jueves, 25 de junio de 2015

DOMINGO XIII -B-


1ª Lectura: Sabiduría 1,13-15; 2,23-25

    Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte ni imperio del Abismo sobre la tierra, porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza. Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen.

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    En los albores del NT y en las postrimerías del AT, este texto presenta una visión optimista de la creación como obra surgida de las manos de Dios. En el origen fue la Vida; no hay dos principios coetáneos: el bien y el mal, la vida y la muerte. El mal y la muerte son “posteriores”, y tienen otro origen, la envidia del diablo. Vida y muerte, más allá de una interpretación “material”, son dos modos de existencia: en uno reina la justicia y en el otro el pecado. La vocación original del hombre es la vida. Y una vida abundante (Jn 10,10).

2ª Lectura: 2 Corintios 8,7-9. 13-15

    Hermanos:
    Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos ahora por vuestra generosidad. Bien sabéis lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, por vosotros se hizo pobre, para que vosotros, con su  pobreza, os hagáis ricos. Pues no se trata de aliviar a otros pasando vosotros estrecheces; se trata de nivelar. En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remedirá vuestra falta; así habrá nivelación. Es lo que dice la Escritura: “Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco, no le faltaba.”
                                                                                                                               
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    Estos versículos forman parte, probablemente, de una carta escrita por Pablo a la comunidad de Corinto, una vez restablecidas las buenas relaciones entre él y un sector de la comunidad. El motivo era animarles a la generosidad con ocasión de la colecta en favor de las comunidades cristianas de Judea (Hch 11,29-30; Gál 2,10; Rom 15,25-28). Importante es la motivación: enriquecidos por la pobreza de Cristo, los cristianos deben compartir esa “riqueza” con los demás. La solidaridad eclesial debe ser expresión de la real comunión con Cristo.


Evangelio: Marcos 5,21-43

                                              
    En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.
   Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con solo tocarle el vestido, curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: ¿Quién me ha tocado?
    Los discípulos le contestaron: Ves como te apretuja la gente y preguntas: “¿quién me ha tocado?”
    Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.
    Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?
    Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: No temas; basta que tengas fe.
    No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: ¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida.
    Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate).
    La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar -tenía doce años-. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

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     Dos escenas que muestra la energía vitalizadora de Jesús y cómo el acercamiento salvador a Jesús se realiza desde la fe. No hay situaciones límite -enfermedad o muerte-; basta que el hombre se fíe y se confíe al Señor. Por otra parte, Jesús no rehuye el contacto y, además, percibe los detalles de la fe silenciosa. El relato se concluye con la prohibición de divulgar el hecho, porque la fe en Jesús no debe estar “condicionada” por el prodigio, sino que debe surgir de un espíritu libre.


REFLEXIÓN PASTORAL

    “Dios no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes… Hizo al hombre de su misma naturaleza”.
     Aquí reside el optimismo creatural y el optimismo antropológico. Esta es su  raíz, la razón más profunda. En otro lugar del mismo libro de la Sabiduría se afirmará que Dios es “amigo de la vida” (11,26).
     Sí, Dios es un Dios vivo, vital, vitalista y vitalizador. Señor y dador de vida. Y hay que buscarle en los horizontes abiertos de la vida. Está en la Cruz, sí, pero en una Cruz convertida en eclosión y manifestación  de su Amor. Lo que nos salva no es el dolor, sino el amor; un amor que asume, redime e ilumina al dolor.
     ¿Por qué muchos cristianos, entonces, damos la impresión de creer en un Dios triste, vestido de negro, a quien solo agrada el sacrificio?
     El texto continúa: “Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo”. Sin embargo esta envidia,  pecado del hombre, no anuló el proyecto original de Dios, que envió a su Hijo, para tuviéramos vida y “una vida abundante” (Jn 10,10), convertido en “el pan de la vida” (Jn  6,35).
      El evangelio de este domingo nos presenta esa dimensión vitalizadora de Jesús: con una mujer enferma y con una niña ya difunta.
     Jesús es un foco de vida: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos, andan, los muertos resucitan (cf. Mt 11,5)… Pero Jesús no es un curandero. La salud que de Él emana es salvación: por eso, esa salud surge de la fe.
     A Jesús le “apretujaba la gente”, pero esos contactos a Jesús le dejaban indiferente, insensible; entre toda aquella multitud, sin embargo, hubo alguien que “le tocó con fe”. Y este “toque” le afectó, lo percibió. “Tu fe te ha curado”.
     Sí, hay que tocar con fe; orar con fe; pedir con fe… La fe es determinante. “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, dirías a este monte…” (Mt 17, 20).
     Algo parecido sucede con Jairo. Se ha acercado a Jesús pidiendo por su niña, muy grave. Jesús se pone en camino con aquel padre angustiado. Pero de casa llega la noticia: la niña ha muerto; ya no vale la pena molestar al Maestro. Seguro que las miradas de Jesús y de Jairo se cruzaron. Y Jesús, percibió la angustia de aquel padre y le dijo: “No temas; basta que tengas fe”. Y siguieron juntos el camino. Y se produjo el milagro.

    “Si tuvierais fe” (Mt 17,20)

  • Buscaríamos ante todo el Reino de Dios; daríamos mayor profundidad a la vida; seríamos capaces de reconocer la presencia de Dios y de rastrear sus huellas en situaciones en las que sentimos la impresión de estar solos.
  • Superaríamos el miedo a “dar la cara por nuestro Señor” (2 Tim 1,8)…, y la tentación del disimulo; nuestra oración sería más abundante y comprometida; dejaríamos de “llevar cuentas del mal (1 Cor 13,5), para entregarnos a hacer el bien.
  • No nos contentaríamos con ocupar un asiento en la iglesia, sino que buscaríamos desempeñar un servicio en ella; no nos limitaríamos a oír el Evangelio, sino que buscaríamos “participar en los duros trabajos del Evangelio” (2 Tim 1,8). 
Si tuvierais fe…” ¿Tan poca fe tenemos? ¿Y qué es tener fe? Por supuesto que no es solo creer que Dios existe  -“También los demonios lo creen y tiemblan” (Sant 2,19)-, sino reconocer las implicaciones de su existencia: “Si llamáis Padre a quien juzga a cada cual, conducíos con responsabilidad, mientras estáis aquí de paso” (1 Pe 1,17).
Creer no es  tanto opinar cuanto vivir. Es situar la vida en otra dimensión; sentirse profundamente captado, “seducido” por Dios (Jer 20,7); dejar que él protagonice la vida. Y, además, hacerlo con alegría y espíritu de gratuidad: “Cuando hayáis hecho lo que os fue mandado, decid: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lc 17,10). O sea, que por creer, por vivir según la fe, a Dios no hay que pasarle factura; solo hay que darle gracias.

            Reunidos en torno al altar, celebrando el sacramento de nuestra fe, pidamos al Señor: “¡Auméntanos la fe! Esa fe que nos permita testimoniarla y concretarla, como recuerda la segunda lectura, en solidaridad y caridad fraterna.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué rostro de Dios reflejo en mi vida?
.- ¿Sobresalgo en generosidad y solidaridad?
.- ¿Toco la vida con fe?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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