jueves, 26 de marzo de 2015

DOMINGO DE RAMOS -B-


1ª Lectura: Isaías 50,4-7

    Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecía la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.

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    El texto seleccionado forma parte una sección importante del libro de Isaías, denominada “Cantos del Siervo”. Estamos en el tercer “canto”. Más allá de los problemas exegéticos sobre la identidad del “Siervo”, la figura que aparece en este canto es la de un hombre consciente de una misión encomendada por Dios, misión que le ha destrozado la vida pero no le ha arrancado la esperanza en el Señor.
    En él se cumplen las palabras del salmo 23,4: “Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo, tu cayado me consuela”, o aquellas otras de san Pablo “Sé de quien me he fiado” (2 Tim 1,12). Estos cantos han sido releídos y aplicados en parte a la persona de Jesús, en el NT y en la liturgia de Iglesia.

2ª Lectura: Filipenses 2,6-11

    Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame:¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.

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    Nos hallamos ante un himno prepaulino, posiblemente se remonte a la catequesis de san Pedro (Hch 2,36; 10,39). San Pablo lo inserta en su carta a los Filipenses y lo enriquece con aportaciones personales, entre las que destaca la mención a la muerte de cruz. Tampoco puede descartarse una alusión a la antítesis Adán-Cristo: mientras uno tiende a “autodivinizarse” (Adán), el otro opta por “rebajarse” (Cristo).
    En el texto paulino se perciben dos momentos: uno kerigmático, centrado en esa opción del Hijo de Dios manifestada en Jesucristo (Dios y Hombre), que es revalidado por el Padre y convertido en Señor del universo, y otro parenético: exhortación a los cristianos a identificarse con esa opción humilde y de entrega del Hijo de Dios: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo” (Flp 2,5).


Evangelio: Marcos 14,1-15,47 (Relato de la Pasión)


                                           





REFLEXIÓN PASTORAL

     En el umbral de la Semana Santa nada parece más adecuado que aclarar el por qué y para qué de todo lo que celebramos en estos días.
     Envueltos en la “cultura” del espectáculo -que hace del hombre más espectador que protagonista- nos vemos expuestos al peligro de considerar desde esta perspectiva la realidad de la obra de Dios en Cristo, que, ciertamente, fue espectacular por su hondura y verdad, pero no fue un espectáculo.
      En unos días en que los templos abren sus puertas, y las calles, mitad museos y mitad iglesias, se convierten en un espacio y exposición singular de arte y religiosidad, ¿cuántos nos detenemos a pensar que “todo eso” fue por nosotros, y no porque sí?
    Es verdad que no faltan quienes interpretan reductivamente la vida y muerte de Jesús, prescindiendo de esta referencia -por nosotros-. Puede que esa sea una lectura “neutral”, pero, ciertamente, no es una lectura “inspirada”. Porque, si es cierto que la muerte de Jesús tuvo unas motivaciones lógicas (su oposición a ciertos estamentos y planteamientos de la sociedad de su tiempo que se vieron amenazos por su predicación y su comportamiento), también lo es, sobre todo, que no estuvo desprovista de motivaciones teológicas. El mismo Jesús temió esta tergiversación o reducción y avanzó unas claves obligadas de lectura.
     Jesús previó su muerte, la asumió, la protagonizó y la interpretó para que no le arrancaran su sentido, para que no la instrumentalizaran ni la tergiversaran.
      La Semana Santa, a través de su liturgia y de las manifestaciones de la religiosidad popular, debe contribuir a reconocer e interiorizar con gratitud el amor de Dios en nuestro favor manifestado en Cristo, y a anunciarlo con responsabilidad, concretándolo en el amor fraterno.
     Si nos desconectamos, o no nos sentimos afectados por su muerte y resurrección quedaremos suspendidos en un vertiginoso vacío. Si no vivimos y no vibramos con la verdad más honda de la Semana Santa, las celebraciones de estos días podrán no superar la condición de un “pasacalles” piadoso.
     Si, por el contrario, nos reconocemos destinatarios preferenciales de esa opción radical de amor, directamente afectados e implicados en ella, hallaremos la serenidad y la audacia suficientes para afrontar las alternativas de la vida con entidad e identidad cristianas.
    La Semana Santa no puede ser solo la evocación de la Pasión de Cristo; esto es importante, pero no es suficiente. La Semana Santa debe ser una provocación a renovar la pasión por Cristo.
    Celebrar la Pasión de Cristo no debe llevarnos solo a considerar hasta dónde nos amó Jesús, sino a preguntarnos hasta dónde le amamos nosotros.
    ¡Todo transcurre en tan breve espacio de tiempo! De las palmas, a la cruz; del “Hosanna”, al  “Crucifícalo”… A veces uno tiene la impresión de que no disponemos de tiempo -o no dedicamos tiempo- para asimilar las cosas. Deglutimos pero no degustamos, consumimos pero no asimilamos la riqueza litúrgica de estos días y la profundidad de sus símbolos, muchas veces banalizados y comercializados.
     Convertida en Semana de “interés turístico”, “artístico” o “gastronómico”, ¿quién la reivindica como de “interés religioso”? Y, sin embargo, este su auténtico interés.
    La Semana Santa es una semana para hacerse preguntas y para buscar respuestas. Para abrir el Evangelio y abrirse a él. Para releer el relato de la Pasión y ver en qué escena, en qué momento, en qué personaje me reconozco…
     La Semana Santa debe llevarnos a descubrir los espacios donde hoy Jesús sigue siendo condenado, violentado y crucificado, y donde son necesarios “cireneos” y “verónicas” que den un paso adelante para enjugar y aliviar su sufrimiento y soledad.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Desde dónde vivo la Semana Santa?
.- ¿Qué preguntas suscita en mi vida?
.- ¿La Semana Santa es evocadora o provocadora?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 19 de marzo de 2015

DOMINGO V DE CUARESMA -B-


1ª Lectura: Jeremías 31,33-34

    Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la que hice con vuestros padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: Ellos, aunque yo era su Señor, quebrantaron mi alianza; -oráculo del Señor-. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días -oráculo del Señor-: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: Reconoce al Señor. Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande -oráculo del Señor-, cuando perdone sus crímenes, y no recuerde sus pecados.

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    Estos versículos marcan la cumbre espiritual del libro de Jeremías. Tras el fracaso de la antigua alianza, quebrantada por el pueblo, el plan de Dios aparece bajo la promesa de una Alianza Nueva, cuya novedad reside en tres puntos: a) el perdón de los pecados, iniciativa de Dios; b) la responsabilidad y la retribución personal; 3) la interiorización de la Alianza en el corazón del hombre. Esta Nueva Alianza, reiterada por Ezequiel (36, 25-28) y por los últimos capítulos del libro de Isaías, será inagurada y sellada por el sacrificio de Cristo (Mt 26,28).

2ª Lectura: Hebreos 5,7-9

    Cristo en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

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    La obra de la salvación fue realizada en Cristo. Sufriendo hasta la muerte, en obediencia al Padre, Jesús experimentó el drama del sufrimiento inmerecido pero asumido por el amor al Padre y a los hombres. Verdadero hombre, Jesús oró al Padre. Y fue escuchado: no fue dispensado de la muerte, pero fue arrancado de su poder, transformando esa muerte en fuente de gloria. Dios siempre escucha, pero su respuesta a veces llega “al tercer día”. Y eso a nosotros suele parecernos excesivamente tarde. Hay que aprender de Jesús.

Evangelio: Juan 12,20-33
                                    
    En aquel tiempo entre los que habían venido a celebrar la Fiesta había algunos gentiles; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
    Jesús les contestó: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga  y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.
    Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.
    La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
    Jesús tomó la palabra y dijo: Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.
     Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

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    Estamos en los umbrales de la Pascua de Jesús. Unos gentiles, posiblemente pertenecientes a los “temerosos de Dios” (Hch 10,2), afectos al judaísmo, quieren conocer a Jesús. Pero Jesús no es una “curiosidad”. El recurso a dos discípulos es significativo: esa es la función del discípulo, llevar al conocimiento del Maestro, que es quien tiene “palabras de vida eterna”. Y el Maestro hace un avance de su inminente destino, en el que debe quedar implicado quien quiera seguirle. La escena evoca algunos momentos de la oración del Huerto (angustia ante la Hora, súplica al Padre, aceptación de su voluntad y consuelo del Padre); escena que Juan no detalla en su Evangelio. Pero se trata de un anuncio “completo”: Pasión, muerte y glorificación.


REFLEXIÓN PASTORAL

      “Queremos ver a Jesús”…. Es la nostalgia que todos llevamos dentro. Para ello organizamos peregrinaciones a Tierra Santa, con la ilusión de contemplar los paisajes y lugares que Él vio y recorrió, de poner nuestros pies en sus huellas… ¡Qué no daríamos por un encuentro con Jesús!
     Y es un deseo legítimo y, además, posible. Pero para eso hay que purificar la mirada, hasta purificar el corazón -pues se ve bien solo con el corazón limpio-. Y hay que orar, porque  ese conocimiento no es conquista, no es “hechura de manos humanas” (Sal 115,4), es don de Dios. “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado” (Jn 6,44). “Esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16,17).
    Conocimiento imposible sin una voluntad inicial de acceso a él: “Venid y veréis” (Jn 1,39). Conocimiento que  implica remar mar adentro (Lc 5,4), pasar a la otra orilla (Mc 4,35), despojarse de indumentarias inadecuadas y superfluas (Lc 9,3). Querer ver a Jesús no debe obedecer a una curiosidad sino a una pasión. ¿Sentimos pasión por Jesús?
    “Crea en mí un corazón puro”, pedimos hoy en el salmo responsorial. Un corazón capaz de acoger con pureza y alegría; capaz de entender que el que se ama a sí mismo por encima de todo, desplazando a Dios y a los otros, se pierde; capaz de comprender que el pan que nos alimenta -la Eucaristía- es fruto de un grano enterrado, Jesús, y que si nosotros queremos ser ayuda y alimento -y debemos serlo- hemos de enterrar nuestros egoísmos y modos insolidarios de vivir.
     En la primera lectura, el profeta Jeremías anuncia una alianza nueva, la que nosotros celebramos en la Eucaristía -la alianza nueva y eterna-, caracterizada por una interiorización de la Ley de Dios en el corazón del hombre, por la obediencia a su voluntad y por el conocimiento personal de Dios, sin dependencias externas ni ajenas…  ¿Experimentamos esa transformación? ¿O seguimos servilmente encadenados a meras obligaciones externas, incapaces de discernir desde la fe la auténtica voluntad de Dios sobre nuestras vidas? “¡Todos me conocerán, oráculo del Señor, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados!”. ¿Conocemos de verdad a Dios? ¿Hemos experimentado su perdón?
     Nuestra vista frecuentemente está cansada de ver siempre lo mismo; de tanto mirar egoístamente para nosotros, hemos terminado por perder la justa perspectiva de la realidad; hemos terminado por no saber mirar a Dios y a los otros o, lo que es peor, los hemos confundido con nosotros mismos.
     Está concluyendo la Cuaresma; un tiempo que se abrió al grito de “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Tiempo de conocimiento y de rectificación; de restregarse los ojos para contemplar nuestra posición y ver si en la brújula de nuestra vida el norte coincide con Dios.
     Se acerca la gran Semana, que nosotros llamamos Santa. La semana de la “hora” de la verdad de Jesús, y, también, de nuestra propia verdad. Y hay que purificar la mirada para contemplarla no solo desde la acera o el balcón, convertidos en meros espectadores… Y hay que purificar el corazón, para acompasar su latido al del corazón de Cristo, que continúa recordándonos, hoy como ayer: “el que se ama a sí mismo, se pierde” (Mc 8,35)”; “el quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva el Padre le honrará…”. Y “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”  (Mt 25,40)

            ¡Queremos ver a Jesús! No es imposible…, pero hay que purificar la mirada y el corazón…

     
 REFLEXIÓN PERSONAL

.- Tengo vida interior, o solo exterior?
.- ¿Qué niveles alcanza en mí la pasión por Cristo?
.- ¿Qué contenidos aporta a mi vida el conocimiento de Jesús?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 12 de marzo de 2015

DOMINGO IV DE CUARESMA -B-


1ª Lectura: 2 Crónicas 36,14-16. 19-23

    En aquellos días todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la Casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de sus Morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira de Dios contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio…. Incendiaron (los caldeos) la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que Dios dijo por boca del Profeta Jeremías: “Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años”
    En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la Palabra del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá. Quien de vosotros pertenezca a su pueblo, sea su Dios con él y suba”.

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      El Cronista parece resumir los primeros caps. de Jeremías y Ezequiel. El texto es un reconocimiento penitencial de la historia de Israel: pecando contra Dios y desoyendo la voz de sus mensajeros, Israel se ha acarreado la destrucción… Pero Dios no ha abandonado a su pueblo; suscita un instrumento de salvación, precisamente fuera del propio Israel, Ciro, rey de los persas. La salvación a Israel le llega por caminos nuevos: los que diseña y protagoniza el Señor, que “de las piedras puede sacar hijos de Abrahán”. En la historia hay esperanza, porque Dios nos se olvida nunca de su amor, aunque pasemos por caminos oscuros…

2ª Lectura: Efesios 2,4-10

    Hermanos:
    Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó: estando muertos nosotros por los pecados nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra en todos los tiempos la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras que él determinó practicásemos.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    La vocación cristiana se origina en el amor de Dios. Y desde Cristo es ya un presente -estáis salvados-. Esta escatología realizada es una de las características de las Cartas de la Cautividad.  Y no es cuestión de méritos propios, sino de la gracia de Dios manifestada en Jesucristo. Desde ahí Dios nos llama a la práctica de las buenas obras. La llamada es gratuita, pero no irrelevante. La misericordia de Dios, origen de la vocación cristiana, urge a actualizarla en la vida. La vocación se hace misión.

Evangelio: Juan 3,14-21
                                                    
   En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en el tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

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     Jesús es portador de la salvación y la sanación de los hombres, de la vida eterna. Y lo es desde la paradoja de la Cruz. Él es la epifanía del amor de Dios al mundo. Su misión es exclusivamente salvadora. Y a esa salvación se accede por la fe. La misión de Jesús es iluminadora, y el que opta por esa Luz pasa de las tinieblas a la luz. Quien no opta por él, opta por la muerte y la tiniebla.


   REFLEXIÓN PASTORAL


     Durante el tiempo de Cuaresma se nos insiste de manera primordial en la conversión; pero frecuentemente se hace una presentación muy limitada. Se habla de la necesidad del hombre de convertirse a Dios. Pero esto es solo parte de la conversión y no la más importante; es, en todo caso, la segunda parte.
        La primera, y más importante, es proclamar que primero Dios se ha convertido al hombre, y de una manera insospechada e inmerecida (Jn 3,16), “estando muertos por los pecados” (2ª lectura). Por puro amor.
        La conversión cristiana no es tanto cuestión de mortificación cuanto de acogida de un amor real y efectivo, el de Dios. Para eso Dios “enviaba mensajeros a diario” (1ª lectura). Y, especialmente, para eso envió a su Hijo. Que no vino a repartir reprobaciones, sino a salvar y a hacer posibles las condiciones de salvación. “Es palabra digna de crédito y merecedora de toda aceptación que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores” (1 Tim 1,15). 
       Jesucristo es la expresión más real y más veraz del amor de Dios al mundo. Y este es un aspecto que merece ser subrayado. Desde esa opción amorosa de Dios quedan desautorizadas las “pastorales” anti-mundo. La de Dios, encarnada en Jesús, fue una pastoral pro-mundo.
       Jesús es la visibilización, el sacramento de la conversión de Dios al hombre y del hombre a Dios. Y como en él la conversión de Dios al hombre es total y sin reservas, así ha de ser la conversión del hombre a Dios, total y sin reservas (Mt 10, 37 ss). 
     Él encarna el sí de Dios al hombre y el sí del hombre a Dios, pues “el Hijo de Dios, Jesucristo, anunciado entre vosotros por mí…, no fue sí y no, sino que  en él solo hubo sí. Pues todas las promesas de  Dios han alcanzado su sí en él” (2 Cor 1, 19 -20). “Aprended de mí” (Mt 11, 29). Pablo recomendará: “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2, 5). La conversión es un “con-sentimiento” con Cristo.
      En Cristo, Dios se revela apostando por el hombre;  es la expresión de la opción humana de Dios. En su persona, el hombre recupera la esperanza y la alegría, al descubrir el compromiso de Dios en su defensa (Rom 8,31). La garantía de que Dios está por el hombre es que por él se hizo hombre. La conversión cristiana es, en primer lugar, celebración de la conversión de Dios…
      Pero esto no debe inducirnos a una falsa seguridad. “El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor 5,14), es el principio de nuestra responsabilidad. Sin esa experiencia de un Dios vuelto hacia nosotros, en una revelación de amor, es imposible la respuesta del hombre; pero sin la respuesta, libre y amorosa, del hombre queda bloqueada la iniciativa salvadora de Dios.
       El hombre no se salva por sus obras -la salvación viene de Dios- (2ª lectura); pero este Dios no impone la salvación al hombre, le hace una oferta responsable. Nos lo recuerda el evangelio de san Juan: la condenación del hombre es autocondenación, pues “el que cree en Él, no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del  Unigénito de Dios. Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron  las tinieblas, porque sus obras eran malas”.
Sí, Dios solo es Salvador, y el solo Salvador.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Siento que Dios está de mi parte?
.- ¿Hasta dónde llegan en mi vida las urgencias del amor de Dios?

.- ¿Cómo es mi conversión: ritual, parcelaria…?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 5 de marzo de 2015

III DOMINGO DE CUARESMA -B-


1ª Lectura: Éxodo 20,1-17

    El Señor pronunció las siguientes palabras: Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.
    No tendrás otros dioses frente a mí…
    No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.
    Fíjate en el sábado para santificarlo.
    Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar.
    No matarás.
    No cometerás adulterio.
    No robarás.
    No darás testimonio falso contra tu prójimo.
    No codiciarás los bienes de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni un buey, ni un asno, ni nada que sea de él.

                        ***                  ***                  ***                  ***

      Ante la multiplicidad de criterios y normas, el hombre busca síntesis claras y prácticas. De ahí han surgido esa especie de “abecedarios” de la vida, que llamamos “decálogos”. Pero entre tantos decálogos, hay uno singular: el Decálogo de Dios. Los Diez Mandamientos. ¿Qué son? Conocidos de memoria, ¿los vivimos de corazón?
     Para el pueblo elegido fueron, ante todo una oferta salvadora, una propuesta de Dios: “Yo soy el Señor, tu Dios…” (Dt 5,7ss; Ex 20,1ss). Sin este prefijo, los mandamientos son ética; con él son profesión de fe, reconocimiento del señorío de Dios sobre todas las áreas de la vida. Y Jesús no vino a abolirlos sino a llevarlos a su plenitud.
               

2ª Lectura: 1 Corintios 1,22-25

    Hermanos:
    Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo -judío o griegos-: fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabios que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

                        ***                  ***                  ***                  ***

   Con concisión y precisión Pablo presenta la “sabiduría de Dios” manifestada en la “locura de la Cruz” de Cristo. En ella se hace presente toda la debilidad, la angustia y la profundidad a la que ha llegado e amor de Dios, y ese es, paradójicamente, el camino de salvación que Dios ha ideado para el hombre. La “teología de la Cruz” es el “camino de la Luz”. 


Evangelio. Juan 2,13-15

    En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendía palomas les dijo: Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”.
   Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: ¿Qué signos nos muestras para obrar así?
    Jesús contestó: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
    Los judíos replicaron: Cuarenta y seis años ha constado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
    Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.
    Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

                        ***                  ***                  ***                  ***

            Mientras los evangelios sinópticos colocan este relato en la última semana de vida de Jesús, el IV evangelio lo anticipa, situándolo al inicio de su actividad pública. Quiere con ello indicar que este es su proyecto original: Jesús ha venido para abrir un tiempo nuevo, caracterizado por un nuevo “espacio” teologal, personalizado en él y culminado en su muerte y resurrección, acabando con las “localizaciones” geográficas partidistas (cf. Jn 4,21-24). Los judíos de entonces no lo entendieron así; los discípulos lo entenderían solo después de la resurrección.
     Pero junto a este subrayado cristocéntrico, conviene no olvidar otro antropocéntrico, porque el hombre es verdadero templo de Dios, “si alguno destruye (profana) el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario” (1 Cor 3,17). ¡Atención a no  confundir ni confundirse!


REFLEXIÓN PASTORAL

    Nos encontramos, prácticamente, en el centro de la Cuaresma, una buena ocasión para hacer balance y sacar conclusiones. ¿Cómo estamos viviendo este tiempo? ¿Cómo tiempo de gracia y de salvación? ¿Advertimos en nosotros realmente esos frutos? ¿O nuestra vida se desliza indolente, perezosa y rutinaria?
     El evangelio de hoy nos invita a revisar nuestras actitudes y comportamientos, no sea que también nosotros, como los moradores del templo de Jerusalén, hayamos pervertido los contenidos más genuinos de nuestra fe cristiana.
     La imagen de Jesús que nos presenta el evangelio de este tercer domingo choca notablemente con la del domingo precedente. Si el domingo anterior le contemplábamos resplandeciente y transfigurado en el monte, ahora aparece también transfigurado, pero por el celo de la casa  de su Padre.
     Este relato que nos muestra a Jesús con un látigo en las manos arrojando a los mercaderes del Templo ha dado y sigue dando pie a algunos para decir: ¿Ves? ¡También Jesús recurrió a la violencia! Y fijándose solo en el látigo, no escuchan sus palabras.
    El gesto de Jesús no es un arrebato de violencia, sino un gesto profético, que no puede aislarse de sus palabras: “No convirtáis en un mercado de la casa de mi Padre”.
    Con él quiso denunciar la desviación de un culto que se nutría de la especulación; la contradicción de un templo consagrado al Dios único, y en cuyos atrios crecían los ídolos; la insuficiencia de una religiosidad que pretendía satisfacer las exigencias de la fe solo con ofrendas materiales… Y, sobre todo, quiso revelar y anunciar al auténtico templo: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Y puntualiza el evangelista que lo dijo refiriéndose a sí mismo.
     Sí, Jesús es el auténtico espacio sagrado; el verdadero templo donde se da culto a Dios en espíritu y en verdad, el verdadero sacerdote y la verdadera ofrenda.
    “No convirtáis en un mercado de la casa de mi Padre”, esta advertencia o esta recriminación de Jesús hemos de escucharla nosotros atentamente, porque el peligro de esa perversión también nos acecha.
    También nosotros podemos pervertir la voluntad de Dios, esos mandamientos de los que nos habla la primera lectura; también nosotros podemos vaciar de sentido nuestra fe, reduciéndola a prácticas rutinarias, sin garra en la vida… ¿Qué son para nosotros? A veces damos la impresión, triste impresión, de ser solo normas, obligaciones…; y reducimos la vida a observancias y cumplimientos… “Si conocieras el don de Dios” (Jn 4,10). Porque los Mandamientos son don de Dios. “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón…, más preciosos que el oro…; más dulces que la miel de un panal que destila” (Sal 19,9.11). Y es que sin la alegría de creer, es imposible la alegría de vivir.
    Pero hay algo más, la Palabra de Dios no solo nos dice que Jesús es el verdadero Templo, sino que nuestra vocación es  ser templos del Espíritu: espacios desde los que se glorifique a Dios. “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el  Espíritu de  Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3,16).
     Estamos ante la celebración de la Semana Santa, ¿y no podemos pervertirla, convirtiéndola en pretexto para la evasión, la ostentación y el consumo? No seré yo quien invite a coger ningún látigo, pero sí a preguntarnos: si Jesús viniera a nuestra Semana Santa ¿se reconocería, y en quién se reconocería?

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Advierto en mí frutos de conversión?
.- ¿Me percibo y percibo a los otros como “templo” de Dios?
.- Cómo vivo los “mandamientos”: como don o como imposición?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.