jueves, 6 de octubre de 2016

DOMINGO XXVIII -C-


 1ª Lectura: 2 Reyes 5,14-17

    En aquellos días Naamán el sirio bajó y se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había mandado Eliseo, el hombre de Dios, y su carne se quedó limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le presentó diciendo: Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel. Y tú acepta un presente de tu servidor.
    Contestó Eliseo: Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada. Y aunque le insistía rehusó.
    Naamán dijo: Entonces que entreguen a tu servidor una carga de tierra, que pueda llevar un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro Dios que no sea el Señor.

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    Nos encontramos en la sección del 2 libro de los Reyes (cap. 4-6,7) denominada “milagros de Eliseo”, y en ella se quiere acreditar la figura de Eliseo como el profeta de Dios, heredero del “espíritu” de Elías.
    Naamán, jefe del ejército del rey de Aram, enfermo de lepra, advertido por una joven israelita, deportada a Aram, de la existencia de un profeta de Dios en Samaría, decidió dirigirse a él, buscando su curación, con cartas de recomendación de su rey y con presentes para, de alguna manera, “comprar” su curación. Tras la liberación de la enfermedad, al querer “compensar” al profeta, Eliseo rehúsa: Dios es gratuito, y su salvación también. Dios no conoce fronteras: su amor las rebasa.

2ª Lectura: 2 Timoteo 2,8-13

    Querido hermano:
    Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen su salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna.
    Es doctrina segura:
    Si morimos con él, viviremos con é.
    Si perseveramos, reinaremos con él.
    Si lo negamos, también él nos negará.
    Si somos infieles, él permanece fiel, porque no pueden negarse a sí mismo.

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    Nos hallamos ante un testimonio / exhortación de gran trascendencia. Hacer memoria -recordar y proclamar- a Jesucristo debe ser la tarea del cristiano. Una memoria no memorística sino vital, con implicaciones en la vida. Pablo escribe desde la prisión, pero recuerda que podrá encadenarse al mensajero, pero no al mensaje -“la palabra de Dios no está encadenada”-; al contrario, desencadena procesos de libertad y renovación de la vida. El texto seleccionado se concluye  con el fragmento de un antiguo himno cristiano: Cristo configura la existencia cristiana.


Evangelio: Lucas 17, 11-19
                                       
    Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a  entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús Maestro, ten compasión de nosotros.
   Al verlos, les dijo: Id a presentaros a los sacerdotes.
 Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.
    Jesús tomó la palabra y dijo: ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
    Y le dijo: Levántate, vete: tu fe te ha salvado.

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    La escena la relata solo san Lucas, aunque el tema de la curación de enfermos de lepra se halla presente en los otros evangelios sinópticos. La enfermedad de la lepra aislaba socialmente. Jesús, curando, integra socialmente y libera de esa impureza ritual. El relato, con todo, más que destacar la curación, destaca la extrañeza de Jesús por la falta de gratitud y por el hecho de que fuera un “extraño”, un samaritano, el que hubiera sabido reconocer la obra de Dios. Los otros nueve fueron curados, pero este, además, por su fe, fue salvado.

REFLEXIÓN PASTORAL

    Dios es gratuito, no se conquista, se entrega; y su voluntad de entrega es universal. Las fronteras étnicas y político-religiosas que levantamos los hombres no llegan hasta Dios, que es Padre de todos, está sobre todos y lo transciende todo (cf. Ef 4,6). Es el mensaje de la primera lectura. También Naamán, el sirio experimentó la bondad de Dios, y, desde esa bondad, Naamán reconoció al verdadero Dios.
    Entrega y bondad que se hicieron realidad plena en su Hijo, en Jesucristo -“tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo” (Jn 3,16)-, que vino para derribar el muro que separaba a los hombres (Ef 2,14), reuniendo a todos en un gran proyecto familiar -la familia de los hijos de Dios-, la iglesia.
    Nada más contrario al designio de Dios que el sectarismo, la marginación o la automarginación. Y la segunda lectura nos invita a recordarlo: “Haz memoria de Jesucristo”, que asumió y prolongó en su vida el quehacer integrador del Padre, acogiendo a todos, haciendo el bien a todos y muriendo por todos, sin distinciones de credos ni culturas. Es el tema del evangelio.
    Hasta aquí una afirmación fundamental de los textos bíblicos: la salvación es una donación gratuita de Dios, es Dios que se da. Pero hay un segundo elemento a destacar: a la gratuidad corresponde la gratitud.
    ¡Dar gracias! Hoy, cuando vivimos tan apresurados; cuando parece que nunca llegaremos a tiempo; cuando nos abrimos paso en la vida a codazos, empujones y zancadillas…, no resulta fácil ni frecuente detenerse a agradecer la presencia y la obra de los otros en nuestro entorno, y ni siquiera la presencia y la obra de Dios.
    Hemos absolutizado la dimensión productiva del hombre, olvidando otras fundamentales, como la estética, la contemplativa… Hemos alterado profundamente el sentido del trabajo, hasta convertirlo de bendición en opresión, de medio de realización personal en instrumento despersonalizador… Nos hemos incapacitado para descubrir el bien de los otros y la parte que tienen en la construcción de nuestra vida…; por eso vivimos en frecuente tensión: olvidándonosle dar gracias a Dios y a los hombres.
    Jesús fue una persona profundamente agradecida, no se le escapaba un detalle: ni un baso de agua dado en su nombre quedará sin recompensa (Mt 10,42); de ahí que le apenara profundamente la falta de gratitud: “¿No eran diez los curados?;  los otros nueve ¿dónde están?”.
    María fue una mujer agraciada y agradecida. Su canto es la expresión de un corazón sensible: agradece el detalle que Dios tuvo de escogerla para madre de Jesús; la acogida que la dispensarán las generaciones futuras; el que Dios tome parte por los pobres, y se declare contra los opresores poderosos… María hizo de su vida un “magnificat”, un “¡Gracias, Señor!”.
    Francisco de Asís fue otro hombre que no pasó de largo por la vida, sirviéndose de las cosas, sino que en todo momento escuchaba y agradecía la voz de Dios presente en el sol, la luna y las estrellas; en el agua y en el fuego; en la vida y en la muerte; en las aves, en los peces… y en el hombre. Por todo decía: “Loado seas, mi Señor”.
     Dar gracias es nuestra vocación. “En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús,  quiere de vosotros” exhorta san Pablo (1 Tes 5,18).
     Es nuestra tarea, pero no es una tarea fácil. Para ello hay que ser contemplativos, personas con una mirada limpia, purificada y purificadora. En no pocas ocasiones las sombras y oscuridades que percibimos en nuestro entorno no son sino la proyección de nuestra oscuridad interior. Sólo purificando la mirada hasta el grado de ver a Dios en las cosas, sucesos y personas se puede reconocer su verdad íntima y última.
    Dar gracias es acoger, encarnar, interiorizar, vivenciar el don, en nuestro caso la salvación de Dios. Es un ejercicio del corazón y no solo de los labios; es un compromiso real y no solo un cumplido.
    En Cristo, por Cristo y con Cristo agradezcamos el don de la fe, su constante presencia entre nosotros, traducida en salud, trabajo, familia, dolor (también Dios se nos manifiesta en el dolor), y que El no clarifique y purifique la mirada para saber reconocer y agradecer su presencia entre nosotros.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué espacio ocupan en mi vida la gratitud y la gratuidad?
.- ¿Qué procesos desencadena en mi vida la palabra de Dios?
.- ¿Qué memoria hago de Jesucristo en mi vida?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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