miércoles, 26 de diciembre de 2018

SAGRADA FAMILIA -C-


1ª Lectura: Eclesiástico 3,3-7. 14-17a

    Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respete a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha.
    Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras seas fuerte. La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecados como la escarcha bajo el sol.

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    El texto de Eclesiástico no solo es normativo sino crítico. Las advertencias que dirige a los hijos suponen la existencia de situaciones en que los padres no disfrutaban del reconocimiento debido por los hijos. El autor subraya la capacidad “redentora” del amor y el respeto a los padres, máxime en su ancianidad y debilidad física y mental. Sin embargo, las “obligaciones” no son solo de los hijos para con los padres. También deben profundizarse las relaciones de los padres para con los hijos, liberándolas de toda tentación paternalista o de inhibición en el ejercicios de sus deberes. Sin olvidar, las relaciones de conyugalidad, expuestas a la tentación de una vivencia superficial y tergiversada.

2ª  Lectura: Colosenses 3,12-21

    Hermanos:
    Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos  mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos: la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene al Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

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     El texto seleccionado pertenece a la tercera parte de la carta a los Colosenses -las exhortaciones a la comunidad-. Dos niveles se advierten en él: el de  la familia de Dios, la Iglesia (Gál 6,10), y el de  la familia doméstica, la de la carne y la sangre. Respecto de la primera, destaca diversas actitudes, enfatizando sobre todo el perdón, el amor y la gratitud. Una familia cohesionada en torno a la palabra de Cristo. Respecto de la segunda, se mueve en los parámetros de una convivencia íntima y cordial. Con un subrayado especial: no exasperar a los hijos.

 Evangelio: Lucas 2,41-52

     Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta, según la costumbre, y cuando terminó se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían, quedaban sombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.
     Él les contestó: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
     Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.

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    La escena evangélica merece ser leída con detenimiento: nos habla de la familia de Nazaret como una familia religiosa practicante; de la actitud de Jesús: una actitud de libertad, de madurez; de la búsqueda angustiosa  de unos padres, que aceptan pero no entienden… Todo se recompuso felizmente. Jesús volvió a Nazaret, y allí, en el espacio familiar, aprendió a hacerse y a crecer como hombre. Su madre aparece como el sagrario de las palabras de Jesús, esperando el momento de su plena comprensión y comunicación.
    

REFLEXIÓN PASTORAL
                  
         Si algo propician las fiestas navideñas es el encuentro familiar. Y no es esta una aportación irrelevante. Pero en la familia cristiana hay que ir más allá: hay que encontrar a la Sagrada Familia.
         Los llamados “cambios de paradigma” afectan también -¡y cómo!- a la familia. No es el momento de describir sus múltiples rostros, pero sí de advertir de sus enormes riesgos.
         La familia hoy necesita ser “resdescubierta”, “liberada” y hasta “redimida”. No se puede asistir impasibles a su desmoronamiento ni a su tergiversación. Es cierto que los tiempos nuevos demandan formas nuevas, lenguajes nuevos pero no hasta el punto de convertir esa novedad en una alteración radical.
         La familia humana, en general, es una realidad “tentada” por distintos proyectos de configuración, y ha estar alerta para no apartarse de su perfil original. Este puede ser el gran servicio de la familia cristiana: contribuir a esa “renovación” de la familia. Pero, para ello, ella debe vivir en ese estado de “renovación”, pues “si la sal se vuelve sosa…” (Lc 14,34). 
         “La familia es escuela del más rico humanismo” afirmó el Concilio Vaticano II, subrayando que “el bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (GS nn. 52. 47).
         Los textos de la palabra de Dios iluminan el tema, arrojando chorros de luz sobre el mismo. Con un lenguaje muy tradicional, el Eclesiástico comenta los deberes inherentes al cuarto mandamiento: amor, respeto, comprensión con los padres, especialmente cuando la debilidad menoscabe sus vidas. Los padres no deben ser desplazados ni ignorados: son la memoria viva, con sus luces y sombras, del arco del arco de la vida. Los padres ancianos tienen el derecho a ser despedidos con la misma ternura con que ellos nos acogieron al nacer.
         La carta a los Colosenses amplía el horizonte familiar a la comunidad eclesial, en la que deben reproducirse los sentimientos de una verdadera fraternidad, que se identifica como “familia de Dios” (Ef 2,19).
         Y el evangelio nos ofrece el testimonio de la familia de Nazaret. Un espacio de crecimiento en el respeto, la libertad, y el amor.
         La familia necesita confrontarse con modelos sólidos, dignificadores y regeneradores. La familia de Nazaret ofrece ese modelo: en su escuela podemos aprender las lecciones humanas y divinas para que el hombre viva en plenitud el designio familiar de Dios. “Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social” (Pablo VI, Alocución en Nazaret, 1964).

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Me siento miembro de la familia de Dios?
.- ¿Cómo vivo a la Iglesia?
.- ¿Cómo vivo a mi familia de carne y sangre?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

DOMINGO IV DE ADVIENTO -C-

1ª Lectura: Miqueas 5,2-5a

    Esto dice el Señor: Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornarán a los hijos de Israel. En pie pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor su Dios. Habitarán tranquilos porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y esta será nuestra paz.

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    Este oráculo contrapone al rey actual, Ezequías, humillado por Senaquerib, rey de Asiria (cf. 2 Re 18,13-16), con el el nuevo jefe de Israel, cuyo nacimiento inaugurará la nueva era de paz y de gloria. Miqueas se imagina a este mesías en la forma tradicional de los profetas de Judá. La mención de Belén, lo enraíza con la figura de David. El evangelista Mateo retomará este oráculo para presentar el nacimiento de Jesús, en quien ve cumplida la profecía.

2ª Lectura: Hebreos 10,5-10

    Hermanos:
    Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.
    Primero dice: No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos ni víctimas expiatorias, -que se ofrecen según la ley-. Después añade: Aquí estoy para hacer tu voluntad.
    Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y, conforme a esa voluntad, todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.

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    Cristo no es una mera “continuación”, ni un eslabón más en la cadena de la historia de la salvación, él es el Salvador.  Desaparecen las mediaciones instrumentales, provisorias, para aparecer lo definitivo; desaparecen los sacrificios y ofrendas rituales, superados con “su” ofrenda sacrificial. Es el “hoy” definitivo de Dios (Heb 1,2). Pablo, escribiendo a los romanos, recordará que la ofrenda que agrada a Dios no es la ritual sino la personal (Rom 12,1-2), recreando el modelo de la de Jesús.


Evangelio: Lucas 1,39-45

                                                                        
    En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

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    Este encuentro entre las dos madres es también el primer encuentro entre los dos hijos. Juan inagura su misión de precursor, saltando de gozo en el seno materno y anunciando por boca de su madre el señorío de Jesús (v.43). Isabel es la mujer profeta que desvela el misterio más profundo acaecido en María. Como más tarde Juan (Lc 3,16), ella también se reconoce inmerecedora de la visita de la madre de su Señor. Y ofrece la radiografía más profunda de María, descubriendo su secreto y su grandeza: su fe en la palabra de Dios.


REFLEXIÓN PASTORAL

     El domingo IV de Adviento tiene todos los elementos para ser considerado el umbral de la Navidad. En los textos bíblicos que iluminan la celebración eucarística ya aparecen los paisajes y personajes que enmarcan y protagonizan el misterio.
     Belén, el espacio geográfico privilegiado: "Y tú Belén..., aunque eres la más pequeña entre las familias de Judá..., de ti saldrá el pastor de Israel"(1ª). Es la primera opción de Jesús por los pobres: la opción por “lo” pobre.
    Xto., corazón y núcleo de la Navidad, revela el sentido de su venida: "Aquí estoy para hacer tu voluntad" (2ª); y María (evangelio), la realizadora de la Nochebuena, la mujer escogida por Dios para la encarnación y alumbramiento del Verbo.
     En este preludio navideño es bueno centrar nuestra atención en MARÍA, pues nadie como ella vivió y dio vida al misterio que nos disponemos a celebrar.
    Fijémonos: Apenas recibe la buena y sorprendente noticia de su maternidad, conociendo la situación de su prima Isabel, ya en el sexto mes de su embarazo, se pone inmediatamente en camino -" a prisa" dice el evangelio-, para servirla.
     Antes de alumbrar físicamente al Señor, María lo hace presente con su caridad, traducida en servicio. Entrando en casa de Isabel, lo irradia. E Isabel lo percibe en lo más íntimo de su ser. "Apenas te he oído, saltó de gozo el niño en mi seno". Y desvela el misterio."Dichosa tú que has creído". Este es el núcleo y el secreto de María: su fe. Una fe que integra en sí el misterio -"¿Cómo puede ser esto?"-, y una fe que la integra a ella en el misterio -"Hágase en mí según tu palabra"-, sabiendo de quien se ha fiado.  En esto consiste su inigualable grandeza, en su entrega inigualablemente audaz y creadora al plan de Dios.
     Acogió con tanta profundidad y verdad a la Palabra de Dios que la hizo su Hijo, y fue profundizada con tanta verdad por ésta que la hizo su Madre.
     La fe es el eje en torno al cual gira la comprensión y vivencia auténtica de la Navidad. Sin la fe  todo se distorsiona, se tergiversa y banaliza. Esa fe es el origen, la causa más profunda, la razón última de la alegría con que el cristiano vive estos días. En este sentido, la Virgen es correctamente invocada como "causa de nuestra alegría", porque ella es la madre de la alegría cristiana: Cristo -Él es nuestra alegría-.
     María es un ser transparente, mejor, una transparencia de Cristo. No tiene luz propia; en ella brilla radiante la luz de Dios. Ella es alumbradora de esa luz. Antes del parto,  en la visitación, ya lo irradia; en Belén, lo da a luz; y en Caná de Galilea, remite a Él: "Haced lo que Él os diga".
    Sí, María es un proyector de luz; la imagen de María Virgen proyecta una luz particular para vivir estos días navideños, para iluminar y motivar nuestra alegría, y sobre todo nuestro modo de ser y estar con los demás: en actitud de servicio, irradiando y transparentando la presencia del Señor. 

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué luz proyecto en mi vida y con mi vida?
.- ¿Cuál es mi disponibilidad para el servicio?
.- ¿Interpreto mi vida como “ofrenda agradable a Dios”?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano-capuchino.

jueves, 13 de diciembre de 2018

DOMINGO III DE ADVIENTO -C-

  Lectura: Sofonías 3,14-18a

    Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a todos tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás. Aquel día dirán a Jerusalén: No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.
                                   ***                  ***                  ***

    El libro de Sofonías se sitúa en tiempo  del rey Josías (s. VII a.C.). Posiblemente contribuyó a la reforma llevada a cabo por el rey, y que culminó con el descubrimiento del Libro de la Ley (622 a.C.). Anuncia el Día del Señor, que implicará un juicio contra las naciones pecadoras y contra “la ciudad rebelde” (Jerusalén), pero culminará en una regeneración de la comunidad, asentada en “un pueblo pobre y humilde, que buscará refugio en el Señor” (Sof 3,12). A esa comunidad de “pobres” se dirigen las palabras reseñadas en el texto. Dios construye el futuro con mimbres humildes.

  Lectura: Filipenses 4,4-7

    Hermanos:
    Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.                         

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    La alegría es uno de los rasgos fundamentales que acompañan al Evangelio. El creyente ha de hacer una traducción concreta de la Buena Noticia en la vida de cada día. Pablo invita a los de Filipos a evangelizar desde la vida convertida en testimonio. La esperanza en la cercanía del Señor no debe ser una excusa para eludir el compromiso humano sino un criterio para iluminarlo.

Evangelio: Lucas 3,10-18

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: ¿Entonces qué hacemos? Él contestó: El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida que haga lo mismo.
    Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron: Maestro, ¿qué hacemos nosotros? Él les contestó: No exijáis más de lo establecido.
    Unos militares le preguntaron: ¿Qué hacemos nosotros? Él les contestó: No hagáis extorsión a nadie ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.
    El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga. Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.

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    La propuesta del Bautista alcanza a las zonas concretas de la vida. A la pregunta, “¿Qué hemos de hacer?”, Juan no rehúye la respuesta: solidaridad, justicia, honestidad,  no violencia. No se trata de una respuesta ideológica, sino concreta. Y añade algo más: reconoce que él no es la respuesta. Esa respuesta la tiene otro, que “puede más”, y que aportará un bautismo en el Espíritu Santo. El anuncio de la Buena Noticia no puede ser solo un tema de estética -bellas palabras-, sino de ética -buenas obras-.

REFLEXIÓN PASTORAL

            Regocíjate..., grita de júbilo..., estad siempre alegres en el Señor”. Es el mensaje del tercer domingo de Adviento. ¿Pero es un mensaje posible? ¿Existe en nuestra sociedad un espacio y un motivo para la alegría?
A pesar de la euforia progresista; pese a los reclamos de la propaganda; no obstante las ansias de goce, de vivir bien, de placer..., nuestro mundo se siente agarrotado por el pesimismo, porque en este mundo, superficialmente feliz, hay soledad y abandono, hambre y guerras, injusticia y explotación, odio y egoísmo...
            La palabra de Dios que se  proclama este domingo nos invita no solo a la alegría, nos ofrece el auténtico motivo de la misma: el Señor está cerca. La venida del Señor es, debe ser, el fundamento, la causa de nuestra alegría.  
¿Queremos, creemos en la venida del Señor? ¿Nos damos cuenta de que sin esa esperanza nuestra presencia en la celebración eucarística carece de sentido, si nos reunimos mientras esperamos su gloriosa venida y no sentimos esa necesidad ni ese deseo?
            La venida, cierta pero sorpresiva del Señor es el motivo de nuestra alegría, porque nos libera, porque nos da su presencia, -y “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom 8,31)-, porque nos responsabiliza -esperar al Señor no es quedarse boquiabiertos mirando al cielo, o de brazos cruzados mirando al suelo-.
El pasado domingo, el Bautista nos marcaba el estilo de la esperanza cristiana: hacer camino, preparar el camino del Señor, introduciendo rectificaciones personales y estructurales allí donde fueren necesarias. Acondicionando el propio camino: valles de desesperanza y vacío, que hay que rellenar; monte y colinas de presunción, que hay que abajar; caminos sinuosos de ambigüedades y contradicciones, que hay que rectificar...; hacer habitables y transitables los desiertos de nuestra vida personal y comunitaria, creando oasis de autenticidad y esperanza desde una profunda y sincera conversión al Señor y a los hermanos.
Hoy Juan continúa precisando su mensaje: preparar el camino del Señor, esperar su venida, supone una opción por el amor concreto y solidario: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene, y el que tenga comida, que haga lo mismo”; una opción por la justicia: “No exijáis más de lo debido”, dice a los que detentan el control del dinero; una opción por la no violencia: “No hagáis extorsión a nadie”, dice a los que ejercen el poder de las armas. ¿No son el egoísmo, la injusticia y la violencia causas de las tristezas del mundo?
No es verdadera alegría la que brota del vicio, de la situación privilegiada, del dominio, sino la que nace del servicio humilde, del amor no falsificado, de la justicia que se realiza en la conversión constante...
Si hay conversión hacia Dios y hacia los hermanos, habrá alegría verdadera. Pidamos al Señor, por medio de María, madre de la esperanza y causa de nuestra alegría, Cristo, que en nosotros los que nos rodean encuentren un motivo para vivir la vida con alegría y esperanza, y que ese motivo sea nuestra fe y nuestra caridad.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué implicaciones trae a mi vida la espera del Señor?
.- ¿Mi alegría en qué se funda y cómo se manifiesta?
.- ¿Valoro la opción de Dios por los pobres y me identifico con ella?

Domingo J. Montero Carrión, Franciscano-Capuchino

miércoles, 5 de diciembre de 2018

DOMINGO II DE ADVIENTO -C-


1ª Lectura: Baruc 5,1-9

     Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las galas perpetuas de la gloria que Dios te da; envuélvete en el manto de la justicia de Dios y ponte a la cabeza la diadema de la gloria perpetua, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: “Paz en la justicia, Gloria en la piedad”.
    Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia oriente y contempla a tus hijos, reunidos de oriente a occidente, a la voz del Espíritu, gozosos, porque Dios se acuerda de ti. A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios te los traerá con gloria, como llevados en carroza real.
    Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.

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    El texto pertenece a la parte conclusiva del libro de Baruc. Construido con fraseología que en buena parte evoca los mensajes proféticos del final del exilio, se trata un escrito complejo, datado en torno a mediados del siglo II aC, y seudónimo. Su atribución a Baruc, el secretario de Jeremías, es un recurso literario para dar realce a la obra.  En esta sección se exhorta  y estimula a Jerusalén a recuperar la confianza en una restauración operada por la acción salvadora de Dios. Dios será el protagonista de la restauración.


2ª Lectura: Filipenses 1,4-6. 8-11

    Hermanos:
    Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del evangelio, desde el primer día hasta hoy. Esta es nuestra confianza: que el que ha inagurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús. Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os quiero, en Cristo Jesús. Y esta es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios.

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    Con palabras entrañables Pablo se dirige a la comunidad de Filipos, una de las iglesias más fieles a su persona y a su mensaje. Ora, con alegría, para que esa comunidad no quede estancada, sino que crezca en su construcción y consolidación interna, en la espera del Día de Cristo. La esperanza en la venida del Señor debe actuar de estímulo permanente.


Evangelio: Lucas 3,1-6

    En el año quince del reinado   del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.

                            ***             ***             ***

    La historia de la salvación no es una abstracción: se ubica en la historia de los hombres: tiene nombres, geografía y cronología… La irrupción de Jesús se vio precedida  por la actividad de Juan el Bautista: la voz que gritaba en el desierto un mensaje renovador y de esperanza, ofreciendo como signo un bautismo de conversión.

REFLEXIÓN PASTORAL

         Comenzábamos el pasado domingo la andadura por el ciclo litúrgico del Adviento con el deseo de adentrarnos en el camino de Cristo, de convertirnos, a ese horizonte de esperanza que es la venida del Señor. Venida que san Pablo hoy designa como “el Día de Cristo Jesús” (2ª lectura); lo que, implícitamente, supone afirmar que en tanto llegue ese día, estamos viviendo “días de otro”, de otros señores, de otros poderes, de otros valores..., y eso puede desorientar nuestra fe y desfondar nuestra esperanza.
         ¿Cómo vivir estos tiempos, en verdad recios? Ante todo no permitiendo que las contradicciones de la vida nos sumerjan en el escepticismo, ni que las utopías humanas aminoren o ahoguen en nosotros el deseo por el Señor y su venida.
         Hoy, la liturgia quiere fortificar nuestra esperanza con una verdad fundamental: la llegada del “Día de Cristo”, que supondrá un juicio -no una revancha, sino el triunfo de la verdad-, clarificando definitivamente las diversas situaciones de la historia humana, poniendo a cada uno en su sitio e invirtiendo, consecuentemente, bastante ordenes y escalafones (cf. Sab 5).
Y es importante mantener viva esta referencia a la verdad última, para que no nos obnubilen y ofusquen las medias verdades o las grandes mentiras. “En el cristianismo hay muchas paradojas. Y una de ellas es esta: cuanto más peso damos en nuestro corazón a la otra vida, más capaces nos hacemos de liberar y transformar esta a favor del hombre. Porque así son los planes de Dios. Cuando la vida eterna desaparece de nuestra mente, las cosas de este mundo se agrandan ante nosotros y acaban dominándonos, nos deshumanizan, nos dividen, acaban con la paz del mundo y la alegría de los corazones” (Sebastián Aguilar).
         La palabra de Dios (1ª) nos invita a despojarnos de vestidos de luto y aflicción (las obras del pecado) y a revestirnos de galas perpetuas (las obras del amor); a ponernos en pie, a ascender y mirar al Oriente, lugar de donde viene la Luz. Dios diseñará un horizonte nuevo y un camino nuevo con su justicia y su misericordia.
Pero la liturgia de hoy no solo nos muestra el objeto final de nuestra esperanza, nos descubre también el modo de vivir en la espera: “Preparad el camino del Señor”.
La esperanza cristiana no es quedarse boquiabiertos mirando al cielo, ni de brazos cruzados mirando al suelo. Nuestra esperanza debe implicarnos y complicarnos en la realización de lo que esperamos.
 Hacer camino, he ahí el modo cristiano de esperar. Pero, ¿cómo? Es san Pablo quien nos dice: “que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y sensibilidad para discernir los valores”. El amor es el mejor constructor de caminos a la esperanza, además de ser el mejor camino. Pero no un amor platónico ni diplomático, sino un amor operativo, “como yo os he amado” (Jn 13,34). Un amor crítico, que discierne situaciones personales y estructurales, un amor que urge rectificaciones donde sean necesarias. No, por tanto, condescendencia indolente, sino urgencia para el bien.
Esto, entre otras cosas, significa esperar “el día de Cristo” y trabajar porque su Reino llegue a nosotros. Que el Señor nos ayude a comprenderlo y a vivirlo.

 REFLEXIÓN PASTORAL

         .- ¿Cómo preparo y me preparo para “el Día de Cristo?
         .- ¿Vivo ya en ese “Día”. ¿Por qué caminos discurre mi vida?
         .- ¿Qué discernimiento hago de los valores de la vida?

Domingo J. Montero Carrión, OFMCap.