miércoles, 29 de marzo de 2017

DOMINGO V -A-


 1ª Lectura: Ezequiel 37,12-14

     Esto dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor: os infundiré mi espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra, y sabréis que yo el Señor lo digo y lo hago. Oráculo del Señor.

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     El fragmento escogido forma parte del famoso discurso sobre “los huesos secos” (Ez 37,1-14), que el profeta dirigió a los desterrados en Babilonia, escépticos, cuando no resignados, ante lo que consideraban irreversible: el exilio como la tumba del pueblo. Dios se les revela como dador de vida, a través de su espíritu.
    El texto, directamente, está contemplando la restauración mesiánica del pueblo. Pero con los símbolos utilizados, orientaba ya hacia la idea de una resurrección individual, entrevista en Job 19,25 y explícitamente afirmada en Dan 12,2; 2 Mac 7,9; 12,4. Tema que adquirirá su configuración definitiva en el NT.

2ª Lectura: Romanos 8,8-11

    Hermanos:
    Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

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     El discurso teológico de san Pablo alcanza su culmen en este capítulo 8 de la carta a los Romanos. En el texto seleccionado se destaca al Espíritu como centro de la vida del cristiano. Lo que en otros lugares san Pablo atribuye al Padre o a Cristo aquí lo atribuye al Espíritu. Por otro lado, el Apóstol destaca los dos modos de existencia humana -la carne y el espíritu- y su incompatibilidad radical. Ambos conceptos tienen posiblemente resonancias “griegas” y “hebreas”.
     Hablando del hombre, con el concepto “carne” san Pablo alude a lo pecaminoso, a lo desviado del hombre, a su fragilidad creatural; y con el concepto “espíritu” se refiere a la apertura a lo divino, que le posibilita la comunión con Dios. Con todo, la antropología paulina no es dualista, sino profundamente integrada.


Evangelio: Juan 11,1-45

                                              
     En aquel tiempo…., las hermanas (de Lázaro) le mandaron recado a Jesús, diciendo: Señor, tu amigo está enfermo.
     Jesús, al oírlo, dijo: Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
     Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días donde estaba. Solo entonces dijo a sus discípulos: Vamos otra vez a Judea…. Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado…. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
    Y dijo Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
     Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.
     Marta respondió: Sé que resucitará en la resurrección del último día.
    Jesús le dice: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Cree esto?
    Ella le contestó: Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo…
    Jesús, muy conmovido preguntó: ¿Dónde le habéis enterrado?
    Le contestaron: Señor, ven a verlo.
    Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería! Pero algunos dijeron: Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera este?
     Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. Jesús dijo: Quitad la losa.
    Marta, la hermana del muerto, le dijo: Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.
    Jesús le dijo: ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?
    Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado. Y dicho esto, gritó con voz potente: Lázaro, ven afuera.
      El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús le dijo: Desatadlo y dejadlo andar.
     Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

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     Nos hallamos ante el último y más desarrollado de los “signos” de Jesús narrados en el IV Evangelio (2,1-11; 4,46-54; 5,1ss; 6; 9,1ss; 11,1ss). El centro del mismo reside en la presentación de Jesús como la Vida y Señor y dador de la Vida. Una vida que nace de la fe en él -“¿Crees esto?”-. La resurrección tiene lugar en el encuentro con Cristo. No hay que esperar a morir para resucitar; el creyente resucita sacramentalmente en las aguas del bautismo. Los demás aspectos del relato no deben distraer de lo que es el centro del mismo. La profesión de fe de María, la hermana de Lázaro: “Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” es el punto al que quiere conducirnos esta escena evangélica.

  
REFLEXIÓN PASTORAL

      El relato evangélico de este domingo está construido con elementos de gran densidad y significación teológicas. Hay un núcleo hacia el que todo converge y desde el que todo se ilumina: “Yo soy la resurrección y la vida…” (Jn 11,25).
     El protagonista no es Lázaro, sino Jesús; no es la resurrección de Lázaro, sino Jesús como resurrección; no es la muerte de Lázaro, sino la vida que da Jesús, lo que se pretende subrayar. Se trata no de la resurrección de “un hombre”, sino de la resurrección “del hombre”; de la vida que, deteriorada y muerta por el pecado, es llamada vigorosamente a resucitar, participando de la vida de Dios ofrecida en y por Jesucristo.
      La Vida habita en Jesús: es el agua viva, el pan vivo, la vida… “He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (10,10). Jesús es Señor y dador de Vida;  no solo para la otra vida; también para esta, aportándole calidad y sentido.  “Mi vivir es Cristo” (Flp 1,21), dirá Pablo de Tarso, sintetizando los contenidos y motivos de su existir.
      En la segunda lectura se subraya este aspecto: Cristo es el principio vital del hombre: “Si Cristo está en vosotros, el espíritu vive por la justicia” (Rom 8,10). Quien lo incorpora a su vida y se incorpora a su Vida, en él la muerte ya no tiene dominio. La Vida tiene nombre propio: Jesús. La última palabra no la dicta la muerte, sino la Vida. La muerte física es una exigencia del guión, pero no es el final de la película. “¿Dónde está muerte tu victoria?” (1 Cor 15,57).
      Ante la Vida, la muerte es solo un sueño. “Lázaro, nuestro amigo, está dormido” (Jn 11,11)… Y, como a Marta, se nos pregunta: “¿Crees esto?” (Jn 11,26). ¡Convertirse a la Vida (cf. Jn 17,3)! Y quien tiene esta fe, que se verifica en la caridad, ha superado ya la muerte, pues “en esto sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, si amamos…” (1 Jn 3,14).
     “Hay que vivir la vida”, pero lo entendemos en un sentido minúsculo e intranscendente. Convirtámoslo en proyecto mayúsculo. ¡Vivir la Vida! Para eso hay que “beber la Vida" y "comer la Vida" en su fuente más pura y original, en la Eucaristía y en la Palabra de Dios; en la fuente de Aquel que ha dicho “Yo soy la Resurrección y la Vida…(Jn 11,25); si alguno tiene sed que venga a mí y beba, y de su seno correrán ríos de agua viva” (Jn 7,37).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué principios guían mi vida? ¿Los de la carne o los del Espíritu?
.- ¿Cuáles son los signos de un resucitado?
.- ¿Con qué pasión sirvo vida desde la Vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.



jueves, 23 de marzo de 2017

DOMINGO IV -A-


 1ª Lectura: 1 Samuel 16,1b. 6-7. 10-13a

En aquellos días, dijo el Señor a Samuel: Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí.
Cuando se presentó vio a Eliab y se dijo: Sin duda está ante el Señor su ungido. Pero el Señor dijo a Samuel: No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira al corazón.
Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel le dijo: A ninguno de estos ha elegido el Señor.
Preguntó, pues, Samuel a Jesé: ¿No quedan ya muchachos?
El respondió: Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño.
Dijo entonces Samuel a Jesé: Manda que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido. Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia.
Dijo el Señor: Levántate y úngelo, porque éste es. Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos.

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Respecto del acceso de David al liderazgo de Israel hay tres relatos: (1 Sam 16,1-13; 16,14-23; 17,12-30). De las tres versiones, la primera parece la menos antigua. 2 Sam 2,4; 5,3 no mencionan la unción de 1 Sam 16,1-13).
En tiempos de Saúl el poder se legitimaba carismáticamente, no existía una legitimación dinástica. Decepcionado por Saúl, Samuel se dirige, por orden de Dios, a  Belén en busca de un nuevo Ungido. Pero los criterios de Samuel no coinciden con los de Dios. La mirada de Dios es distinta: no elige por las “apariencias”. El Ungido de Dios no es resultado de presupuestos humanos. Con este relato se reivindica la teología de la gracia.

2ª Lectura: Efesios 5,8-14

Hermanos:
En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz) buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino  más bien poniéndolas en evidencia.  Pues hasta ahora da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.

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A los cristianos de Éfeso el apóstol les recuerda algunas de las exigencias de la vida nueva en Cristo a nivel personal, familiar y social (Ef 4,17-6,20). Iluminado por la luz de Cristo, el cristiano debe iluminar el camino de la vida con sus actitudes y comportamientos. La transformación personal gracias a Cristo, debe traducirse en responsabilidad personal. La denuncia del cristiano se realiza desde la coherencia de una vida conforme a las exigencias del Evangelio.

Evangelio Juan 9,1-41
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento…, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).
Él fue, se lavó y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: ¿No es ése el que se  sentaba a pedir? Unos decían: No es él, pero se le parece. El respondía: Soy yo…
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que Jesús hizo barro y se le abrió los ojos) También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: Me puso barro en los ojos, me lavó y veo.
Algunos de los fariseos comentaban: Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado. Otros replicaban: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?  Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos? Él contestó: Que es un profeta…
Le replicaron: Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?  Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre? El contestó: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
Jesús le dijo: Lo estás viendo: el que te está hablando ése es.
Él le dijo: Creo, Señor. Y se postró ante él.


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Jesús es la Luz que brilla en la oscuridad (cf. Jn 1,5; 8,12). El texto evangélico está construido con elementos múltiples y teológicamente densos. Hay una comprensión nueva de las limitaciones humanas -la ceguera-; aparece el enfrentamiento entre la Luz y las tinieblas, personificadas en Jesús y los dirigentes religiosos; existe una clara simbología bautismal (la piscina de Siloé evoca la fuente bautismal, la pregunta de Jesús –“¿Crees en el Hijo del Hombre?”- y la respuesta del ciego –“Creo, Señor”- recuerdan las preguntas bautismales…)…
Jesús produce un doble efecto: es Luz para los que reconocen su oscuridad, la necesidad que tienen de ser iluminados; es oscuridad para los que creen bastarse a sí mismos para aclararlo todo, incluso el misterio de su propia oscuridad. Los ciegos comienzan a ver, los que creen ver se quedan cegados. La luz es la gran oferta de Dios en Jesucristo, pero esa luz se expone, no se impone.


REFLEXIÓN PASTORAL

Junto al pozo de Sicar, Jesús se reveló como el agua viva. Hoy se nos presenta bajo otra imagen, también fundamental: la luz (Jn 8,12).
Nosotros estamos un tanto incapacitados para vibrar ante estas imágenes. Casi desconocemos el hecho de la sed física -saturados de marcas de bebidas-, y respecto de la luz puede que ocurra lo mismo: basta apretar un botón y la luz se hace en torno nuestro… Pero hay ciertos tipos de sed y ciertas oscuridades y penumbras de la vida que no se sacian con cualquier agua ni se disipan con cualquier luz. Solo Jesús es el agua viva y la luz capaz de alcanzar esas zonas de la existencia. Y si el agua se hizo sed para provocar la sed de aquella mujer, hoy la luz brilla en un ciego de nacimiento. Agua y sed, luz y tiniebla, esa es la relación de Jesús con nosotros.
Y comienza el proceso clarificador de Jesús deshaciendo un maleficio que durante mucho tiempo se esgrimió contra los “desgraciados”, la identificación desgracia y pecado. “¿Quién pecó éste o sus padres para que naciera así?” (Jn 9,2).
El sufrimiento humano no es reprobación ni lejanía de Dios. En la cruz de Cristo, y en toda cruz, Dios se revela particularmente como Enmanuel. “Ni pecó este ni sus padres, sino para que se manifieste en él la obra de Dios” (Jn 9,3). El dolor humano es un misterio con muchos responsables; solo uno no es responsable, aunque no sea ajeno a él, Dios. Jesús vino a abrir los ojos, también sobre esto.
Pero no fue un quehacer fácil: la curación de estos ciegos y cegados  dejaba en evidencia a sus guías, más interesados en seguir haciendo de guías que en devolverles la vista para que pudieran caminar por sí mismos. También, es verdad, hay quienes prefieren ser guiados -a costa de seguir siendo ciegos- a asumir los riesgos de hacer personalmente la propia andadura. Ambas actitudes las descalifica Jesús.
Jesús vino a abrir los ojos del hombre para que viera por sus propios ojos, pero vino, además, a dar profundidad y horizonte a su mirada. Vino a que el hombre recuperara el punto de vista de Dios y su mirada, que no es como la del hombre, “pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira al corazón” (1ª lectura). Y a que caminara por la vida luminosamente, como hijo de la Luz (2ª lectura).
Nuestra vista frecuentemente está cansada de ver siempre lo mismo. De tanto mirar egoístamente para nosotros, hemos terminado por perder la justa perspectiva de la realidad; hemos terminado por no saber mirar a Dios y a los otros o, lo que es peor aún, los hemos confundido con nosotros mismos. Jesús nos enseña que para ver bien, hay que purificar el corazón -“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8)-. Y él es la Luz que ilumina el corazón y la vida.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Brilla Jesús en mi vida? ¿Con qué intensidad?
.- ¿Cuál es mi punto de mira: La apariencia o el corazón?
.- ¿Aporto luz a la vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

lunes, 13 de marzo de 2017

DOMINGO III DE CUARESMA -A-


 1ª Lectura: Éxodo 17,3-7

    En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: ¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?
    Clamó Moisés al Señor y dijo: ¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.
    Respondió el Señor a Moisés: Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb: golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.
     Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Massá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor diciendo: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?

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    En el éxodo hacia la libertad, el pueblo de Israel sufrió muchos problemas y tentaciones; el relato seleccionado presenta una de las escenas más emblemáticas de ese camino difícil. El pueblo duda de la capacidad de Moisés, y se rebela contra él. En el fondo la protesta es contra Dios, contra su fidelidad y capacidad salvadoras. Esto pone “nervioso” a Moisés. Pero Dios, con paciencia de padre, acepta la prueba y muestra, una vez más, que está en medio de su pueblo.

2ª Lectura: Romanos 5,1-2. 5-8

    Hermanos:
    Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria del Hijo de Dios. La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones  con el Espíritu Santo que se nos ha dado. En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; -en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir-; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

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     Este pasaje sirve de puente entre los dos grandes conjuntos de Rom 1,18-4,25 y 5,12-8,49. Son versículos de una gran densidad teológica y espiritual. La fe en Cristo nos introduce en la paz con Dios y en la esperanza. Paz y esperanza que no son reductibles a meros sentimientos, sino que hallan su fundamento no en nuestros méritos sino la comunión con Dios, don gratuito de su amor en Jesucristo. Él es la prueba de que Dios está con nosotros y en favor nuestro.

Evangelio: Juan  4,5-42
                                                         
     En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
     Llegó una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: Dame de beber. (Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida).
     La Samaritana le dice: ¿Cómo tú, siendo judío, me pide de beber a mí, que soy samaritana? (porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
     Jesús le contestó: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
     La mujer le dice: Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
     Jesús le contesta: El que bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
      La mujer le dice: Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla… Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
     Jesús le dice: Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
     La mujer le dice: Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo.
     Jesús le dice: Soy yo: el que habla contigo…
     En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él… Y decían a la mujer. Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el salvador del mundo.

                                   ***                  ***                  ***

      La escena es sugerente. Los pintores la han recreado profusa y hermosamente. Nos habla de un Jesús liberado y liberador de prejuicios culturales y religiosos, invitando a superar fronteras personales y nacionales (Jn 4,9; cf. Jn 8,48; Lc 9,52-55), y a convertirse todos “al Padre en espíritu y verdad, porque así quiere Dios que sean los que le adoren” (Jn 4,23).
     Centrados ya en la mujer, puede descubrirse un proceso interesante. La samaritana participa de los tópicos de su tiempo (Jn 4,9); no alcanza a vislumbrar la profundidad de la petición de Jesús (Jn 4,7), por eso su respuesta es superficial (Jn 4, 11-12). Pero no se queda ahí; en ella hay sinceridad y ansia de la verdad. Ante la clarificación de Jesús (Jn 4,13-14), proclama su sed más profunda: “Dame de esa agua” (Jn 4,15). Toda su situación personal entra en proceso de cambio (Jn 4,16-20). Busca dónde adorar a Dios (Jn 4,20) y se deja descubrir por Jesús (Jn 4, 16-18. 29).
     De mujer superficial pasa a mujer sedienta. Y de ahí, a mujer apóstol (Jn 4,28-29. 39). Todo encuentro con Cristo que no termina en testimonio de Cristo es un encuentro fallido.
     El final del relato es grandioso, marca el itinerario del proceso creyente: de la fe en las palabras “sobre” Jesús, pronunciadas por la samaritana, a la fe en la palabra que “es” Jesús (Jn 4,41). Y todo empezó no con una predicación, sino con la petición de un poco de agua junto a un pozo, al mediodía. ¡Vaya estrategia pastoral!

REFLEXIÓN PASTORAL

     Una mujer va a buscar el agua, el agua de siempre, el agua de la sed de cada día..., y se encuentra, no en el fondo del pozo, sino en el brocal, al agua verdadera, la que sacia la sed de los hombres.
     Se inicia un diálogo impresionante. Jesús, para suscitar la sed de aquella mujer, se presenta como sediento; el agua se hace sed: “Mujer, dame de beber” (Jn 4,7). ¡Qué estrategia tan fantástica e insospechada! Acercarse al otro no para imponer, ni siquiera para exponer la Verdad, sino para escuchar y conocer la suya.
     Procediendo así, Cristo nos revela una vía nueva  de acceso a los hombres: porque nadie está totalmente desprovisto de verdad. ¡No suele ser ese nuestro estilo! Frecuentemente nos acercamos a los otros como poseedores de una verdad -la nuestra- que no suscita interés alguno porque desconocemos la que el otro tiene o necesita y, además, porque vamos sin sed de verdad, saturados, engreídos con la propia. Mostrar sed por la verdad del otro, estar dispuesto a beberla de su fuente y en su mano, sin prevenciones ni temores, es un modo cristiano de buscarla y compartirla.
     Y, ante la extrañeza de la mujer, Jesús le revela el misterio: “Si conocieras el don de Dios, y quien es el que te dice: “Dame de  beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado el agua viva...” (Jn 4,10). Porque Jesús es un manantial más abundante que el de Jacob, y sus aguas son de una calidad infinitamente superior a las que brotaron de la roca, en el Horeb (Jn 7,38).
      Hay fuentes que no sacian, y ésas son las que más frecuentamos. Abandonamos la fuente de agua viva, para construirnos aljibes agrietados, que no retienen el agua (cf. Jr 2,13). ¡Hemos secado tantos pozos buscando saciar la sed! ¡Hemos probado tantas marcas de agua...!
     “Como suspira la sierva por las corrientes de agua, así suspira mi alma por ti, mi Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 42,2-3). ¿Es esto verdad en nuestro caso? ¡Ojalá que sí! Que desde lo más hondo de nuestro corazón también nosotros, sedientos de Dios, sedientos de la Verdad, digamos con la mujer de Samaría: “Señor, dame de esa agua” (Jn 4,15).

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿De qué tengo sed, y qué pozos y fuentes frecuento?
.- ¿Serena mi vida la fe en Jesucristo?

.- ¿Sacio la sed de Cristo en los sedientos de la vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 8 de marzo de 2017

DOMINGO II DE CUARESMA -A-


1ª Lectura: Génesis 12,1-4a

     En aquellos días, el Señor dijo a Abrahán: Sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.
   Abrahán marchó, como le había dicho el Señor.

                            ***             ***             ***

    Toda historia comienza con un “éxodo”. La del hombre (salida del seno materno), la del creyente (Abrahán), la de Israel (de Egipto), la de Jesús -“Salí  del Padre…(Jn 16,28”)-. Y toda historia comienza con una bendición: la de la creación (Gén 1,3) y la de la humanidad, en Abrahán (Gén 12,3). Bendición que se hizo carne en Jesucristo (Ef 1,3).
    San Pablo afirmará que “en Cristo Jesús llegará a los gentiles la bendición de Abrahán…, pues la promesas fueron dirigidas a Abrahán y a su descendencia…, es decir, a Cristo” (Gál 3,14.16). Nuestra historia es la historia de una bendición, la de Dios, a la que muchas veces nos sustraemos por el pecado, pero que Dios mantiene siempre como horizonte de esperanza.

2ª Lectura: 2 Timoteo 1,8b-10

     Querido hermano:
     Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te de. El nos salvó y nos llamó a una vida santa no por nuestros méritos, sino porque antes de la creación, desde el tiempo inmemorial, Dios dispuso dar su gracia por medio de Jesucristo; y ahora esa gracia se ha manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal.

                            ***             ***             ***

    La vocación cristiana es la santidad: ese es el destino del hombre “antes de la creación del mundo” (Ef 1,4), “desde tiempo inmemorial” 2 Tim 1,9). El tiempo cuaresmal quiere concienciarnos particularmente de esta vocación. Sin olvidar que la ardua tarea de la evangelización se realiza de manera plena desde la vivencia gozosa del Evangelio.

Evangelio: Mateo 17,1-9

                                                        
     En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
     Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
    Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.
     Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
     Jesús se acercó y tocándolos les dijo: Levantaos, no temáis.
     Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.

                  
                            ***             ***             ***
  
     San Mateo reelabora el texto de san Marcos subrayando algunos aspectos que anticipan su manifestación gloriosa en la resurrección. Es la plenitud de la Ley y los Profetas, personificados por Moisés y Elías. Es el Hijo amado de Dios, el profeta definitivo a quién todos deben escuchar (Dt 18,15). Este relato está vinculado con el del Bautismo en el Jordán, y en ambos aparece identificado con siervo sufriente que, a través de la muerte, camina a la resurrección.
     Situado el relato después del primer anuncio de la pasión, tiene la función de animar a los discípulos: “Levantaos, no temáis”.


REFLEXIÓN PASTORAL
     En el centro del camino cuaresmal, la liturgia nos presenta el sentido, la meta y al guía del camino: un sentido positivo, una meta transformadora de la existencia, y a un guía, Jesucristo.
     El escenario es radicalmente distinto al del domingo pasado: del desierto inhóspito y  árido, al monte luminoso de la Transfiguración; del Jesús tentado por el diablo, al Jesús glorificado por el Padre; del “si eres hijos de Dios…”, al  “este es mi Hijo”.    
     Se acercaban a Jerusalén, donde iban a tener lugar los dramáticos acontecimientos de la Pasión, y para que los discípulos no se vieran desbordados por esos sucesos, para que pudieran superar el terrible escándalo de la cruz, Jesús escoge a Pedro, Santiago y Juan -los que serán testigos de la agonía en Getsemaní- para manifestarles su auténtica dimensión.
     El que sudará sangre, al que verán como rechazado y maldito, es el Hijo de Dios, el Amado, el Predilecto. A quien el pueblo elegido no sabrá reconocer, es reconocido, sin embargo, por las grandes figuras de ese pueblo: Moisés, autor de la Ley, y Elías, el gran profeta.
     La escena es importante y sugerente. Es, en primer lugar, una revelación de Jesús -“Mi Hijo, el amado, el predilecto” (Mt 17,5)-. Flanqueado por las dos figuras centrales del Antiguo Testamento, Jesús aparece como el centro de la revelación, como el Revelador, con quien conversan las “revelaciones” (la Ley y los Profetas) y los reveladores (Moisés y Elías). Jesús es central, por eso solo a El hay que escuchar  (Mt 17,5).  “Escuchadlo”
     Pero es, también, una llamada a la transformación personal, a la transparencia de Cristo en nuestra vida. Y una denuncia de nuestra opacidad, de nuestra dificultad para traslucir al Señor, y de nuestra sordera para escucharlo. Una llamada a ser y a vivir como “hijos  amados y predilectos”, pues “lo somos” (1 Jn 3,1).
     “Vosotros sois luz del mundo…; alumbre así vuestra luz ante los hombres para vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 14.16). ¿Qué hemos hecho nosotros de esa luz?  “Que los hombres solo vean en vosotros servidores de Cristo” (1 Cor 4,1), escribía san Pablo. ¿Y qué ven en nosotros?
     La transfiguración del Señor no es para hacer tres chozas en el Tabor. Es para dejarnos iluminar y para iluminar, participando “en los duros trabajos del Evangelio” (2ª lectura). Para hacer “gozosamente” el camino cuaresmal, que  tiene como meta la transfiguración en criaturas nuevas según el modelo de Cristo, la santidad (2ª lectura).
    ¡Pero, además, no es ésta la única transfiguración del Señor! Él se transfigura diariamente en el sacramento de la Eucaristía -“Esto es mi cuerpo” (Mc 14,22)-; se transfigura en el necesitado -“Tuve hambre…, lo que hicisteis a uno de éstos lo hicisteis conmigo” (Mt 25, 35.40)-… Y no son transfiguraciones opuestas; y que no hay que oponerlas, sino acogerlas con la misma fe.
     Los discípulos quedaron deslumbrados por la transfiguración en gloria; nosotros quedamos confundidos, molestos y hasta decepcionados por estas transfiguraciones del Señor en la debilidad. La transfiguración gloriosa tuvo lugar en la cima de un monte; la transfiguración humilde, en un valle, que solemos llamar “de lágrimas”.
      Y a nosotros, como a los discípulos tentados de quedarse en el monte  (Mt 17,4), Jesús nos invita a descender a la vida concreta, porque la experiencia religiosa no puede ser un aparte en la vida, sino un fermento para iluminarla.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Tengo experiencia de “éxodo” en mi vida?
.- ¿La santidad, como vocación, me motiva o me deja indiferente?
.- ¿Siento en mi vida la fuerza transfiguradora del Evangelio?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 2 de marzo de 2017

DOMINGO I DE CUARESMA -A-


 1ª Lectura: Génesis 2,7-9; 3,1-7

    El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida y el hombre se convirtió en ser vivo. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia Oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
    La serpiente era el más astuto de los animales del campo que el señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?
    La mujer respondió  a la serpiente: Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solamente del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: No comáis de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte.
    La serpiente replicó a la mujer: No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal.
    La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió. Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.

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    Las sugerencias que se encierran en este relato (el segundo relato de la creación del hombre y de la mujer) son muchas y elocuentes. La bipolaridad del hombre - Dios, su modelador, y la arcilla, su materia prima-. El hombre está emparentado con Dios y con la tierra. Es su luz y su sombra, su grandeza y su pobreza. Tras el hombre, aparece su espacio vital: un huerto frondoso, con dos árboles emblemáticos.
    La aparición de la serpiente introduce un elemento nuevo: el hombre es un ser en riesgo, expuesto a la tentación más radical:  no aceptar ser hombre, no aceptar a Dios como su Señor.
    El relato de la tentación también encierra muchos matices: La mujer conoce la orden de Dios y corrige a la serpiente, pero acaba sucumbiendo a su sugerencia. Y convence al hombre. El final es dramático: su vista se ha ampliado…, para descubrir su desnudez. Es la radiografía de la tentación: deslumbrar para cegar.

2ª Lectura: Romanos 5,12-19

Hermanos:
    Lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron… Pero, aunque antes de la ley había pecado en el mundo, el pecado no se imputaba porque no había ley. Pues a pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con un delito como el de Adán, que era figura del que había de venir. Sin embargo, no hay proporción entre la culpa y el don; si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos.
    Y tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del pecado de uno: la sentencia contra uno acabó en condena total; la gracia, ante una multitud de pecados, en indulto.
    Si por la culpa de aquel, que era uno solo, la muerte inaguró su reino, mucho más los que reciben a raudales el don gratuito de la amnistía vivirán y reinarán gracias a uno solo, Jesucristo.
    En resumen, una sola culpa resultó condena de todos, y un acto de justicia resultó indulto y vida para todos. En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos.

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     Para san Pablo, Adán y Cristo son los dos polos de la historia. Adán, el polo negativo con su carga de pecado y de muerte; Cristo, el polo positivo, con su carga de gracia y de vida. Para el Apóstol, el pecado es el origen profundo de la distorsión que padece el hombre y el mundo. Y este pecado no es una “fatalidad” sino una “irresponsabilidad”. A través de una exegesis un tanto farragosa (vv. 13-14), la conclusión a la que llega es clara: la historia no está perdida ni condenada a la desesperanza: Cristo, su obra, supera la de Adán. Incorporados a él, recuperaremos la “justicia”.

Evangelio: Mateo 4,1-11

    En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. Y el tentador se le acercó y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Pero él le contestó diciendo: Está escrito: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
    Entonces el diablo lo llevó a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del templo y le dice: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras. Jesús le dijo: También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios.
    Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole todos los reinos del mundo y su esplendor, le dijo: Todo esto te daré si te postras y me adoras. Entonces le dijo Jesús: Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto.
     Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y lo servían.

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     El relato mateano de las tentaciones está muy elaborado y cargado de intencionalidad teológico-pastoral. Jesús es presentado como una persona guiada por el Espíritu. El “desierto” no es tanto un espacio geográfico sino teológico, es el lugar donde el pueblo de Israel experimentó la prueba y la providencia de Dios. Los cuarenta días y cuarenta noches evocan a Moisés (Ex 34,28) y a Elías (2 Re 19,8), así como los cuarenta años de la travesía de Israel por el desierto (Dt 29,9; Sal 95,10). Las tres tentaciones son en realidad una sola: la pretensión de apartar a Jesús de su vocación de fidelidad al designio del Padre. Venciendo la tentación, Jesús se acredita como el verdadero Israel: venciendo donde sucumbió el antiguo Israel.
     Este relato nos advierte de cómo puede tergiversarse la palabra de Dios, hasta convertirla en arma tentadora -Satanás argumenta desde ella-; muestra cómo Jesús opta por la fidelidad, no por la espectacularidad, que hipoteca la libertad; y marca a los cristianos el camino para no caer en la tentación. 


REFLEXIÓN PASTORAL

       Inaguramos una nueva estación del Año litúrgico: la Cuaresma. Todos estamos enterados, al menos por el ruido de los carnavales. En todo caso no habrá que ser excesivamente críticos con el carnaval de tres días; más preocupante es el de los restantes días del año. Lo grave no es la máscara y el disfraz de tres días, sino la que oculta el rostro los restantes días del año. Aunque no deberíamos pasar por alto ciertos dispendios oficiales, cuando hay familias sin vivienda…; hombres, mujeres y niños con la cara desfigurada no por máscaras, sino por las huellas del hambre de la angustia y la desesperación. ¡Tan contradictorios somos!
      Los cristianos  iniciamos la Cuaresma con una ceremonia que invita a la reflexión y a la decisión: la imposición de la ceniza, acompañada de unas palabras de  Jesús: “Arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15).
     Conversión, palabra muy usada, casi manoseada, pero una realidad todavía por estrenar. Palabra a la que ya nos hemos acostumbrado, pero que es palabra de Cristo que hay que proclamar “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2), y que, también, hay que rescatar de un uso rutinario y ritualista.
     Las lecturas bíblicas nos hablan de cómo el hombre, desde muy temprano, se empeñó en hacer “su” propio camino…, y se perdió; quiso afirmarse de espaldas o frente a Dios…, y se hundió; quiso revestirse de saber y de poder…, y se descubrió desnudo… (1ª lectura).
      Pero Dios no lo dejó perdido, ni hundido, ni desnudo. Apareció Cristo como Camino y Salvación. Él es el rectificador y el modelo de rectificación para el hombre (2ª lectura).
     A un hombre que desdeñó su condición humana (Adán), le responde el mismo Hijo de Dios, que “siendo de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó…, tomando condición de siervo…, haciéndose semejante  los hombres y apareciendo en su porte como un hombre cualquiera” (Flp 2, 6-7). 
    A un hombre desobediente a Dios, que rechaza ser hombre, le salva un Dios que opta por ser hombre y obediente al hombre, “hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,8): Jesucristo.
      Como el primer hombre, y como todo hombre, Jesús estuvo expuesto a la tentación. Pero Jesús no solo venció la tentación, sino que la iluminó, la desveló. Y así nos enseñó no solo a vencer sino a cómo vencer (Evangelio).
     Vencer la tentación no es solo no consentir, no solo es decir no, sino iluminar esa situación tentadora, desenmascarar su ambigüedad y su mentira -pues toda tentación se presenta como salvadora y portadora de felicidad- desde la palabra de Dios.
     No hay que huir, sino hacer frente; huyendo se rehúye la solución. Jesús nos ha enseñado  a afrontar la tentación desde la oración -“no nos dejes caer en la tentación” (Mt 6,13)- y desde la decisión responsable. A esto nos invita la Cuaresma.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Con qué “ánimos” afronto la Cuaresma?
.- ¿Qué resonancias provoca en mí la “conversión”?
.- ¿Qué abstinencias y que entregas preveo para esta Cuaresma?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.