miércoles, 30 de abril de 2014

DOMINGO III DE PASCUA -A-


1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 2,14.22-28

    El día de Pentecostés, se presentó Pedro con los Once, levantó la voz y dirigió la palabra: Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice:
                    Tengo siempre presente al Señor,
        con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua
                    y mi carne descansa   esperanzada.
Porque no me entregarás a la muerte
                    ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
                    Me has enseñado el sendero de la vida,
                    me saciarás de gozo en tu presencia.

                                   ***                  ***                  ***

    El discurso que Lucas pone en boca de Pedro es el primero de una serie de seis discursos (Hch 2; 3; 4; 5; 10 y 13) que siguen fundamentalmente un esquema idéntico y que resumen la predicación cristiana primitiva: Ha llegado el tiempo de la plenitud y el cumplimiento de las promesas a través de Jesús -su ministerio, muerte y resurrección-. Los primeros destinatarios del anuncio son los miembros del pueblo de Israel, pero no son los únicos.


2ª Lectura: 1 Pedro 1,17-21

    Queridos hermanos:
    Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida. Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos para nuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

                                   ***                  ***                  ***

   La Carta de Pedro invita a los cristianos a ser conscientes y a  no dilapidar la obra realizada por Dios en su favor mediante la entrega salvadora de Cristo. Hay que tomarla en serio y traducirla en la vida. La fe y la esperanza cristianas se acreditan desde la praxis, y deben ser el servicio que el creyente ofrezca al mundo.


Evangelio: Lucas 24,13-35
                                                                                                                                        

    Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
    El les dijo: ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?
    Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabe lo que ha pasado allí estos días?
    El les preguntó: ¿Qué?
    Ellos le contestaron: Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho la mujeres; pero a él no lo vieron.
    Entonces Jesús les dijo: ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?
     Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
    Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde y el día va de caída.
     Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
    Ellos comentaron: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
    Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que estaban diciendo: Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha parecido a Simón.
     Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo había reconocido al partir el pan.

                                   ***                  ***                  ***

     El relato es exclusivo del evangelio de san Lucas, aunque Mc 16,9ss deja constancia de este encuentro. Dos discípulos, tras la crucifixión, con la esperanza perdida-“esperábamos”-, deciden abandonar el proyecto de Jesús. No daban crédito ni a las mujeres ni a los testigos del sepulcro vacío.  ¡Su esperanza no había aguantado ni la prueba de tres días!   
     Jesús se les acerca para enseñarles a “leer” la historia y las Escrituras, porque buena parte de aquella decepción partía de una lectura equivocada, de una concepción mesiánica tergiversada, triunfalista y nacionalista.
    Esclarecido el sentido mesiánico de la vida de Jesús, que les había caldeado el corazón, la fracción del pan les abre los ojos, y acaban reconociéndolo. Y desandando el camino del abandono regresan con su testimonio a la comunidad de los discípulos.
    La escena podemos considerarla una parábola del encuentro personal con Jesús, un encuentro necesario, al tiempo que desvela a la Eucaristía como la plataforma privilegiada para reconocer hoy al Señor y para darlo a conocer. La enseñanza es clara: Jesús sigue siendo el Maestro que aporta las claves correctas para hacer la lectura de su vida y de la vida.
    

REFLEXIÓN PASTORAL

      Unos discípulos, desencantados deciden abandonar, olvidar  “la causa de Jesús”. Estaban de vuelta, resignados a volver a lo de siempre. ¡Todo había sido una ilusión!
      Lo de “al tercer día resucitará” (Mt 20,19), una quimera, “de eso ya han pasado tres días” (Lc 24,21); lo de “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), se acabó en el monte Calvario; lo de “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20)… De eso, nada de nada. Lo de amar hasta entregar la vida (cf. Jn 15,13), tiene necesariamente un final: acaba con la vida de quien se entrega a ese ideal… “Esperábamos que fuera el libertador de Israel…, pero ya ves” (Lc 24,21).
     Así pensaban ellos, pero la realidad no era así. Y Jesús se acercó al desencanto de esos hombres. Les escuchó, y les hizo caer en la cuenta de que su lectura era equivocada. (Lc 24,25). Necesitaban “otra” lectura, más cálida. Y al querer seguir adelante, aquellos hombres, confortados por la presencia y las palabras del desconocido, le formularon un deseo eterno: “Quédate con nosotros, porque se hace tarde” (Lc 24,29). Y, al partir el pan, reconocieron al Señor. Y es que para el discípulo de Cristo, los auténticos espacios para reconocer al Señor son la escucha creyente de la Palabra de Dios y la Eucaristía. Es ahí donde se le encuentra y donde él nos encuentra.
     El camino del desencanto está hoy bastante transitado; sobre todo cuando empieza a hacerse la tarde en la vida; aunque tampoco faltan los desencantados prematuros. Con demasiada frecuencia también nosotros, desencantados y escépticos, a duras penas acallamos la pregunta de si esto tendrá sentido y de si habrá alguien que pueda dárselo; de si valdrá la pena creer… Y nuestra fe en Dios se atenúa, y nuestra confianza en los hombres va desapareciendo, colocándonos al borde del “¡sálvese quien pueda!”.
     El camino de Emaús tuvo un final paradójico: el desencanto inicial acabó en encantamiento y gozo  -“¿no nos ardía el corazón?” (Lc 24,32)-. También nosotros podemos salir encantados de nuestros desencantos, si aceptamos al Señor como compañero y maestro de lectura de nuestra historia.
      Quien se propuso a sí mismo como “el Camino” (Jn 14,6), convirtió los caminos en cátedra: “Recorría las aldeas predicando…” (Mc 9,35).  Jesús no fue un evangelizador con sede fija. La sinagoga (Mt 4,23), la barca (Mt 13,2), la casa (Mt 9,10), el lago (Mc 4,1), el monte (Mt 5,1), el templo (Mc 12,35), los caminos (Lc 8,1)…, eran espacios abiertos y aptos para realizar su misión. Más aún, Jesús parece “privilegiar” los espacios “naturales” frente a los “sagrados” en su acción evangelizadora. La “buena noticia” de Jesús requería espacios nuevos, donde poder encontrar la realidad de la vida.
            Hoy la evangelización ha de abrirse a esos “nuevos areópagos”; salir al encuentro del hombre; buscarle en los espacios por donde transita -muchas veces rutas alejadas de lo “religioso”-; sentarse junto a su pozo (cf. Jn 4,6); acercarse a su carro (cf. Hch 8,28-29) y preguntarle, sin pretensiones moralizantes, con amor y respeto: “¿Entiendes lo que vas leyendo?” (Hch 8,30). ¿Es correcta tu lectura de la vida? Y presentarle, con humildad y claridad,  la “lectura alternativa de Jesús”.
El “camino” es un espacio bíblico de revelación y de encuentro. Impide el aburguesamiento, el dogmatismo y la teorización fría y distante. El camino favorece el encuentro, es creativo y propicia el diálogo.  En él se perciben libremente los olores, los colores, los cantos y los dolores de la vida. En el camino todos somos “buscadores”, ligeros de equipaje (Lc 9,3), hacia una verdad presentida pero no “controlada”.
La nueva evangelización debe sondear nuevas rutas, adentrarse en ellas, con la certeza de que pueden resultar difíciles y arriesgadas. Pero también con la seguridad de que “aunque camine por cañadas oscuras, Tú vas conmigo…” (Sal 23,4).
  
  REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Tomo en serio mi proceder cristiano en la vida?
.- ¿Caldea mi vida la Palabra de Dios?

.- ¿Es para mí la Eucaristía un espacio de revelación?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 24 de abril de 2014

DOMINGO II DE PASCUA -A-


1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 2,42-47

    Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casa y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

                                   ***                  ***                  ***
  
    No encontramos con el primero de los “sumarios” del libro de los Hechos que transmite el “tono” de la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén (otros se encuentran en 4,32-35 y 5,12-16). En él se destaca como elemento central la “comunión” (koinonía) de vida. San Lucas, con estos “sumarios”, no solo quiere “evocar” el pasado, quiere sobre todo iluminar y estimular el presente de su comunidad, proponiendo este “estilo” de vida como el modelo de vida cristiana: formación, comunión espiritual (eucaristía) y material (de bienes). La resurrección de Jesús es el principio de esta nueva vida, nacida del Bautismo y del Espíritu. Una vida que “impresionaba” a los de fuera.

2ª Lectura: 1 Pedro 1,3-9

    Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro que, aunque perecedero, lo aquilatan al fuego- llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo nuestro Señor. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

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    La 1ª carta de Pedro está dirigida a los cristianos que vivían el la Diáspora (1,1). Y quiere transmitirles un mensaje de aliento, invitándoles a vivir vigilantes en la esperanza de la venida del Señor.
    El texto señalado (1,3-9) es un canto de gratitud a la misericordia de Dios por la obra realizada en favor nuestro en la resurrección de Cristo: en ella hemos renacido a la esperanza. Aún, es verdad, caminamos en el exilio del mundo, en medio de pruebas, pero con la certeza de la fidelidad de Dios. Las pruebas son el control de calidad de la verdad de nuestra fe.

Evangelio: Juan 20,19-31
                                               
    Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
    Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
    Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
    Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
     Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor.
     Pero él contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
    A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: Paz a vosotros.
    Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
    Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!
    Jesús le dijo: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
    Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su Nombre.

                                   ***                  ***                  ***

    El relato contempla dos escenas: la primera (ausente Tomás) que, con modulaciones, encuentra equivalente en los sinópticos; y la segunda (presente Tomás), que es exclusiva del IV Evangelio.
     La primera parte presenta el cumplimiento de las promesas de Jesús a sus discípulos antes de su muerte en el discurso de despedida: “Volveré a vosotros” (Jn 14,18) = “Se presentó en medio de ellos” (Jn 20,19); “Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón” (Jn 16,22) = “Se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn 20,20; “Os enviaré el Espíritu y tendréis paz” (Jn 14,26; 15,26; 16,7.8.33) = “Paz a vosotros…; recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 21.22); “Voy al Padre” (Jn 14,12) = “Subo a mi Padre y a vuestro Padre” (Jn 20,17). La resurrección es el cumplimiento de la vida y de la palabra de Jesús. Jesús es el Veraz y la Verdad.
    La escena de Tomás introduce nuevos elementos. Tomás personaliza no solo a un individuo concreto, sino a una tipología. Tomás necesita “ver” y “tocar” para creer. Jesús accede a esa “verificación”, pero advierte que la fe que hace bienaventurados es la de los que creen sin ver, fiados de la palabra de Dios. Con todo, de esa poca fe de Tomás, surge una gran profesión de fe. Del modo que sea, sin conocimiento y reconociendo de Jesucristo no hay fe cristiana.


REFLEXIÓN PASTORAL

     Los textos bíblicos pascuales  nunca describen la resurrección -el cómo-, sino sus efectos. Su interés no reside en narrar anécdotas, orientadas a satisfacer la curiosidad del lector, sino que aparecen preocupados por testimoniar la presencia de Jesús entre los suyos y mostrar sus consecuencias. Una de ellas la recuerda la segunda lectura: “Dios, Padre de N.S. Jesucristo, rico en misericordia, por su resurrección de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera que os está reservada en el cielo”. Esperanza viva que sitúa al creyente en una relación nueva con Dios y con los hombres. Nos lo recuerda la primera lectura (Hch 2,42.46) ¿Qué queda de esto entre nosotros?
     Pero el mensaje de la resurrección no termina ahí; el Evangelio nos manifiesta otros aspectos importantes. Cristo resucitado nos da su paz,  su Espíritu y constituye a los discípulos en apóstoles del perdón, prolongando  existencialmente el poder salvador de su muerte y de su resurrección…
     ¡Pero faltaba Tomás! No somos comprensivos ni justos con este apóstol. Deberíamos estarle agradecidos. En realidad, todos los discípulos habían mostrado el mismo escepticismo ante el anuncio de la resurrección (cf. Lc 24,22-24).
      A Tomás no le bastaban las referencias de terceros; buscaba la experiencia y el encuentro personal con Cristo. ¡Había sido tan verdadera su muerte! Lo experimentó y creyó – “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28)-,  y arrancó de Jesús una bienaventuranza para nosotros: “¡Dichosos los que crean sin haber visto!” (Jn 20,29). Que no quiere decir: dichosos los que crean sin conocerme, sin experimentarme, sino dichosos los que sepan reconocer mis nuevas presencias sacramentales.
     Es la última “bienaventuranza” de los evangelios. Dirigida a Tomas, la intención de estas palabras de Jesús sobrepasa ese horizonte individual, convirtiéndose en advertencia para todos los que ya no tendrán acceso “sensorial” sino “sacramental” a él, a través de la fe y del testimonio apostólico (cf. 1 Jn 1,1-3).
      Jesús no está invitando ni, menos aún, imponiendo una fe ciega: vino, precisamente, a curar cegueras (Mt 11,5). Está, más bien, exigiendo una fe lúcida, asentada en datos no procedentes de “la carne ni la sangre” (Mt 16,17), pues “nadie viene a mí si el Padre no lo atrae” (Jn 6,44).
      En este sentido ha de entenderse otra “bienaventuranza” de Jesús, aparentemente contraria a esta, pero que, en realidad, no la contradice sino que la corrobora: “Dichosos vuestros ojos porque ven…” (Mt 13,16-17), pues se trata de los ojos de los sencillos, iluminados no por la luz “natural”, de aquí abajo, sino por la luz del Padre (Mt 11,25-27), “que viene de lo alto, para iluminar y guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,78-79).
      “Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20,29), es una llamada a descubrir al Señor, que está con nosotros “todos los días” (Mt 28,20) en los “sacramentos de la Iglesia”, particularmente en la Eucaristía; en “el sacramento del hombre”, especialmente en el desvalido (Mt 25,31-45) y en  “ el sacramento de su Palabra” (Jn 8,31). Para ello, sin duda, necesitaremos el “colirio” de la fe (Ap 3,18), que dé luminosidad, perspectiva y profundidad a la mirada.
     Habrá quienes, a pesar de todo, digan: si no veo no creo. “Brille vuestra luz…” (Mt 5,16). Porque las dudas de muchos hombres nacen de la poca fe, de la poca luminosidad, de muchos cristianos.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Se traduce mi fe en comunión?
.- ¿Acojo con gratitud le resurrección de Jesucristo en mi vida?

.-  ¿Qué necesito ver y tocar para creer?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

sábado, 19 de abril de 2014

DOMINGO DE RESURRECCIÓN -A-


1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34a. 37-43

    En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
    Hermanos: Vosotros conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa comenzó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo sino a los testigos que él había designado: a nosotros que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben por su nombre, el perdón de los pecados.

                                   ***                  ***                  ***

     El texto seleccionado forma parte del discurso de Pedro en casa del centurión Cornelio, y se enmarca en una proclamación de la universalidad de la salvación revelada en Cristo -“Dios no hace acepción de personas” (Hch 10,34b)-, frente a las resistencias del núcleo “duro” de los judeocristianos.
    En él encontramos lo elementos fundamentales de la predicación cristiana: Jesús de Nazaret: su condición y su misión; su muerte y su resurrección. Tanto de la vida y muerte como de su resurrección se destaca, por un lado, la presencia y acción de Dios -Jesús, en todo y en todo momento estuvo dentro del designio de Dios-, y, por otro, la presencia de los discípulos, que les convierte en testigos creíbles y, desde, ahí en misioneros de Jesucristo. El Resucitado es el Crucificado y el que en su vida “pasó haciendo el bien”.

2ª Lectura: Colosenses 3,1-4

    Hermanos:
    Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

                                   ***                  ***                  ***

    El cristiano es una “criatura nueva” (2 Cor 5,17), y su vida ha de adecuarse a esa condición. La “búsqueda de los bienes de arriba” no es una invitación a la evasión sino a la liberación.
    El cristiano sabe que no es de este mundo, pero que es para este mundo, en el que ha de inyectar el dinamismo y la sabia de la resurrección, de la vida nueva nacida de la resurrección de Cristo. Cristo no es un “escondite” ni un “refugio”, sino el espacio identificador de la vida y misión del creyente.

Evangelio: Juan 20,1-9
                                                    
    El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuándo aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quién quería Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le han puesto.
    Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas por el suelo: pero no entró.
    Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.  Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

                                   ***                  ***                  ***

    La comprensión del relato ha de hacerse desde distintas perspectivas. La resurrección nadie la vio; los discípulos solo ven el sepulcro vacío. Sin embargo, el sepulcro vacío, por sí mismo, no es prueba de la resurrección. Podría haber sido “vaciado”. Es la primera interpretación de María Magdalena -“se han llevado al Señor”-. Pronto circuló esta interpretación entre los judíos (cf. Mt 28,12-15). Pero el “orden” que hay dentro del sepulcro desmiente esa interpretación.
    La progresión en el acceso al misterio también merece notarse: María solo ve “la losa quitada”; el discípulo amado ve más: “asomándose vio las vendas..., pero no entró”; fue Pedro el primero en entrar y constatar el hecho. Sin embargo es el discípulo amado, entrando después, el que “vio y creyó”. Solo la fe  y el amor ayudan a la lectura correcta, solo la fe y el amor aportan la visión completa y profunda del hecho.


REFLEXIÓN PASTORAL

    ¡Cristo ha resucitado! Es el clamor que hoy se alza inundando de fiesta a la comunidad cristiana.  Su palabra, su persona, su ser y quehacer no pudieron ser neutralizados ni silenciados; no podían terminar en un sepulcro.
    Han pasado los días de la pasión de Cristo, que no debemos olvidar, pues la Resurrección no difumina sino que ilumina la Cruz del Señor. Pero lo que nos distingue como creyentes no es afirmar la muerte de Cristo (eso lo afirmaron sus contemporáneos) sino el sentido de su muerte – redentora – y de su resurrección (eso lo creyeron sólo sus discípulos).
    Hoy en la Resurrección celebramos su triunfo sobre la muerte, la mentira, la violencia, el egoísmo. Celebramos el triunfo de la VIDA, la VERDAD, la PAZ, el AMOR, que eso es Cristo.
     La última palabra de Dios sobre Jesús no fue aceptar su muerte. Si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe sería vana. Cristo dejaría de ser el señor de vivos y muertos para pasar a engrosar la lista de los que con generosidad e ilusión quisieron elevar el nivel de la humanidad fracasando en su intento.
     Si Jesús no hubiera resucitado, el Padre no sería el Dios de nuestro credo, “el que le resucitó de los muertos”, y nosotros estaríamos aún en nuestro pecado. Si Cristo no hubiera resucitado, su causa habría sido devaluada y derrotada por la fuerza del egoísmo, de la mentira, de la injusticia...Y Él sería sólo un muerto ilustre.
     Pero no; CRISTO HA RESUCITADO. Y esta resurrección ilumina su muerte. Dios Padre aceptó la  vida y muerte de su Hijo como testimonio de auténtica donación  y, porque eso no podía terminar, no podía quedar sepultado, lo eternizó resucitándole.
     La resurrección de Xto. es el SI del Padre  a la obra del Hijo, y el NO del Padre al egoísmo, a la violencia, al pecado de los hombres. Es al mismo tiempo victoria y derrota, vida y muerte, salvación y condenación... Glorificando a Cristo, el Padre descalifica cualquier otro tipo de existencia... Por eso cuando hablamos de ella y la celebramos, hablamos y celebramos no sólo la reanimación de un cadáver sino  mucho más.
     El modelo de la resurrección de Lázaro no nos sirve para comprender la  de Jesús. Si la  de Lázaro fue un milagro, la de Jesús, además, es un misterio. Al resucitar Jesús no da un paso hacia atrás sino hacia delante; no vuelve a estar vivo sino que se convierte en  “el  viviente”, el que hace vivir -Señor y dador de vida-. Su resurrección no es una mera prolongación de la vida de antes, sino la fundación de una vida nueva..., que ha de ser nuestra vida.
      Esta es la gran apuesta que hacemos los cristianos al proclamar la resurrección de Cristo.  ¿Pues qué puede significar afirmar que Cristo ha resucitado por nosotros, si no ha resucitado en nosotros? 
     La resurrección de Jesús no es un hecho aislado ni aislable. Es un movimiento iniciado en Él, pero que nos afecta y se prolonga en nosotros. ¿Y ya percibimos y testimoniamos en nosotros los gérmenes de esa vida nueva?
     No podemos decir: ¡Cristo ha resucitado! y ¿qué? Sino, ¡Cristo ha resucitado!, ¿qué tenemos que hacer? Lo hemos escuchado: dar una nueva orientación a nuestra mirada: “buscad las cosas de arriba”, que no una invitación a la evasión de esta vida, sino a la interiorización de la misma.
      Por el bautismo nos hemos incorporado al misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Experiencia inevitable, ineludible para un cristiano. “Porque si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, también lo estará en una resurrección como la suya”.  Pero, si no lo está..; entonces, ser cristiano será una pretensión imposible. Y, ¿Cómo sabremos que nos hemos incorporado al misterio de la muerte y resurrección de Cristo. “En esto lo sabemos: si amamos a los hermanos”. Para el cristiano el criterio es el amor, “como yo os he amado”.
    Felicitémonos por la Resurrección de Cristo y, sobre todo, vivámosla dándola cabida en nosotros. ¡Ojalá que también nosotros, como el discípulo amado y Pedro, regresemos a nuestras vidas  dando testimonio de Cristo Resucitado!

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué significa en mi vida la resurrección de Cristo?
.- ¿Es él mi vida?

.- ¿Soy testigo creíble de Cristo resucitado?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

martes, 15 de abril de 2014

JUEVES SANTO


1ª Lectura: Éxodo 12,1-8.11-14.

    En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Dí a toda la asamblea de Israel: el diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor. Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto. Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre.

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    Tomada originalmente del mundo pastoril, (el cordero, los panes ázimos, las verduras amargas… lo sugieren), esta fiesta fue transformada posteriormente en memorial de la liberación de la esclavitud de Egipto. En realidad se trata de una sacramentalización  de la historia de esa liberación. La fiesta de la Pascua  está cargada de honda espiritualidad: es una llamada a la unidad y solidaridad por encima de planteamientos egoístas; forma y consolida al grupo. Esta fiesta es un avance profético de la Pascua definitiva, donde la liberación se realizará por un Cordero sin defecto, Cristo, con cuya sangre son marcadas y salvadas nuestras vidas.


2ª Lectura: 1ª Corintios 11,23-26

    Hermanos:
    Yo he recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía”. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo,: “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía”. Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

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    Nos hallamos ante el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía en el NT. La aportación de Pablo al tema de la Eucaristía es doble. Una es compartida con otros testimonios del NT: la dimensión cristológica, la dimensión pascual y la dimensión escatológica. La otra es peculiar suya: la dimensión eclesial y ético-moral de la Eucaristía. La Eucaristía no es solo memorial sino proyecto de vida y para la vida.

Evangelio: Juan 13,1-15
                                                 
    Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
    Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza de Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
    Llegó a Simón Pedro y este le dijo: Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?
    Jesús le replico: lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.
    Pedro le dijo. No me lavarás los pies jamás.
    Jesús le contestó: Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.
    Simón Pedro le dijo: Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza.
    Jesús le dijo: Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos. (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios”).
    Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: ¿Comprendéis lo que hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “El Maestro” y “El Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis:

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    En el Evangelio de san Juan el tema eucarístico ha sido tratado en otro momento (cap. 6). En la tarde del Jueves Santo el evangelista, en la Última Cena, enfatiza el gesto del lavado de los pies a sus discípulos; en él se presenta como el Servidor y Salvador a los pies de los discípulos. No ha venido a ser servido sino a servir. Y les marca la senda por la que han de transitar. La Eucaristía es el mayor y mejor servicio que nos ha prestado Jesús.

REFLEXIÓN PASTORAL

    La escena del lavatorio de los pies de los discípulos es uno de los gestos más hondos,  reveladores y significativos de Cristo. Y la pregunta de Jesús, “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros?” (Jn 13,12), me parece de gran actualidad. ¿Comprendemos el alcance de ese gesto? Sospecho que no. Solemos considerarlo como un gesto y una lección de humildad. Por supuesto que sí, ¿pero se trata sólo de eso?
    Al venir al mundo, el Verbo toma la condición de siervo. El gesto del lavado de los pies simboliza el programa de la vida de Jesús: rescatar al mundo descaminado mediante la entrega absoluta. Esta acción de unos instantes resume toda su existencia y hace presentir la Eucaristía y el Calvario, donde Jesús se entregará, por todos, para la remisión de los pecados.
    Los discípulos no lo entendieron, pero el gesto debió impresionarles. Conocemos la reacción de Pedro (Jn 13,6)-. ¿Sospechamos la de Judas? Aquellos pies, que ya habían hecho parte del camino de la traición, fueron también lavados, en un último intento de amor y respeto. ¡Realmente este relato produce vértigo! ¡Dios a los pies del hombre!      
    Antes que una lección se tata de una revelación. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Dios no solo se hace hombre, sino que se postra a los pies del hombre. Y ese Dios postrado es Jesucristo. Ésta es la  “caída” más importante de la historia: la de Dios a la tierra, y a los pies del hombre. Y esta es la caída que levanta al hombre de sus caídas, que nos levanta de nuestras caídas.
    ¡Dios a los pies del hombre! ¿Es creíble un Dios así? En todo caso es un Dios en una postura molesta e incómoda. Porque ahí se está produciendo un cambio de valores y de posiciones como nunca antes había ocurrido en la historia. Y un cambio obligatorio, porque quien no entra por ahí, “quien no se deja lavar así, no tendrá parte conmigo”; y quien no lave los pies así, no está adoptando una postura cristiana.
    “Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor...” (Jn 13,13) ¿Pero no será pedir demasiado? Quizá. Nosotros reivindicamos derechos, a veces históricos, para, de alguna manera, poner a los demás a nuestros pies. Ahí tenemos a Dios a los pies del hombre, lavando los pies de la historia humana, limpiando el barro de tantos caminos equivocados. Contemplemos la escena y dejémonos redimir y evangelizar por su gesto.
    La tarde del Jueves Santo nos invita a dirigir la mirada al cenáculo, donde Jesús imparte lecciones profundas y decisivas; nos invita a tomar asiento en torno a aquella mesa en la que se originó la primera eucaristía, que nos habla del amor de Dios hecho presencia y entrega, y que nos urge a  recrear en nuestras vidas esas actitudes.
    Porque Cristo pan, nos urge a compartir el pan; Cristo solidario nos urge a la solidaridad fraterna; Cristo compañero de camino nos urge  a no dar rodeos en la vida para evitar el encuentro con el otro y su dolor. Por eso otro tema fundamental del Jueves Santo es el del amor fraterno. La eucaristía sacramento del amor de Dios al hombre y debe celebrarse en esa atmósfera, y un amor encarnado.
     Y hay un tercer elemento a  considerar en esta tarde: Dios ha querido ponerse en manos de los hombres, ha querido encarnar la salvación. Hoy se celebra la institución del ministerio sacerdotal. Una invitación a los sacerdotes a ser, y a todos a ayudarles a serlo, sacerdotes santos, transparencia de Jesucristo, poseídos por el amor de Dios y la vocación del servicio evangélico a los hombres.  Todo esto y mucho más sugiere la tarde del Jueves Santo.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cómo participo de la Eucaristía?
.- ¿Siento las urgencias del amor de Cristo?
.- ¿Cómo las traduzco en la vida?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap

jueves, 10 de abril de 2014

DOMINGO DE RAMOS -A-


1ª Lectura: Isaías 50,4-7

    Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecía la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.

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    El texto seleccionado forma parte una sección importante del libro de Isaías, denominada “Cantos del Siervo”. Estamos en tercer “canto”. Más allá de los problemas exegéticos sobre la identidad del “Siervo”, la figura que aparece en este canto es la de un hombre consciente de una misión encomendada por Dios, que le ha destrozado la vida pero no le ha arrancado la esperanza en el Señor.
    En él se cumplen las palabras del salmo 23,4: “Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo tu cayado me consuela”, o aquellas otras de san Pablo “Sé de quien me he fiado” (2 Tim 1,12). Estos cantos han sido releídos y aplicados en parte a la persona de Jesús, en el NT y en la liturgia de Iglesia.

2ª Lectura: Filipenses 2,6-11

    Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame:¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.

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    Nos hallamos ante un himno prepaulino, que posiblemente se remonte a la catequesis de san Pedro (Hch 2,36; 10,39). San Pablo lo inserta en su carta a los Filipenses y lo enriquece con aportaciones personales, entre las que destaca la mención a la muerte de cruz. Tampoco puede descartarse una alusión a la antítesis Adán-Cristo: mientras uno tiende a “autodivinizarse” (Adán), el otro opta por “rebajarse” (Cristo).
    En el texto paulino se perciben dos momentos: uno kerigmático, centrado en esa opción del Hijo de Dios manifestada en Jesucristo (Dios y Hombre), que es revalidado por el Padre y convertido en Señor del universo, y otro parenético: exhortación a los cristianos a identificarse con esa opción humilde y de entrega del Hijo de Dios: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo” (Flp 2,5).


Evangelio: Mateo 26,14-27,66 (Relato de la Pasión)



                                                                                  
REFLEXIÓN PASTORAL

    El Domingo de Ramos nos introduce en la Semana Santa. Dos rostros muestra la liturgia de este día: a) la entrada en Jerusalén, y b) la presentación de la Pasión en una triple versión: narrativa (Evangelio de san Mateo), profética (la figura del Siervo de Isaías) y kerigmática (muerte y resurrección de Cristo, en la carta a los Filipenses).
    La entrada en Jerusalén, seguramente no conmocionó la ciudad, pero sí alertó a los dirigentes. Quienes aclamaban a Jesús serían un reducido grupo de discípulos y simpatizantes galileos. Jesús ya había venido en otras ocasiones a Jerusalén -el IV Evangelio habla de tres-; en las dos primeras subió a celebrar la pascua de los judíos; en esta, la última, subía a celebrar “su” pascua. Y cuidó los detalles.
     Los textos evangélicos subrayan el perfil mesiánico de Jesús, pero Jesús no se durmió en los laureles de las aclamaciones. Ese mismo día, según el texto de san Mateo, llevó a cabo un gesto profético y político de gran calado: la expulsión de los vendedores del Templo y el enfrentamiento directo con los sumos sacerdotes. ¡La suerte estaba echada!
      En el Domingo de Ramos no debería olvidarse este gesto de Jesús, reivindicando un Templo limpio, abierto, casa donde Dios sea patente y accesible a todos, sin limitaciones étnicas o económicas. Jesús elimina “la planta comercial” del Templo, y al Templo como “comercio”, para reivindicar su dimensión de casa de oración. No deberíamos quedarnos en un entusiasmado agitar de palmas. Hay que leer los signos escogidos por Jesús y su significación profunda.
     Conocida como “Semana de la Pasión del Señor”, deberíamos vivirla  como “semana para renovar la pasión por el Señor”.
     Lo que celebramos en estos días no fue algo que pasó porque sí, sino  por nuestra salvación. Sentirnos directamente implicados, es el modo más responsable de vivirla.
     Si no nos sentimos afectados, quedaremos suspendidos en un vacío vertiginoso. Si nos reconocemos destinatarios e implicados en esa opción radical de amor divino, hallaremos la serenidad y la audacia suficientes para afrontar las más variadas y arriesgadas alternativas de la vida (Rom 8,35-39; cf. I Co 4,9-13). Y hasta qué punto nos sentimos afectados por ese amor de Dios, lo sabremos en la medida en que seamos capaces de amar  como Dios manda, que es lo mismo que amar como Dios ama (Jn 15,12-13).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿En qué paso, con qué personaje de la Pasión me siento más identificado?

.- ¿Me esfuerzo en sentir y consentir con Cristo?
.- Con qué pasión celebro la Pasión?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 2 de abril de 2014

DOMINGO V -A-



1ª Lectura: Ezequiel 37,12-14

     Esto dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor: os infundiré mi espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra, y sabréis que yo el Señor lo digo y lo hago. Oráculo del Señor.

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     El fragmento escogido forma parte del famoso discurso sobre “los huesos secos” (Ez 37,1-14), que el profeta dirigió a los desterrados en Babilonia, escépticos, cuando no resignados, ante lo que consideraban como una realidad irreversible: el exilio y la pérdida de toda esperanza. Dios se les revela como dador de vida, a través de su espíritu.
    El texto, directamente, está contemplando la restauración mesiánica del pueblo. Pero con los símbolos utilizados, orientaba ya hacia la idea de una resurrección individual, entrevista en Jb 19,25 y explícitamente afirmada en Dn 12,2; 2 Mac 7,9; 12,4. Tema que adquirirá su configuración definitiva en el NT.

2ª Lectura: Romanos 8,8-11

    Hermanos:
    Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

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     El discurso teológico de san Pablo alcanza su culmen en este capítulo 8 de la carta a los Romanos. En el texto seleccionado se destaca al Espíritu como centro de la vida del cristiano. Lo que en otros lugares san Pablo atribuye al Padre o a Cristo aquí lo atribuye al Espíritu. Por otro lado, el Apóstol destaca los dos modos de existencia humana -la carne y el espíritu-, y su incompatibilidad radical. Ambos conceptos tienen posiblemente resonancias “griegas” y “hebreas”.
     Hablando del hombre, con el concepto “carne” san Pablo alude a lo pecaminoso, a lo desviado del hombre, a su fragilidad creatural; y con el concepto “espíritu” se refiere a la apertura a lo divino, que le posibilita la comunión con Dios. Con todo, la antropología paulina no es dualista, sino profundamente integrada.

Evangelio: Juan 11,1-45             

     En aquel tiempo…., las hermanas (de Lázaro) le mandaron recado a Jesús, diciendo: Señor, tu amigo está enfermo.
     Jesús, al oírlo, dijo: Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
     Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días donde estaba. Solo entonces dijo a sus discípulos: Vamos otra vez a Judea…. 
    Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado…. 
    Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
     Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.
     Marta respondió: Sé que resucitará en la resurrección del último día.
    Jesús le dice: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Cree esto?
    Ella le contestó: Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo…
    Jesús, muy conmovido preguntó: ¿Dónde le habéis enterrado?
    Le contestaron: Señor, ven a verlo.  Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería! Pero algunos dijeron: Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera este?
     Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. Jesús dijo: Quitad la losa.
    Marta, la hermana del muerto, le dijo: Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.
    Jesús le dijo: ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?
    Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado. Y dicho esto, gritó con voz potente: Lázaro, ven afuera. 
    El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús le dijo: Desatadlo y dejadlo andar.
     Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

                                   ***                  ***                  ***

     Nos hallamos ante el último y más desarrollado de los “signos” de Jesús narrados en el IV Evangelio (2,1-11; 4,46-54; 5,1ss; 6; 9,1ss; 11,1ss). El centro del mismo reside en la presentación de Jesús como la Vida y Señor y dador de la Vida. Una vida que nace de la fe en él -“¿Crees esto?”-. La resurrección tiene lugar ya en el encuentro con Cristo. No hay que esperar a morir para resucitar; el creyente resucita sacramentalmente en las aguas del bautismo. Los demás aspectos del relato no deben distraer de lo que es el centro del mismo. La profesión de fe de María, la hermana de Lázaro: “Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” es el punto al que quiere conducirnos esta escena evangélica.

  
REFLEXIÓN PASTORAL

      El relato evangélico de este domingo está construido con elementos de gran densidad y significación teológicas. Hay un núcleo hacia el que todo converge y desde el que todo se ilumina: “Yo soy la resurrección y la vida…” (Jn 11,25).
     El protagonista no es Lázaro, sino Jesús; no es la resurrección de Lázaro, sino Jesús como resurrección; no es la muerte de Lázaro, sino la vida que da Jesús lo que se pretende subrayar. Se trata no de la resurrección de “un hombre”, sino de la resurrección “del hombre”; de la vida que, deteriorada y muerta por el pecado, es llamada vigorosamente a resucitar, participando de la vida de Dios ofrecida en y por Jesucristo.
      La Vida habita en Jesús: es el agua viva (Jn 4,10-14), el pan vivo (Jn 6,51), la vida (Jn 14,6)… “He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Jesús es Señor y dador de Vida;  no solo para la otra vida; también para ésta, aportándole calidad y sentido.  “Mi vivir es Cristo” (Flp 1,21), dirá Pablo de Tarso, sintetizando los contenidos y motivos de su existir.
      En la segunda lectura se subraya este aspecto: Cristo es el principio vital del hombre: “Si Cristo está en vosotros, el espíritu vive por la justicia” (Rom 8,10). Quien lo incorpora a su vida y se incorpora a su Vida, en él la muerte ya no tiene dominio. La Vida tiene nombre propio: Jesús. La última palabra no la dicta la muerte, sino la Vida. La muerte física es una exigencia del guión, pero no es el final de la película. “¿Dónde está muerte tu victoria?” (1 Cor 15,57).
      Ante la Vida, la muerte es solo un sueño. “Lázaro, nuestro amigo, está dormido” (Jn 11,11)… Y, como a Marta, se nos pregunta: “¿Crees esto?” (Jn 11,26). ¡Convertirse a la Vida (cf. Jn 17,3)! Y quien tiene esta fe, que se verifica en la caridad, ha superado ya la muerte, pues “en esto sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, si amamos…” (1 Jn 3,14).
     “Hay que vivir la vida”, pero lo entendemos en un sentido minúsculo e intranscendente. Convirtámoslo en proyecto mayúsculo. ¡Vivir la Vida! Para eso hay que “beber" la Vida! en su fuente más pura y original, en la Eucaristía y en la Palabra de Dios; en la fuente de Aquel que ha dicho “Yo soy la Resurrección y la Vida…(Jn 11,25); si alguno tiene sed que venga a mí y beba, y de su seno correrán ríos de agua viva” (Jn 7,37).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué principios guían mi vida? ¿Los de la carne o los del Espíritu?
.- ¿Cuáles son los signos de un resucitado?
.- ¿Con qué pasión sirvo vida desde la Vida?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.