. Y evangelizar no es solo anunciar de palabra, sino “hacerse” todo a todos: disponibilidad total, sin exclusiones.

 Evangelio: Marcos 1,29-39.

     En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca. Él les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido. Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

                                              ***    ***    ***            

    Tres momentos destacan en este relato: 1) la curación de la suegra de Pedro (que muestra el talante natural de Jesús, atento a los detalles. 2) Un sumario que globaliza su actividad sanadora y regeneradora de la vida. 3) La indivisible unión entre oración y misión. Marcos subraya que Jesús no se deja hipotecar por la popularidad; no se detiene a rentabilizar el éxito; su tarea es evangelizar, pasar por la vida haciendo el bien, gratuitamente.

REFLEXIÓN PASTORAL

           Jesús es un centro, un foco de salud y de vida. Entra en la historia anunciando y realizando el Reino de Dios, es decir, anunciando y realizando la presencia salvadora de Dios, a todos los niveles y en todos los lugares.

            Nos cuenta hoy el evangelista Marcos que, al salir de la sinagoga de Cafarnaún, donde acababa de curar a un enfermo, Jesús se dirige con los primeros cuatro discípulos a la casa de Simón y de Andrés. Al entrar, se entera de que la suegra de Simón está enferma, inmediatamente se acerca a ella, interesándose por su estado; le toma de la mano y le devuelve la salud, incorporándose ella a los quehaceres de la casa. Se trata casi de una anécdota intranscendente, que nos habla, sin embargo, elocuentemente de la sensibilidad de Jesús. Para él nada ni nadie es irrelevante. Tampoco nosotros. “Confiad vuestras preocupaciones a Dios, que él se interesa por vosotros” (1 Pe 5,7). “Él sana los corazones destrozados” hemos aclamado en el salmo responsorial.

          Al atardecer, pasado el sábado, la casa de Simón y de Andrés se ve rodeada de enfermos que buscan ser curados. Y Jesús, nos dice el evangelista, devuelve a muchos la salud. Pero no termina ahí su quehacer.

         Cuando todos duermen, él sale a un lugar solitario a orar. La oración es un aspecto fundamental de su acción evangelizadora. A Jesús no le bastaba estar con los hombres, ni siquiera morir por los hombres; necesitaba momentos de absoluto, de comunicación y comunión íntima con el Padre Dios. Jesús necesita verificar al Padre en su vida y verificar su vida ante el Padre. Ese es el sentido más profundo de su oración.

           Y esto es importante destacarlo, porque aquí suele residir el fallo de no pocos proyectos de evangelización y de no pocos evangelizadores: la falta de la oración. Evangelizar no es solo transformar el mundo, sino transformarlo según el designio de Dios. Para eso hay que contemplar a Dios. Y eso no se improvisa. ¿Cuánto tiempo dedicamos a programar? ¿Y a orar? ¿Oramos nuestras programaciones? ¿Oramos nuestra pastoral? ¿Oramos nuestra vida?

         Advertida su ausencia, los discípulos le buscan nerviosos. “Todo el mundo te busca”, le dicen al encontrarle, en un intento de hacerlo regresar al fervor de la multitud entusiasmada. Pero Jesús no se deja monopolizar ni marear por los aplausos. (¡Otra tentación de la evangelización y del evangelizador!) Su misión es hacer el bien, sin detenerse a rentabilizarlo; por eso les dice. “Vamos a otra parte…, que para eso he salido”.

         Y es que Jesús todavía es necesario, y “todos le buscan”. Todos los que como Job, en la primera lectura, buscan el sentido de la vida. Para ese hombre, descrito como jornalero, resignado, muchas veces sin horizontes ni perspectivas, agotado, desasosegado, “con el corazón destrozado” (salmo responsorial), para ese hombre debe seguir resonando y actualizándose el evangelio de Jesús. Y ¿cómo? A través de hombres que sientan en lo más hondo de su ser la urgencia de prestar ese servicio.

           ¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!”, exclama san Pablo en la segunda lectura. Y para eso no duda en hacerse “débil con los débiles…, y todo a todos”. Sabiendo que en ese deshacerse por el Evangelio está construyendo su futuro personal, y un futuro mejor para los demás.

          Hoy se nos hace una llamada a salir de nuestras vidas satisfechas, a veces saturadas, para compartir, para unir nuestras manos en la tarea de amortiguar el hambre que es, paradójicamente, el alimento diario de millones de hombres.

           La palabra de Dios nos invita hoy a dirigir la mirada a Jesús, fuente de vida y de salud, modelo de evangelizador con la acción y la oración;  a dirigir la mirada al hombre para ofrecerle, desde la propia vivencia, el mensaje sanador y esperanzador de la caridad del Evangelio como alternativa a una vida que se consume sin esperanza (y muchas veces hasta sin pan); y a dirigir la mirada a Dios, para pedirle la audacia que, como a Pablo, nos lleve a servir con generosidad la causa del Evangelio, que muchas veces es la causa de los menos favorecidos.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Siento la urgencia de anunciar y hacer presente el Evangelio de Jesús?

.- ¿Se consume mi vida en una atonía existencial?

.- ¿Busco de verdad a Jesús? 

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.