miércoles, 22 de febrero de 2017

DOMINGO VIII -A-


1ª Lectura: Isaías 49-14-15

    Sión decía: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”.
    ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.

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    Dios no es solo “padre”, también es “madre”, y más que madre.  Esta es la confianza con la que el profeta quiere estimular y consolar a una población desalentada y escéptica, que languidecía en el destierro. Estos versículos resumen el mensaje de Oseas, de Jeremías y del Deuteronomio respecto de este  amor  indefectible y  “materno” (Is 54,8) de Dios para con su pueblo.


2ª Lectura: 1 Corintios 4,1-5

    Hermanos:
    Que la gente solo vea en vosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador lo que se busca es que sea fiel. Para mí lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero por eso tampoco quedo absuelto: mi juez es el Señor.
    Así pues, no juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá de Dios lo que merece.

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    La vida del creyente debe resolverse ante Dios. Y porque solo Dios conoce el interior de cada uno, solo a Dios le compete el juicio. Nuestra parte no es la de juzgar, sino la de desarrollar con fidelidad nuestro servicio: ser servidores de Cristo y administradores de los designios de Dios.


Evangelio: Mateo 6,24-34

    En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, lo contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: no estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
   ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso.
   Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.

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    Jesús no invita a la desidia, a una vida bohemia, sino a priorizar en la vida. El discípulo debe elegir, debe optar por a quien quiere servir. Al contraponer a Dios y al dinero, Jesús resalta la categoría idolátrica del dinero, con su capacidad deshumanizadora y opresora; constructora de paraísos efímeros que confunden al hombre, introduciéndole en una carrera desenfrenada de consumo, privándole del gozo de lo sencillo y verdadero. Desde una vivencia responsable de la paternal/maternal providencia de Dios el cristiano ha de convertirse en un buscador del Reino de Dios.


REFLEXIÓN PASTORAL

    Jesús nos presenta dos modos de concebir la existencia: el cristiano y el pagano. Y pone unos ejemplos donde verificar esa concepción de la vida: la preocupación por las realidades del vestido, la salud y la alimentación… Lo que hoy llamaríamos “el nivel de vida”.
     No está invitando a un planteamiento irresponsable, a una indiferencia perezosa, al abandono ante las urgencias de la vida, en las que el mismo Dios colocó al hombre: -“Ganarás el pan- y todo lo que eso significa -con el sudor de tu frente” (Gén 3,17-). ¡Nada, pues, de ingenuidades!
     De lo que nos advierte Jesús es del peligro de una existencia desenfocada. Lo que Él quiere subrayar es que, incluso en ese campo, no podemos actuar como los que no tienen fe en la Providencia maternal  (1ª lectura) y paternal de Dios (Evangelio), obsesionados por lo efímero, por lo caduco…, como si Dios no existiera.
     A un pueblo que, en la experiencia dolorosa del destierro corre el riesgo de caer en la tentación de dar proporciones infinitas a esa situación -“Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado” (Is 49,14)-, el profeta le abre a un lectura más profunda, mostrándole, en términos entrañables, la realidad del amor de Dios (1ª lectura). Un mensaje que halla prolongación en el texto del salmo responsorial (Sal 62): “Dios es mi roca y mi salvación…, mi esperanza…, mi alcázar”.
     Jesús, en la línea del salmo,  desaconseja convertir en “dios práctico” de la vida  a la ambición, al consumismo, al dinero…, identificándolos como falsas rocas de salvación.  Un consumismo que destruye al hombre y desnaturaliza las cosas, sometiéndonos a un ritmo trepidante, en una obsesión enloquecedora por lo superfluo.
     Puede ser nuestro gran peligro: desvivirnos por lo superfluo, sacrificando para ello lo fundamental. Frente a lo sencillo, lo exótico y sofisticado… Y eso nos impide “gustar”, “disfrutar” lo natural y original…
    Nos olvidamos de agradecer el sol, el aire, el agua, la flor, el canto de los pájaros, la espiga de trigo, el perfume de la violeta…, e incluso, en ocasiones, contribuimos a su extinción, para vivir volcados hacia lo artificial.
         Pero hay algo más, Jesús nos propone la auténtica preocupación de la vida: “Buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33). ¿No habremos hecho una inversión, una tergiversación peligrosa, dedicándonos a “lo demás”, abandonando la búsqueda del Reino de Dios, el conocimiento y cumplimiento de su voluntad? ¿Y, actuando así, no vivimos como los paganos? ¿Qué ve la gente en nosotros? ¿Servidores/seguidores de Cristo (2ª lectura: cf. 1 Cor 4,1), o “hombres de poca fe” (Mt 6,30)?
         El Señor nos invita a vivir “el día a día”, con una certeza fundamental: nuestras vidas están en las manos de Dios, que es nuestro Padre y nuestra Madre. Eso no nos ahorrará  trabajo, pero nos dará esperanza; borrará la angustia y sembrará en nosotros serenidad. Porque valemos más que los pájaros y las flores (Mt 6,26). Estamos en las manos de Dios, y ¡son las mejores!

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué experiencia tengo de Dios?
.- ¿Busco el Reino de Dios en la vida, o me afano por “lo demás”?
.- ¿Con qué criterios interpreto la realidad? ¿Con criterios evangélicos, o meramente económicos?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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