martes, 27 de febrero de 2018

III DOMINGO DE CUARESMA -B-


1ª Lectura: Éxodo 20,1-17

    El Señor pronunció las siguientes palabras: Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.
    No tendrás otros dioses frente a mí…
    No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.
    Fíjate en el sábado para santificarlo.
    Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar.
    No matarás.
    No cometerás adulterio.
    No robarás.
    No darás testimonio falso contra tu prójimo.
    No codiciarás los bienes de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni un buey, ni un asno, ni nada que sea de él.

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      Ante la multiplicidad de criterios y normas, el hombre busca síntesis claras y prácticas. De ahí han surgido esa especie de “abecedarios” de la vida, que llamamos “decálogos”. Pero entre tantos decálogos, hay uno singular: el Decálogo de Dios. Los Diez Mandamientos. ¿Qué son? Conocidos de memoria, ¿los vivimos de corazón?
     Para el pueblo elegido fueron, ante todo una oferta salvadora, una propuesta de Dios: “Yo soy el Señor, tu Dios…” (Dt 5,7ss; Ex 20,1ss). Sin este prefijo, los mandamientos son ética; con él son profesión de fe, reconocimiento del señorío de Dios sobre todas las áreas de la vida. Y Jesús no vino a abolirlos sino a llevarlos a su plenitud (Mt 5,17), porque los mandamientos de Dios tienen por objetivo hacer feliz al hombre (Dt 6,3).
        

2ª Lectura: 1 Corintios 1,22-25

    Hermanos:
    Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo -judío o griegos-: fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabios que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

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   Con concisión y precisión Pablo presenta la “sabiduría de Dios” manifestada en la “locura de la Cruz” de Cristo. En ella se hace presente toda la debilidad, la angustia y la profundidad a la que ha llegado el amor de Dios, y ese es, paradójicamente, el camino de salvación que Dios ha ideado para el hombre. La “teología de la Cruz” es el “camino de la Luz”. 


Evangelio. Juan 2,13-15
                                                   

    En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendía palomas les dijo: Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”.
   Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: ¿Qué signos nos muestras para obrar así?
    Jesús contestó: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
    Los judíos replicaron: Cuarenta y seis años ha constado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
    Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.
    Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

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         Mientras los evangelios sinópticos colocan este relato en la última semana de vida de Jesús, el IV evangelio lo anticipa, situándolo al inicio de su actividad pública. Quiere con ello indicar que este es su proyecto original: Jesús ha venido para abrir un tiempo nuevo, caracterizado por un nuevo “espacio” teologal, personalizado en él y culminado en su muerte y resurrección, acabando con las “localizaciones” geográficas partidistas (cf. Jn 4,21-24). Los judíos de entonces no lo entendieron así; los discípulos lo entenderían solo después de la resurrección.
     Pero junto a este subrayado cristocéntrico, conviene no olvidar otro antropocéntrico, porque el hombre es verdadero templo de Dios, “si alguno destruye (profana) el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario” (1 Cor 3,17). ¡Atención a no  confundir ni confundirse!

REFLEXIÓN PASTORAL

    Nos encontramos, prácticamente, en el centro de la Cuaresma, una buena ocasión para hacer balance y sacar conclusiones. ¿Cómo estamos viviendo este tiempo? ¿Cómo tiempo de gracia y de salvación? ¿Advertimos en nosotros realmente esos frutos? ¿O nuestra vida se desliza indolente, perezosa y rutinaria?
     El evangelio de hoy nos invita a revisar nuestras actitudes y comportamientos, no sea que también nosotros, como los moradores del templo de Jerusalén, hayamos pervertido los contenidos más genuinos de nuestra fe cristiana.
     La imagen de Jesús de este tercer domingo choca notablemente con la del domingo precedente. Si el domingo anterior le contemplábamos resplandeciente y transfigurado en el monte, ahora aparece también transfigurado, pero por el celo de la casa  de su Padre.
      Jesús con un látigo en las manos arrojando a los mercaderes del Templo ha dado y sigue dando pie a algunos para decir: ¿Ves? ¡También Jesús recurrió a la violencia! Y fijándose solo en el látigo, no escuchan sus palabras.
    El gesto de Jesús no es un arrebato de violencia, sino un gesto profético, que no puede aislarse de sus palabras: “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.
    Con él quiso denunciar la desviación de un culto que se nutría de la especulación y la mercantilización de la religion; la contradicción de un templo consagrado al Dios único, y en cuyos atrios crecían los ídolos; la insuficiencia de una religiosidad que pretendía satisfacer las exigencias de la fe solo con ofrendas materiales… Y, sobre todo, quiso revelar y anunciar al auténtico templo: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Y puntualiza el evangelista que lo dijo refiriéndose a sí mismo.
     Sí, Jesús es el auténtico espacio sagrado; el verdadero templo donde se da culto a Dios en espíritu y en verdad; es el verdadero sacerdote y la verdadera ofrenda.
    No convirtáis en un mercado de la casa de mi Padre”, esta advertencia / recriminación de Jesús hemos de escucharla nosotros atentamente, porque el peligro de esa perversión también nos acecha.
    También nosotros podemos pervertir la voluntad de Dios, esos mandamientos de los que nos habla la primera lectura; también nosotros podemos vaciar de sentido nuestra fe, reduciéndola a prácticas rutinarias, sin garra en la vida… ¿Qué son para nosotros los mandamientos? A veces damos la impresión, triste impresión, de ser solo normas, obligaciones…; y reducimos la vida a observancias y cumplimientos raquíticos y formalistas… “Si conocieras el don de Dios” (Jn 4,10). Porque los Mandamientos son don de Dios para que el hombre sea feliz (Dt 63). “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón…, más preciosos que el oro…; más dulces que la miel de un panal que destila” (Sal 19,9.11). Y es que sin la alegría de creer, es imposible la alegría de vivir la fe.
    Pero hay algo más, la Palabra de Dios no solo nos dice que Jesús es el verdadero Templo, sino que nuestra vocación es  ser templos del Espíritu: espacios desde los que se glorifique a Dios. “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el  Espíritu de  Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3,16). Que somos espacios sagrados, que no podemos profanar, porque cuando lo hicisteis con uno de estos, los hicisteis conmigo.  ¡Atención a no  confundir ni confundirse!    
     Estamos ante la celebración de la Semana Santa, ¿y no podemos pervertirla, convirtiéndola en pretexto para la evasión, la ostentación y el consumo? No seré yo quien invite a coger ningún látigo, pero sí a preguntarnos: si Jesús viniera a nuestra Semana Santa ¿se reconocería, y en quién se reconocería?

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Advierto en mí frutos de conversión?
.- ¿Me percibo y percibo a los otros como “templo” de Dios?
.- Cómo vivo los “mandamientos”: como don o como imposición?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 22 de febrero de 2018

DOMINGO II DE CUARESMA -B-

1ª Lectura: Génesis 22,1-2. 9a. 15-18

    En aquel tiempo Dios puso a prueba a Abrahán llamándole: ¡Abrahán!  Él respondió: Aquí me tienes.
    Dios le dijo: Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicaré.
    Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí un altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor gritó desde el cielo: ¡Abrahán, Abrahán!  Él contestó: Aquí me tienes.
    Dios le ordenó: No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo.
    Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.
    El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: Juro por mí mismo -oráculo del Señor-: Por haber hecho eso, por no haberte reservado a tu hijo, tu único hijo, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de las playas. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.

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    El texto ha de ser contemplado en dos niveles: el primero, refleja la fe de Abrahán en Dios y su amor a él por encima de todo. Y eso revertirá en bendición. Las pruebas de la fe son siempre enriquecedoras: Abrahán salió enriquecido.
    El segundo, anuncia en profecía el amor de Dios, que si no permitió que Abrahán sacrificara a su hijo Isaac,  sí permitió el sacrificio de su Hijo, a quien no se lo reservó sino que lo entregó (Jn 3,16), y se entregó en él, por amor al hombre pecador. Y en ese Hijo hemos sido bendecidos con todo tipo de bendiciones espirituales (Ef 1,3).

2ª Lectura: Romanos 8,31b-34

    Hermanos:
    Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?

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     El texto forma parte de un himno apasionado y optimista del amor salvador de Dios. No hay duda: Dios está con nosotros; la prueba es Jesucristo. Toda su existencia, vida, muerte y resurrección, es una existencia “entregada” por amor al hombre necesitado de salvación. Sin aludirlo expresamente, san Pablo tiene presente el caso del sacrificio de Isaac. Dios supera cualitativamente a Abrahán.

Evangelio: Marcos 9,1-9

    En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús.
     Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
    Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
    De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.
     Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.

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    El relato de la Transfiguración es un relato de revelación. Muestra la centralidad plenificadora de Jesús -entre Elías, el profeta de los últimos tiempos- y Moisés, el revelador de la Ley- y su verdad íntima y última: el Hijo amado de Dios. La invitación a “escucharle” es la tarea de quien quiera ser su discípulo. Una escucha cordial, que ha de traducirse en la vida. En la “conversación” de Elías y Moisés con Jesús reciben de él su luz y su plenitud la Ley y los Profetas (Mt 5,17).

REFLEXIÓN PASTORAL

     Avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud, era el horizonte que el pasado Domingo nos marcaba la oración "colecta" de la misa. Y para eso hoy Jesús, junto con Pedro, Santiago y Juan, nos lleva al monte de la Transfiguración. Necesitamos inundar nuestra vida con su luz, para ser “luz del mundo” (Mt 5,14); necesitamos acceder a su verdad más íntima, para ser testigos de la Verdad…
     El escenario que contempla el evangelio de este domingo es radicalmente distinto al del domingo pasado: del desierto inhóspito y  árido, al monte luminoso de la Transfiguración; del Jesús tentado por el diablo, al Jesús glorificado por el Padre; del “Si eres hijo de Dios…”, al  Este es mi Hijo”.    
     La Cuaresma nos sitúa ante la apremiante necesidad de situarnos en la ruta de Jesús, de asumir sus proyectos, ya que “mis planes no son vuestros planes” (Is 55,8), de abrir nuestro corazón a su evangelio -“convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15)-, y esto exige someter nuestra vida a un fuerte ritmo. Un camino que solo podremos recorrer y un ritmo que solo podremos mantener, iluminados por la convicción y la experiencia de la cercanía y de la presencia del Señor.
     De ahí que exclame san Pablo: “Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (2ª lectura). Aún las situaciones aparentemente más contradictorias y desesperadas encuentran la perspectiva justa cuando los ilumina la fe. Dios es quien da la auténtica dimensión a las cosas. Sin él todo se desdibuja, se tergiversa…, y el hombre y el mundo quedan desenfocados, sin perspectiva.
     La primera lectura nos ofrece un ejemplo claro de cómo quien se abandona, quien abraza cordialmente el plan de Dios, no queda frustrado. ¡Dios no defrauda, ni merma! ¡Devuelve, enriquecida, nuestra ofrenda!
     A Abrahán se le exige que sacrifique su futuro, su hijo único, al que quiere, a Isaac, y él no pregunta, no se revela, no formula ningún “pero”… ¡Dios proveerá! Se fía de Dios más que de sí mismo… En definitiva, su futuro no estaba en su hijo, su futuro era Dios y estaba en Dios. Y obedeciendo a Dios hasta el final no perdió a su hijo, y ganó el futuro.
    Por el contrario, nosotros ¡cuántas veces nos desestabilizamos ante cualquier dificultad e impugnamos el proceder de Dios, haciéndole responsable de nuestra irresponsabilidad! ¡Cuántos porqués dirigidos a Dios, deberíamos responderlos nosotros mismos!
     Nos cuesta aceptar la limitación inherente a nuestro ser de criaturas; nos cuesta abrazar cordialmente las exigencias de la conversión cristiana; nos cuesta desprendernos de nuestros esquemas de vida para acoger los del Señor; nos cuesta todo tanto, hasta parecernos imposible; nos falta clarividencia para descubrir la auténtica verdad, más allá de la aparente verdad de las cosas…, porque nos falta la experiencia de Dios, de su cercanía, de su presencia. Y un creyente sin experiencia de Dios es una contradicción. Sin sentir esa presencia íntima, esa fuerza de Dios, la vida cristiana es imposible. No es una aventura sino una locura.
     Profundicemos en el mensaje de la palabra de Dios, que nos invita a situarnos en la ruta de Jesús, a caminar a su ritmo; a hacer un camino que, gracias a Dios, pasará por la etapa del monte Calvario, pero que tiene su meta definitiva en el de la Transfiguración. Una ruta que, contra toda apariencia, tiene sentido, porque es Dios quien la da el sentido, ya que “si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom 8,31)
      El evangelio de hoy ilumina la Cuaresma, descubriendo su auténtico sentido: la meta de la conversión cristiana no es la mortificación, sino la transfiguración.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Me fío y confío en el Señor?
.- ¿Hasta dónde permito que Dios “invada” mi vida?
.- ¿Es la luz y la verdad de Dios las que iluminan mis pasos?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.


miércoles, 14 de febrero de 2018

DOMINGO I DE CUARESMA -B-


1ª Lectura: Génesis 9,8-15

    Dios dijo a Noé y a sus hijos: Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron, aves, ganados y fieras, con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: El diluvio no volverá a destruir la vida ni habrá otro diluvio que devaste la tierra. Y Dios añadió: Esta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: Pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes. 

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    El texto no muestra la primera alianza de Dios con Noé y con todos los seres vivos. Y no deja de ser significativo que la primera lectura del primer domingo de Cuaresma nos hable de un pacto incondicional de Dios. Una alianza de vida; una alianza unilateral, cuyo signo será el arco iris. Dios se constituye en garante de su obra: la creación.  Le seguirá la alianza con Abrahán y su descendencia, y el signo será la circuncisión (Gén 17); la tercera será la del Sinaí, limitada a Israel, con la observancia de la Ley como contrapartida (Éx 19). Dios es el Dios de la alianza; un Dios aliado con el hombre y con el mundo, y para siempre. Esa cadena de alianzas hallará su plenitud en la Nueva Alianza, sellada en la muerte y resurrección de Cristo.

2ª Lectura: 1 Pedro 3,18-22

    Queridos hermanos:
    Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Con este Espíritu fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos -ocho personas- se salvaron cruzando las aguas. Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús Señor nuestro, que está a la derecha de Dios.

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  El texto seleccionado forma parte de un antiguo credo cristiano, de origen probablemente bautismal. Tiene como finalidad ayudar a comprender el sufrimiento inocente, contemplando el modelo de Cristo, y animar a una vida sin pecado; una vida conquistada por Cristo, autor de la alianza definitiva de Dios y a la que somos incorporados por el Bautismo. El texto en algunas de sus expresiones no resulta de  fácil interpretación, en concreto la identificación de “los espíritu encarcelados”: ¿los demonios?, ¿los castigados en el Diluvio?, ¿los justos muertos antes de Cristo y que esperaban su resurrección? Pero lo importante es notar que todos los espacios están abiertos a la misericordia de Dios y son visitados por ella.

Evangelio: Marcos 1,12-15

    En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Nueva.

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    Jesús es Mesías e Hijo de Dios, pero en la debilidad de la condición humana: la tentación (cf. Flp 2,6-8). También él tiene que vivir la prueba y el desierto. Marcos, desde el principio, quiere evitar una visión equivocada de la persona  y misión de Jesús. Por otra parte, la alusión a la convivencia con las fieras y al servicio de los ángeles sugiere la realidad de Jesús como el  “último Adán”, el hombre verdadero.

REFLEXIÓN PASTORAL

     El pasado miércoles iniciábamos un nuevo tiempo litúrgico: la Cuaresma.  Tiempo favorable” (2 Cor 6,2,) porque nos invita a “avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo y a vivirlo en su plenitud Cristo” (oración colecta). 
    En la ceremonia de la imposición de la ceniza se nos dijo: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Y es que solo así podremos alcanzar el objetivo de la Cuaresma. Los textos bíblicos de este primer domingo ofrecen puntos luminosos para entregarnos a este quehacer.
     La vida hay que vivirla con esperanza porque, más allá de los avatares puntuales de la historia, está garantizada por Dios, que ha empeñado su palabra en un pacto gratuito e incondicional (1ª lectura), renovado en la sangre de la Nueva Alianza (2ª lectura).
     Dios es nuestro aliado, está a nuestro lado, está de nuestra parte, aunque en ocasiones tengamos la sensación de estar solos y abandonados. “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 23,4). Y esta es una convicción necesaria para atravesar los desiertos de la vida, sembrados de tentaciones y dificultades.
      El evangelio nos presenta a Jesús empujado por el Espíritu al desierto, lugar inhóspito y acogedor a un tiempo; “archivo histórico” y “espacio penitencial” y “esponsal” para la memoria de Israel. La experiencia de Jesús en el desierto, como la experiencia de Israel, fue una experiencia guiada por Dios. Dios conduce al desierto para darse a conocer sin filtros y para conocer sin máscaras.
      Y allí pasó Jesús 40 días, como Moisés en el Sinaí (Éx 34,28), como Elías en el Horeb (1 Re 19,1-8). Y “se dejó tentar”. Con este pasivo san Marcos apunta a que la tentación no se le impuso, sino que la permitió él, mostrando así su voluntad de hacerse semejante a los hombres (Flp 2, 8), y de enseñarnos a ser hombres en la tentación.
     Sin embargo, a diferencia de los otros evangelistas (Mt y Lc), san Marcos no detalla las tentaciones ni habla de ayunos, pero subraya algo que silencian los otros: “Vivía con las fieras y los ángeles lo servían”. Procediendo así, por una parte muestra la realidad humana concreta de Jesús en un discernimiento personal, en una búsqueda del sentido de su vida, y por otra, presenta su figura como el nuevo Adán, viviendo en armonía con los animales en el Paraíso. Pero con una diferencia, Jesús no sucumbió a la tentación, como sucumbió Adán.
         Y clarificada su vocación, Jesús se entrega a la misión. La enseñanza es clara: antes de cualquier misión se requiere una clarificación; pero una vez alcanzada ésta, se impone la misión.
        Transitemos por este “tiempo oportuno” y de “oportunidades” que es la Cuaresma. ¡Ojalá en él escuchemos la voz del Señor y no endurezcamos el corazón.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué espíritu abordo la Cuaresma?
.- ¿Cuáles son mis tentaciones?
.- ¿Cuáles son mis obras de conversión?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 7 de febrero de 2018

DOMINGO VI -B-


1ª Lectura: Levítico 13,1-2. 44-46

    El Señor dijo a Moisés y a Aarón: Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel y se le produzca la lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra, y es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza.
    El que haya sido declarado enfermo de lepra, andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: “¡Impuro, impuro!” Mientras le dure la lepra, seguirá impuro: vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.

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    La lepra es considerada en la Biblia, y en el judaísmo como uno de los peores males. Al golpeado por ella se le consideraba como un muerto viviente (Núm 12,12). La enfermedad les obligaba a vivir marginados (Lv 13, 45-46), (era un medio de aislar la enfermedad en una época en que las posibilidades médicas para combatirla eran muy escasas o prácticamente inexistentes). Solo Dios podía curarla (Núm 12,13), devolviendo el enfermo a la comunidad. En Lv 14 ,1-32 se determinan las ofrendas a presentar y el ritual de purificaciones a cumplir tras la curación.
 

2ª Lectura: 1 Corintios 10,31-11,1

    Hermanos:
    Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivos de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios. Por mi parte, yo procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de ellos, para que todos se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.

                                     ***             ***             ***

    La existencia cristiana debe ser significativa; su motivación debe estar radicada en la fe, y debe ser una expresión de la misma. Cristo es el referente, y no ningún código ético. Tener su mentalidad (1 Cor 2,16), sus sentimientos (Flp 2,5) es el proyecto cristiano.

Evangelio: Marcos 1,40-45
                                         
                                                               

    En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme.
     Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio.
     La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.
     Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aún así acudían a él de todas partes.

                                              ***             ***             ***

     Esta es la única narración de curación de un leproso que nos transmite san Marcos. La lepra y el leproso eran signos de marginación y exclusión de la comunidad (cf Lv 13,45-46). En tiempos de Jesús  los leprosos no podían entrar en Jerusalén. En los restantes lugares podían vivir, pero tenían que arreglárselas por su cuenta. El encuentro con un leproso volvía a uno impuro. Jesús no teme contagios, porque es la Salud y la Vida; para él no hay barreras: ha venido a romper cualquier muro ritual o real (cf.  Ef 2,14). Esa curación es un signo y un testimonio para el judaísmo del mesianismo de Jesús: "los leprosos quedan limpios" (Mt 11,5).


REFLEXIÓN PASTORAL

    En uno de sus primeros discursos,  san Pedro sintetizó el ser y hacer de Jesús con estas palabras: “Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos, porque Dios estaba con El” (Hch 10,38).
    Cuando el Bautista envió una embajada a Jesús para informarse sobre la verdadera identidad del profeta de Nazaret, con la pregunta: “¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”, el Señor le respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y  los pobres son evangelizados” (Mt 11,2-5).
     Y, ya en el primer momento de su ministerio público, en la sinagoga de Nazaret, esbozó su programa con las palabras del profeta: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar, a proclamar a los cautivos la libertad,  y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).
     Este fue su estilo. Nos enseñó que ningún asunto es tan urgente como para obligarnos a pasar de largo, sin detenernos, ante las necesidades de un hombre o mujer; que no es correcto dar un rodeo o torcer la cabeza para ignorar al caído en la cuneta de la vida. Recordemos la parábola del buen samaritano: no se puede argumentar con la religión y sus obligaciones para evadir el compromiso humano (cf. Lc 10,25-37)
     El relato evangélico de hoy nos presenta al Señor sanando a un leproso, enfermedad que, como se nos dice en la primera lectura, suponía la exclusión de la vida comunitaria y condenaba a los que la sufrían a vivir fuera de los poblados, por motivos de prevención de contagios, cuando la medicina era muy rudimentaria.
     Pero Jesús no tuvo miedo al contagio, ni se detuvo ante las severas penas que amenazaban a los que entraban en contacto con los leprosos. El veía en el leproso no un riesgo de contagio, sino la urgencia del amor;  no un peligro, sino un hombre… Y nos quedó este mensaje: “Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13,15), y “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). Por eso, Pablo en la segunda lectura propone a Jesucristo como el referente ético de la vida.
     La lepra más peligrosa no es la de la piel, sino la del corazón, y hasta ahí llega la voluntad sanadora de Jesús, a limpiar el corazón para, sanado, convertirlo en casa de acogida cálida y fraterna.
     Hoy, en la Jornada de Manos Unidas contra el hambre se nos hace una llamada a salir de nuestras vidas satisfechas, a veces saturadas, para compartir, para unir nuestras manos en la tarea de amortiguar el hambre, esa lepra, que es, paradójicamente, el alimento diario de millones de hombres.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cuál es mi proyecto vital? ¿Cristo?
.- ¿Mi paso por la vida es un paso bienhechor?
.- ¿Rehúyo los encuentros de riesgo? ¿Temo los “contagios”?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.



viernes, 2 de febrero de 2018

DOMINGO V -B-

1ª Lectura: Job 7,1-4. 6-7

    Habló Job diciendo: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.

                                           ***    ***    ***

    En su postración Job hace un resumen apretado de la vida: corta, frágil, sin horizontes de futuro. Y no es malo caer en la cuenta de esta “fragilidad”; pero no es esa la lectura completa. No todo es oscuridad y sinsentido: hay una mirada que puede aportar esperanza, la de Dios. Y a esa mirada se encomienda: “Recuerda…”.

2ª Lectura: 1 Corintios 9,16-19. 22-23

    Hermanos:
    El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación de esta Buena Noticia. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar también yo de sus bienes.

                                           ***  ***    ***   

    Pablo habla de la urgencia de la evangelización y de la gratuidad de la misma. Su vida está captada por y para el Evangelio. En su discurso hay una cierta crítica para los que viven del Evangelio (1 Cor 9,1-14). “Dad gratis…” (Mt 10,8); esta consigna de Jesús guía la vida de Pablo. Y evangelizar no es solo anunciar de palabra el evangelio, sino “hacerse” evangelio para todos: disponibilidad total, sin exclusiones.

Evangelio: Marcos 1,29-39

     En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.
    Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca.
    Él les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.
    Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

                                      ***    ***    ***            

    Tres momentos destacan en este relato: 1) la curación de la suegra de Pedro (que muestra el talante natural de Jesús, atento a los detalles. 2) Un sumario que globaliza su actividad sanadora y regeneradora de la vida. 3) La indivisible unión entre oración y misión. Marcos subraya que Jesús no se deja hipotecar por la popularidad; no se detiene a rentabilizar el éxito; su tarea es evangelizar, pasar por la vida haciendo el bien, gratuitamente.

REFLEXIÓN PASTORAL

           Jesús es un centro, un foco de salud y de vida. Entra en la historia anunciando y realizando el Reino de Dios, es decir, anunciando y realizando la presencia salvadora de Dios, a todos los niveles y en todos los lugares.
            Nos cuenta hoy el evangelista Marcos que, al salir de la sinagoga de Cafarnaún, donde acababa de curar a un enfermo, Jesús se dirige con los primeros cuatro discípulos a la casa de Simón y de Andrés. Al entrar, se entera de que la suegra de Simón está enferma, inmediatamente se acerca a ella, interesándose por su estado; le toma de la mano y le devuelve la salud, incorporándose ella a los quehaceres de la casa. Se trata casi de una anécdota intranscendente, que nos habla, sin embargo, elocuentemente de la sensibilidad de Jesús. Para él nada es irrelevante.
          Al atardecer, pasado el sábado, la casa de Simón y de Andrés se ve rodeada de enfermos que buscan ser curados. Y Jesús, nos dice el evangelista, devuelve a muchos la salud. Pero no termina ahí su quehacer.
         Cuando todos duermen, él sale a un lugar solitario a orar. La oración es un aspecto fundamental de su acción evangelizadora. A Jesús no le bastaba estar con los hombres, ni siquiera morir por los hombres; necesitaba momentos de absoluto, de comunicación y comunión íntima con el Padre Dios.
           Y aquí suele residir el fallo de no pocos proyectos de evangelización y de no pocos evangelizadores: la falta de la oración. Evangelizar no es solo transformar el mundo, sino transformarlo según el designio de Dios. Para eso hay que contemplar a Dios. Y eso no se improvisa. ¡Cuánto tiempo dedicamos a programar! ¿Y a orar? ¿Oramos nuestras programaciones?
         Advertida su ausencia, los discípulos le buscan nerviosos. “Todo el mundo te busca”, le dicen al encontrarle, en un intento de hacerlo regresar al fervor de la multitud entusiasmada. Pero Jesús no se deja monopolizar ni marear por los aplausos. Su misión es hacer el bien, sin detenerse a rentabilizarlo; por eso les dice. “Vamos a otra parte…, que para eso he salido”.
         Y es que Jesús todavía es necesario, y “todos le buscan”. Todos los que como Job, en la primera lectura, buscan el sentido de la vida. Para ese hombre, descrito como jornalero resignado, muchas veces sin horizontes ni perspectivas, agotado, desasosegado, para ese hombre debe seguir resonando y actualizándose el evangelio de Jesús. Y ¿cómo? A través de hombres que sientan en lo más hondo de su ser la urgencia de prestar ese servicio.
           “¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!”, exclama san Pablo en la segunda lectura. Y para eso no duda en hacerse “débil con los débiles…, y todo a todos”. Sabiendo que en ese deshacerse por el Evangelio está construyendo su futuro personal, y un futuro mejor para los demás.
               La palabra de Dios nos invita hoy a dirigir la mirada a Jesús, fuente de vida y de salud, modelo de evangelizador con la acción y la oración;  a dirigir la mirada al hombre para ofrecerle, desde la propia vivencia, el mensaje sanador y esperanzador de la caridad del Evangelio como alternativa a una vida que se consume sin esperanza (y muchas veces hasta sin pan); y a dirigir la mirada a Dios, para pedirle la audacia que, como a Pablo, nos lleve a servir con generosidad la causa del Evangelio, que muchas veces es la causa de los menos favorecidos.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Siento la urgencia de anunciar y hacer presente el Evangelio de Jesús?
.- ¿Se consume mi vida en una atonía existencial?
.- ¿Busco de verdad a Jesús?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.