jueves, 29 de enero de 2015

DOMINGO IV -B-


1ª Lectura: Deuteronomio 18,15-20

     Habló Moisés al pueblo diciendo: El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo, de entre tus hermanos. A él le escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la Asamblea: “No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, no quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir”.
     El Señor me respondió: “Tienen razón; suscitaré un profeta de entre tus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, es reo de muerte”.

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   Moisés anuncia al pueblo que Dios suscitará un profeta después de él, en él pondrá sus palabras y estas serán su guía. También advierte del riesgo que asedia a todo profeta, hablar sin discernimiento, no ser profeta de Dios o hablar solo a título personal. El verdadero profeta no es un poseedor de la palabra, sino un poseído por la palabra a cuyo servicio entrega su vida. Jesús es el paradigma de ese Profeta.

2ª Lectura: 1 Corintios 7,32-35

    Hermanos:
    Quiero que os ahorréis preocupaciones: el célibe se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido.
    Lo mismo, la mujer sin marido y la soltera   se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido. Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.

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   Hablando del matrimonio y el celibato, Pablo propone a este como vía privilegiada de servicio al Evangelio. No desacredita la opción matrimonial, que tiene otras funciones significativas muy importantes en la Iglesia  -la de ejemplificar el amor de Cristo y la Iglesia (Ef 5,21-23). No estamos en el campo de la competitividad sino en el de la significatividad. “Cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra” (1 Cor 7,7). Los que optan por el celibato, gracia del Señor, lo hacen para una dedicación plena a la tarea evangelizadora. Por eso, no se justifica un célibe instalado, enriquecido y no entregado a evangelizar y a ser él palabra evangélica.


Evangelio: Marcos 1,21-28                   

    Llegó Jesús a Cafarnaún, y cuando al sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad.
    Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.
    Jesús le increpó: Cállate y sal de él.
    El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió.
    Todos se preguntaron estupefactos: ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y lo obedecen.
    Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

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    Jesús es ese profeta profetizado por Moisés: solo en él la palabra de Dios suena en toda su potencialidad y verdad. Es el Santo de Dios. Y desde el principio aparece enfrentado al espíritu del mal, que, ante su presencia, se siente amenazado de muerte. La gente lo percibe: la “autoridad” de su palabra no se identifica con el autoritarismo sino con la energía y credibilidad de la misma. El Evangelio no es solo anuncio de salvación, sino realidad salvadora, nueva y renovadora.  “¿Qué es esto?”. Es la pregunta que pretende responder el  evangelista Marcos con su evangelio.


REFLEXIÓN PASTORAL


     En un mundo saturado de palabras, discursos declaraciones contradictorias, surge, o puede surgir, el escepticismo, la sospecha, la duda sobre la veracidad y credibilidad de las mismas.
     Pero entra tantas palabras, hay una Palabra; entre tantas noticias, hay una Noticia; entre tantas promesas, hay una Promesa: la palabra de Dios, el evangelio de Jesucristo… ¿Habrá llegado hasta aquí el escepticismo que envuelve a las palabras humanas? Acostumbrados a casi todo, ¿nos habremos también acostumbrado al Evangelio, insensibilizándonos para captar su mensaje?
     “¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad”. El evangelio de Cristo no fue, y no puede ser, un mensaje ocasional y oportunista. No fue una ideología de acompañamiento, legitimadora de situaciones de hecho, por muy extendidas que estén sociológicamente. No fue pronunciado mirando al tendido, esperando hurras y aplausos…
     “Sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie…” (Mt 22,16); esto lo reconocieron sus adversarios.
     Sí, Jesús vino a descubrir al hombre quién era Dios, cuál era su voluntad…, emplazando al hombre a tomar una decisión.
      La palabra de Jesús era una palabra nueva y renovadora; de redención y esperanza; libre y liberadora; bienhechora y compasiva… Una palabra divina, aprendida en Dios: “Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia…” (Jn 14,10). Por eso dijo Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).
     ¡Que contraste con nuestras palabras! ¡Vanas, vacías, incapaces de devolver la auténtica alegría y la verdadera libertad! Palabras teóricas, a las que casi nunca acompañan el amor y el sufrimiento por los otros. Palabras muy retóricas, pero poco prácticas. Aduladoras, pero insinceras…
     La única palabra que salva, digna de ser creída y con autoridad es la que nace de un corazón purificado y madurado por la compasión solidaria; la que nace de la contemplación de Dios…
     Cuántos están esperando de nosotros esa palabra, la de Cristo, para sentir esperanza, amor, ilusión… Y nosotros se la hurtamos, se la negamos, porque hasta la desconocemos. Y, sin embargo, hemos sido sus depositarios y constituidos en sus difusores…, a nivel de magisterio y, sobre todo, de vida.
     Si esa palabra no es creíble quizá se deba, en buena parte, a que no seamos creíbles sus mensajeros, pero también quizá a que, en el fondo, los mensajeros no creemos en ella. Por eso, Pablo justifica el celibato como expresión de radicalidad para servir con credibilidad “los asuntos del Señor”.
      La reflexión de san Pablo en la 2ª lectura merece ser destacada. La evangelización debe interpretar la melodía evangélica polifónicamente. Y el celibato, como estado de vida, forma parte de esa polifonía. Él debe visibilizar ejemplarmente el pensamiento paulino: “Si vivimos, vivimos para el Señor… (Rom 14,8), sin división (1 Cor 7,35). Lo que hace creíble al celibato es la pasión evangelizadora del célibe. Este es un “desposado” con el Evangelio, al que debe la misma fidelidad que el marido debe a su esposa, en un matrimonio espiritual, pero no estéril, llamado a servir eficazmente a la vida.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Es para mí el Evangelio novedad o rutina?
.- ¿Hasta que punto me entrego a los asuntos del Señor?
.- ¿Qué espacio concedo a la palabra de Dios en mi vida?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 22 de enero de 2015

DOMINGO III. TIEMPO ORDINARIO -B-


1ª Lectura: Jonás 3,1-5. 10

    En aquellos días, vino de nuevo la Palabra del Señor a Jonás: Levántate y vete a Nínive, la gran capital, y pregona allí el pregón que te diré.
    Se levantó Jonás y fue a Nínive, como le había mandado el Señor. (Nínive era una ciudad enorme; tres días hacían falta para recorrerla). Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día pregonando: ¡Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada!
    Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno, y se vistieron de sayal, grandes y pequeños.
    Cuando vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida, tuvo piedad de su pueblo el Señor, Dios nuestro.

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    Nínive personificaba, para el pueblo judío, el mal. Sin embargo, en el horizonte salvador de Dios, Nínive tiene también “su” espacio. Y allí manda al profeta Jonás con una invitación a la conversión y a la salvación. Y Nínive escucha, contra toda esperanza, la palabra del Señor, se convierte y obtiene la piedad de Dios. Es una sorprendente revelación de la misericordia sin fronteras, y de que el pueblo de Dios se halla germinalmente en el seno de la humanidad “pecadora”.


2ª Lectura: 1 Corintios 7,29-31

    Hermanos:
    Os digo esto: el momento es apremiante. Queda como solución: que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la presentación de este mundo se termina.

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    No siempre han sido bien comprendidas estas palabras. Pablo no invita a la “evasión” ni a desentenderse de las realidades de la vida, sino a no “absolutizarlas”, a “liberarlas” del "inmediatismo" y de todo aquello que las distorsiona. Porque “el momento es apremiante”. Estas palabras no son sino la traducción de las palabras de Jesús: “Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33). El “como si no” no devalúa la realidad sino que la revalúa con parámetros de eternidad.


Evangelio: Marcos 1,14-20

                                         
    Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed en la Buena Noticia.
    Pasando junto a lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
   Jesús les dijo: Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres.
  Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
      Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con Él.

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     También Jesús, enviado por el Padre, recorrió la tierra con una invitación a la conversión y a creer en su propuesta salvadora. Dios siempre llama a la salvación, porque su voluntad es que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf. 1 Tim 2,4). Y eligió unos hombres, a los que confió la continuación de ese anuncio. No les cambia de profesión -pescadores-, aunque sí les cambia la misión –pescadores de hombres-. Y ellos lo siguieron, desenredándose de sus redes, para caer en las de Jesús: redes que no enredan sino que liberan. Y no es irrelevante destacar que será Jesús quien los “hará” discípulos y pescadores. Porque solo él es el Maestro y el formador.


REFLEXIÓN PASTORAL

    Desde la palabra de Dios, la Iglesia continúa recordándonos las implicaciones de la vocación cristiana, resumidas en la necesidad de la conversión sincera al Señor y a su Evangelio, únicas alternativas para un mundo y un hombre profundamente deteriorados por el pecado en sus múltiples manifestaciones...
    “Dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada”, anuncia el profeta Jonás. “El momento es apremiante..., porque la presentación de este mundo se termina”, escribe s.Pablo. “El tiempo se ha cumplido...; convertíos y creed la Buena Noticia”, dice Jesús.
    Los tiempos del hombre se agotaron sin renovar al hombre. Comienza el tiempo de Dios. Un tiempo que inagura Jesús, pero que no se  agota con Él.
    A partir de entonces el tiempo se divide en “tiempo de Dios” (tiempo de redención) y “tiempo muerto” (tiempo de no redención) ¿Qué tiempo es el nuestro? ¿En qué tiempo vivimos?
    Jesús vino a  vencer la muerte, y vino, también a anular los tiempos  muertos, estimulando la vida. Y propuso la alternativa: la conversión. Que no consiste en una serie de prácticas superficiales y aisladas, sino en una decisión preferencial y existencial por Cristo.
No se reduce a un blanqueo de fachadas, sino a la reconstrucción de la casa. El hombre no ha corregir solo unos grados su orientación, sino que ha de reorientarse completamente. Su pensamiento no tiene solo que enriquecerse con algunos contenidos nuevos, sino que ha de trascenderse, para conocer “lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que transciende todo conocimiento” (Ef 3,18).
     Y Jesús quiso contar con hombres, compañeros de esa tarea vivificadora. Se acercó personalmente a unos cuantos, les inquietó con su propuesta (Jesús era una persona inquieta e inquietante), y ellos le siguieron. Abandonaron sus barcas, para desembarcar en el proyecto de Jesús; dejaron sus redes (se desenredaron), cayendo en las de Jesús. Antes de ser pescadores, fueron pescados... Y no es irrelevante destacar que será Jesús quien los “hará” discípulos y pescadores. Porque solo él es el Maestro y el formador.
     Nos equivocaríamos, y frecuentemente nos equivocamos, al pensar que esto es historia pasada. Los tiempos muertos y los tiempos de muerte continúan, y también continúa la llamada de Jesús. A tu vida y a  mi vida se acerca Cristo para estimularla e inquietarla con un “sígueme” liberador de tantas redes como nos enredan. Invitándonos a situar la vida en ese estilo que nos marca s. Pablo, colocando nuestro presente concreto: familia, trabajo, bienes, alegrías y dolores en un horizonte de trascendencia, resistiendo la tentación de absolutizar lo relativo y relativizar lo absoluto.
     “Venid en pos de mí” (Mt 4,19). Adentrémonos en la compañía de Jesús. Acojamos esta invitación. Nadie está desprovisto de vocación ni de misión. En su llamada, Dios no margina ni excluye. Lo hemos visto en la primera lectura: Nínive, también fue llamada, porque fue amada de Dios. Dios no margina. Solamente hay automarginados, quienes se marginan y excluyen. Quienes prefieren seguir enredados en sus cosas, absortos en su faenas, desoyendo la llamada liberadora del Señor.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Soy excluyente?
.- ¿Con qué criterios vivo la vida?
.- ¿Vivo enredado  en mis propias redes, o participo de la libertad que trae el Señor?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

lunes, 19 de enero de 2015

DOMINGO II del Tiempo Ordinario -B-


1ª Lectura: 1 Samuel 3,3b-10.19

    En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel y él respondió: Aquí estoy.  Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: Aquí estoy; vengo porque me has llamado.
    Respondió Elí: No te he llamado; vuelve a acostarte.
    Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: Aquí estoy, vengo porque me has llamado.
    Respondió Elí: No te he llamado, vuelve a acostarte.
    Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: Aquí estoy; vengo porque me has llamado.
    Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho y dijo a Samuel: Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: Habla, Señor, que tu siervo te escucha.
     Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: ¡Samuel, Samuel!
     Él respondió: Habla, Señor, que tu siervo te escucha.
     Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.

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     Consagrado por su madre, Ana, como servidor del santuario (1 Sam1, 28) , Samuel es ahora constituido profeta del Señor y por el Señor (1 Sam 3,20). Aunque históricamente no es fácil determinar el momento preciso en que surge el profetismo en Israel, el autor ha querido subrayar la importancia de Samuel para dicho movimiento. Cuando el Cielo permanecía silencioso y escaseaban las visiones, Dios abre con Samuel un diálogo personal y eficaz. Es importante subrayar que es la Palabra la que busca y hace al profeta; éste está llamado a ser solo un servidor fiel de la misma.


2ª Lectura: 1 Corintios 6,13c-15a. 17-20

    Hermanos:
    El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor para el cuerpo. Dios, con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él. Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre, queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica, peca en su propio cuerpo. ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!

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     El texto escogido se halla en la primera sección de la carta, en la que Pablo denuncia deficiencias importantes en la vida de la comunidad cristiana de Corinto: no se trata de paganos, sino de cristianos. Algunos corintios confundían la libertad cristiana con una patente de libertinaje. Quizá se apoyaban en alguna expresión extrapolada y tergiversada del propio Pablo (1 Cor 6,12). La libertad cristiana tiene un límite, que no es una limitación, sino un horizonte: Cristo. Pablo reivindica la fidelidad y la dignidad del matrimonio cristiano, donde se produce una comunión tan íntima que ya no son dos sino un solo cuerpo (Gén 2,24; Mt 19,6). Y, además, revela la dignidad de la persona como espacio sagrado, habitado por el Espíritu Santo, que no puede ser profanado. El cuerpo, la persona, es una realidad sagrada llamada a dar gloria a Dios.

Evangelio: Juan 1,35-42

    En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: Este es el cordero de Dios.
    Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis?
    Ellos le contestaron: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?
    Él les dijo: Venid y lo veréis.
    Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
     Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro).

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    El IV Evangelio tiene un modo peculiar de presentar la llamada de Jesús a sus primeros discípulos. Más que de “llamada” de Jesús parece tratarse de un “descubrimiento” de los discípulos. Algo que parece inverosímil en este primer momento -no sabían ni donde vivía-. El evangelista, seguramente, traslada a este primer encuentro lo que a la luz de la Pascua y del Espíritu los discípulos fueron descubriendo en Jesús: el Maestro y el Mesías. La pregunta de Jesús sigue abierta -¿Qué buscáis?-, también la pregunta de los discípulos -¿Dónde vives?-, así como la respuesta de Jesús -Venid y lo veréis-. Esta escena muestra el tránsito de Juan a Jesús, de la Voz a la Palabra, de la Ley y los Profetas al Evangelio. El descubrimiento de Jesús se convierte en urgencia de testimonio.


REFLEXIÓN PASTORAL

     A una sociedad y a un mundo como el nuestro, cada vez menos sensibilizado para oír otras voces que no sean las propias; bombardeado por mensajes utilitaristas, hedonistas y hasta belicistas; cada vez menos habituado a oír hablar de Dios y, sobre todo, cada vez menos habituado a oír hablar a Dios y a hablar con Él; a una sociedad así, puede resultarle sorprendente y hasta ingenua la frescura y diafanidad de un relato como el de la primera lectura: ese ir de acá para allá del pequeño Samuel, buscando, sin identificar bien, la voz que le hablaba.
     Como también a una sociedad y a un mundo como el nuestro pueden sorprenderle las reflexiones que san Pablo hace sobre el cuerpo humano y su dignidad (dada la visión distorsionada que hoy se tiene de esa realidad) y sobre la fidelidad matrimonial (dado el transfuguismo existente en esa materia).
     A nosotros creyentes, no deberían sorprendernos. Aunque, a lo peor, también nos sorprenden, porque hemos perdido sensibilidad cristiana para percibir la voz de Dios en la vida y para valorar cristianamente la realidad.
     Es necesario sintonizar con Dios, ponernos en su onda, hacer una selección de frecuencias en el dial de nuestra vida para captar la emisora de Dios, su voz, sin interferencias. Porque hay interferencias. Pero Dios habla; es personalmente la Palabra, hecha lenguaje humano en la Sagrada Escritura, hecha hombre en Jesucristo, hecha vida en los sacramentos, hecha urgencia y clamor en las necesidades humanas... ¡Dios habla desde las diversas situaciones de la vida! La vida es una palabra de Dios.
     Dios sigue saliendo en búsqueda del hombre, haciéndose el encontradizo en sus caminos, para preguntar, como Jesús en el evangelio de hoy, “¿Qué buscáis?”. En la vida, en la familia, en el trabajo, en la iglesia... “¿Qué buscáis?”.
     Una pregunta dirigida también a los que nos reunimos para celebrar la eucaristía; una pregunta que puede ayudarnos a examinar los motivos de nuestra vida y de nuestros afanes.
      Quizá, nunca como hoy, el hombre ha desarrollado y potenciado tanto la investigación y la búsqueda. Las cantidades y energías destinadas a este fin son enormes. Aunque un detenido examen de esas partidas nos llevaría a la triste conclusión de que es la capacidad destructiva, el armamento, la que más dinero y energías acapara.
     También el hombre es objeto de investigación y de búsqueda por parte de la ciencia y de la técnica... Pero la realidad, la verdad del hombre no se ilumina solo desde ahí. En él hay una porción divina, imagen y semejanza de Dios, que es el fundamento de su dignidad y grandeza.
      “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?”. Toda agresión al hombre, desde la manipulación genética hasta la distorsión erótica, toda injusticia y olvido del hombre es un pecado contra el Espíritu Santo, es una violación de ese templo.
      “¿Qué buscáis?... Venid y lo veréis”. Solo en la ruta y en la compañía de Jesús encontraremos una respuesta salvadora. Él es el Camino, la Verdad, la Vida (Jn 14,6).
      Pero el encuentro con Jesús no es el final del camino, sino el inicio de un nuevo camino: el del testimonio. El descubrimiento de Cristo, el encuentro con Cristo, hay que compartirlo, hay que comunicarlo. Es lo que hizo Andrés: “Hemos encontrado al Mesías”.
      ¿Por qué nos falta a muchos creyentes el testimonio gozoso de nuestra fe? ¿Por qué no vivimos nuestra fe con gozo?
      La espiritualidad bíblica es esencialmente “auditiva” y  “contemplativa”. “Escucha…” (Dt 6,4); “escuchad” (Mt 13,18) es una de las advertencias más frecuentes.
     ¿Y qué es escuchar? Es más que el mero ejercicio físico de oír. Escuchar es un ejercicio del alma; hay que abrir sus puertas para acoger e interiorizar la palabra. La escucha implica el hospedaje de la palabra de Dios, alojarla en el corazón; por eso es un acto de amor. Lo dijo Jesús: “El que me ama guardará mi palabra”(Jn 14,23). No solo cumplirla, sino convertirla en criterio interior, en memoria perpetua.
       Hay oyentes periféricos y olvidadizos. Los identifica la carta de Santiago (1,19-25), y Jesús les equipara a constructores de inconsistencias, que edifican sobre arena (Mt 7, 26-27).
       Escuchar requiere mantener bien orientadas las antenas del espíritu para percibir los mensajes, muchas veces cifrados, que Dios envía (Mt 25,37ss).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué busco yo en la vida?
.- ¿Tengo conciencia de ser templo del Espíritu Santo?
.- ¿Sé percibir los mensajes cifrados que Dios me envía?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 8 de enero de 2015

BAUTISMO DE JESÚS -B-


1ª Lectura: Isaías 42,1-4. 6-7

    Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes, que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas.

                                   ***                  ***                  ***

    El texto seleccionado es el primero de una colección isaiana denominada “Cantos del Siervo”. Se ha debatido mucho sobre la identidad de este personaje -individual o colectiva-, pero en todo caso era uno de los catalizadores de la esperanza de Israel. Se trata de un personaje ligado profundamente a Dios, elegido por él y convertido en alianza y luz de los pueblos. Su misión será regeneradora de la sociedad y de las personas, con un estilo humilde. La liturgia cristiana, siguiendo la huella del NT (Mt 12,18-21), aplica este primer canto a Jesús.

2ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34-38

    En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.

                                   ***                  ***                  ***

    Al entrar en casa del centurión Cornelio, un pagano, Pedro declara la “apertura” de Dios a todo el que le busca con sincero corazón. Una apertura personalizada en Jesucristo, el Señor de todos, Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu, y cuya historia pública se inició en las aguas del Jordán, río de hondas resonancias en la historia bíblica. 


Evangelio: Marcos 1,6b-11

                            
                                                     
    En aquel tiempo proclamaba Juan: Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.
    Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado, mi preferido.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    Tres momentos en el relato: Juan, Jesús y la revelación del misterio de Jesús por obra de Dios. Juan, el precursor, no solo anuncia a Jesús sino que descubre su novedad cualitativa: el bautismo con Espíritu. Jesús, presentándose en el Jordán, aparece como uno más, mojándose con el agua de los hombres humildes, metiéndose en la corriente de la humanidad que busca el perdón de Dios. Pero en esa opción de Jesús, Dios deshace cualquier ambigüedad: ese hombre, hundido en esas aguas penitenciales, es el Hijo de Dios. Es la segunda epifanía del Hijo de Dios. Nos encontramos con la primera confesión del misterio trinitario en  los evangelios.


REFLEXIÓN PASTORAL

     La fiesta del bautismo de Jesús pone fin al ciclo litúrgico de la Navidad. Con matices redaccionales propios, los cuatro evangelios testimonian este “paso” de la vida de Jesús. Un paso transcendente, porque en este bautismo Jesús no solo se homologa con los hombres pecadores, entrando penitencialmente en las aguas del Jordán, sino que allí es revelado por el Padre como su Hijo amado, su preferido.
     En realidad lo significativo en ese bautismo no es el agua que resbala por su cabeza, sino el Espíritu que lo inunda. Ese bautismo supone el fin de un ciclo -el del bautismo con agua (el de Juan)-, e inagura otro -el del bautismo en el Espíritu-, el de Jesús (Jn 1,33). Y nos enseña algo muy importante: que ese espacio donde se evidencia la debilidad humana (el bautismo penitencial de Juan) ha sido el espacio elegido por Dios para revelarse y revelar la verdad de Jesús. San Pablo subrayará en diversos pasajes de sus cartas esta estrategia “misteriosa” de Dios (cf. Flp 2,6ss; 1 Cor 1,22-2,5)…
     Pero no terminan aquí las lecciones de este día. La 1ª lectura pone de relieve proféticamente, el estilo y el contenido del auténtico enviado de Dios: “No gritará, no clamará... La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará... Promoverá fielmente el derecho...”. Este fue el tono y el estilo del paso de Jesús, como nos recuerda la 2ª lectura: pasar haciendo el bien… Fue la percepción de la gente: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7,37).
     De todo esto nos habla la fiesta del bautismo de Jesús, y nos plantea una pregunta para el examen personal a todos los bautizados en Cristo: si este es el significado del bautismo para Jesús, ¿qué significa para nosotros nuestro bautismo? Él nos incorpora a la comunidad de los creyentes, siendo el fundamento de la fraternidad cristiana; él significa el paso de la muerte a la vida, siendo el fundamento de nuestra liberación y libertad; él supone una vida coherente, siendo el fundamento de nuestra responsabilidad, Y, sobre todo, nos incorpora al mismo Cristo.
     ¿Ya advertimos en nosotros y testimoniamos a los otros nuestro bautismo? Porque este no se acredita solo documentalmente, sino vitalmente. No lo garantiza el documento extendido en la parroquia, sino una vida inspirada en el seguimiento del Señor. ¡Nuestra vida no puede ser una negación, sino una acreditación de nuestro bautismo!

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué signos acredito mi bautismo?
.- ¿Es solo un dato “histórico” o, además, vivencial?
.- ¿Recuerdo y celebro el día de mi bautismo?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

sábado, 3 de enero de 2015

DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE NAVIDAD -B-


  
1ª Lectura: Eclesiástico 24,1-4. 12-16

    La Sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio de su pueblo. Abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus Potestades. En medio de su pueblo será ensalzada y admirada en la congregación plena de los santos; y recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos. Entonces el Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: Habita en Jacob, sea Israel tu heredad. Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás. En la santa morada, en su presencia ofrecí culto y en Sión me estableció; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder. Eché raíces en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.

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    El texto pertenece a lo que se considera el capítulo central del libro del Eclesiástico. Es la cumbre de la reflexión veterotestamentaria sobre la Sabiduría de Dios. Una Sabiduría que hunde sus raíces en la historia y geografía humanas. Y es en la Navidad de Jesús donde se revela ese  enraizamiento de Dios, de su Sabiduría. Una Sabiduría paradójica, manifestada en la humildad de Belén y en la locura de la Cruz.

2ª Lectura: Efesios 1,3-6. 15-18

    Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales, en el cielo. Ya que en Él nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia, por amor. Nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo, conforme a su agrado; para alabanza de la gloria de su gracia, de la que nos colmó en el Amado. Por lo que yo, que he oído hablar de vuestra fe en Cristo, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama y cuál la riqueza de gloria que da en la herencia a los santos.

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     Cristo no es solo la encarnación de la Sabiduría de Dios, sino que también encarna su Bendición. En Él hemos sido elegidos para ser santos, y predestinados a ser sus hijos adoptivos. Una “adopción” que no rebaja la calidad de la filiación sino que la revalida (cf Jn 1,13). En el mundo greco-romano la filiación meramente natural, para gozar de legitimidad legal, necesitaba el reconocimiento oficial de la adopción. El cristiano debe ser consciente de ello, de que ha sido reconocido, adoptado por Dios como hijo.

Evangelio: Juan 1,1-18

  En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió…
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad….

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    En el prólogo del IV Evangelio halla su plenitud la reflexión sapiencial sobre la Sabiduría de Dios. Hasta donde no llegó el pensamiento humano, porque no podía llegar, llegó la iniciativa del amor de Dios. En el nacimiento de Jesucristo se ha manifestado en plenitud la revelación de la Bendición de Dios. Jesús es el HOY exhaustivo de Dios (cf. Heb 1,1-2). Y en su nacimiento, hemos nacido como hijos de Dios.

REFLEXIÓN PASTORAL

     Además y por encima de la escenografía tradicional de reyes y pastores, ángeles y estrellas, la Navidad tiene un contenido muy preciso: el misterio, que es buena nueva, de la presencia de Dios entre los hombres, para los hombres y por los hombres.
    La formulación del misterio de la Navidad en el NT es muy plural. Estamos habituados y solemos privilegiar las formulaciones “narrativas” de los evangelios de san Mateo y  de san Lucas, pero no son las únicas. Hay otras, que podríamos calificar de “kerigmáticas”, de gran densidad teológica, que no pueden ser ignoradas.
     Una de ellas es la que presenta el evangelio de este domingo segundo de Navidad: el Prólogo del Evangelio de san Juan. Pero no es el único testimonio. También en los escritos paulinos se encuentran referencias y ecos del misterio navideño. Así, en la carta a los Gálatas Pablo define a la Navidad como “plenitud de los tiempos”, además de hablar de la “mujer” de la Navidad (Gál 4,4). Y en el himno de la carta a los Filipenses se encuentra una emocionada evocación navideña, al celebrar la decisión del Hijo de Dios de hacerse hombre (Flp 2,6-11).
     Por su parte, en la carta a los Hebreos se apunta al “hoy” de Dios, presentando a la Navidad como el inicio de ese “hoy” en el que Dios “nos ha hablado por medio del Hijo” (Heb 1,2). Incluso en el libro del Apocalipsis se habla de una navidad eclesial, tipificada en la Mujer encinta “que dio a luz un Hijo varón, que ha de regir a todas las naciones” (Ap 12,1-6). De una lectura meditada de estos y otros testimonios se desprende una comprensión enriquecida y enriquecedora de este misterio.
     La Navidad nos habla de “presencia” salvadora (Jn 1,14)); de “entrega” redentora (Flp 2,6ss); de “bendición” universal (Ef 1,3); de “luz” que brilla en la oscuridad (Jn 1,5); de plenitud de la verdad y de la vida (Jn 1,9; de palabra definitiva de Dios (Heb 1,2); de alumbramiento exhaustivo del amor divino (Jn 3,17).
     Y nos recuerda que todo eso no ha sido porque sí, sino por nosotros. De ahí que al celebrar la Navidad debemos sentirnos implicados en esa aventura de Dios. El “nacimiento” del hijo de Dios es para que nosotros renazcamos como hijos de Dios. La Navidad no puede aislarse. La celebración navideña debe ayudarnos a redescubrir, cada vez con mayor profundidad nuestra condición de hijos de Dios, que ha derramado sobre nosotros el Espíritu de su Hijo para que podamos decir con verdad ¡Padre! (Gál 4,6)
     Este es el gran contenido de la Navidad: Saber y sentir a Dios con nosotros y por nosotros. Sentirle Padre y sentirnos hijos. Y la gran pregunta es: Si Dios está con nosotros, ¿nosotros con quien estamos? Si Dios es nuestro Padre, ¿nos vivimos como hermanos? Lo sabremos si “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué resonancias provoca en mí el nacimiento del Hijo de Dios?
.- ¿Me lleva a profundizar mi filiación divina y mi fraternidad humana?
.- ¿Me acerca a Dios y me hace sentirle cerca?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.