jueves, 19 de febrero de 2015

DOMINGO I DE CUARESMA -B-


1ª Lectura: Génesis 9,8-15

    Dios dijo a Noé y a sus hijos: Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron, aves, ganados y fieras, con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: El diluvio no volverá a destruir la vida ni habrá otro diluvio que devaste la tierra. Y Dios añadió: Esta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: Pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes. 

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    El texto no muestra la primera alianza de Dios con Noé y con todos los seres vivos. Una alianza de vida; una alianza unilateral, cuyo signo será el arco iris. Dios se constituye en garante de su obra: la creación.  Le seguirá la alianza con Abrahán y su descendencia, y el signo será la circuncisión (Gen 17); la tercera será la del Sinaí, limitada a Israel, con la observancia de la Ley como contrapartida (Ex 19). Dios es el Dios de la alianza; un Dios aliado con el hombre y con el mundo, y para siempre. Esa cadena de alianzas hallará su plenitud en la Nueva Alianza, sellada en la muerte y resurrección de Cristo.


2ª Lectura: 1 Pedro 3,18-22

    Queridos hermanos:
    Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Con este Espíritu fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos -ocho personas- se salvaron cruzando las aguas. Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús Señor nuestro, que está a la derecha de Dios.

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  El texto seleccionado forma parte de un primer credo cristiano, de origen probablemente bautismal. Tiene como finalidad ayudar a comprender el sufrimiento inocente, contemplando el modelo de Cristo, y animar a una vida sin pecado; una vida conquistada por Cristo, autor de la alianza definitiva de Dios y a la que somos incorporados a ella por el Bautismo. El texto en algunas de sus expresiones no resulta de  fácil interpretación, en concreto la identificación de “los espíritu encarcelados”: ¿los demonios?, ¿los castigados en el Diluvio?, ¿los justos muertos antes de Cristo y que esperaban su resurrección? Pero lo importante es notar que todos los espacios están abiertos a la misericordia de Dios y son visitados por ella.
  
  
Evangelio: Marcos 1,12-15
                                                                            
    En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Nueva.

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    Jesús es Mesías e Hijo de Dios, pero en la debilidad de la condición humana: la tentación (cf Flp 2,6-8). También él tiene que vivir la prueba y el desierto. Marcos, desde el principio, quiere evitar una visión equivocada de la persona  y misión de Jesús. Por otra parte, la alusión a la convivencia con las fieras y al servicio de los ángeles sugiere la realidad de Jesús como el  “último Adán”, el hombre verdadero .


REFLEXIÓN PASTORAL

     El pasado miércoles iniciábamos un nuevo tiempo litúrgico: la Cuaresma.  “Tiempo favorable” (2 Cor 6,2,) porque nos invita a “avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo y a vivirlo en su plenitud Cristo” (oración colecta).  En la ceremonia de la imposición de la ceniza se nos dijo: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Y es que solo así podremos alcanzar el objetivo de la Cuaresma. Los textos bíblicos de este primer domingo ofrecen puntos luminosos para entregarnos a este quehacer.
     La vida hay que vivirla con esperanza porque, más allá de los avatares puntuales de la historia, está garantizada por Dios, que ha empeñado su palabra en un pacto gratuito e incondicional (1ª lectura), renovado en la sangre de la Nueva Alianza (2ª lectura).
     Dios es nuestro aliado, está a nuestro lado, de nuestra parte, aunque en ocasiones tengamos la sensación de estar solos y abandonados. “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 23,4). Y esta es una convicción necesaria para atravesar los desiertos de la vida, sembrados de tentaciones y dificultades.
      El evangelio nos presenta a Jesús empujado por el Espíritu al desierto, lugar inhóspito y acogedor a un tiempo; “archivo histórico” y “espacio penitencial” y “esponsal” para la memoria de Israel. La experiencia de Jesús en el desierto, como la experiencia de Israel, fue una experiencia guiada por Dios. Dios conduce al desierto para darse a conocer sin filtros y para conocer sin máscaras.
      Y allí pasó Jesús 40 días, como Moisés en el Sinaí (Éx 34,28), como Elías en el Horeb (1 Re 19,1-8). Y “se dejó tentar”. Con este pasivo san Marcos apunta a que la tentación no se le impuso, sino que la permitió él, mostrando así su voluntad de hacerse semejante a los hombres (Flp 2, 8), y de enseñarnos a ser hombres en la tentación.
     Sin embargo, a diferencia de los otros evangelistas (Mt y Lc), san Marcos no detalla las tentaciones ni habla de ayunos, pero subraya algo que silencian los otros: “Vivía con las fieras y los ángeles lo servían”. Procediendo así, por una parte muestra la realidad humana concreta de Jesús en un discernimiento personal, en una búsqueda del sentido de su vida, y por otra, presenta su figura como el nuevo Adán, en armonía con los animales en el Paraíso. Pero con una diferencia, Jesús no sucumbió a la tentación, como sucumbió Adán.
            Y clarificada su vocación, Jesús se entrega a la misión. La enseñanza es clara: antes de cualquier misión se requiere una clarificación; pero una vez alcanzada ésta, se impone la misión.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué espíritu abordo la Cuaresma?
.- ¿Cuáles son mis tentaciones?
.- ¿Cuáles son mis obras de conversión?



DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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