martes, 23 de diciembre de 2014

NATIVIDAD DEL SEÑOR -B-


1ª Lectura: Isaías 52,7-10
 
    ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Tu Dios es Rey”! 
    Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra y la victoria de nuestro Dios.

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Este poema, que evoca a Is 40,9-10, cierra una sección importante del libro y prepara a Is 62,6-7. Más allá de los problemas textuales, en el marco de la Navidad este texto halla su plenitud en el gran Mensajero de la Paz y constructor del Reino de Dios, Jesús. El nacimiento del Señor marca el punto de inflexión, a partir del cual renace la esperanza y la alegría.

2ª Lectura: Hebreos 1,1-6

    En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es el reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: “Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado”? O ¿”Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo”? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: “Adórenlo todos los ángeles de Dios”.

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    Nos hallamos ante uno de los textos más densos del NT. En Jesús, Dios deja de pronunciar palabras para pronunciarse él. Jesucristo es el autopronunciamiento personal de Dios. En él desaparece toda fragmentariedad y provisionalidad. El ha realizado el designio original de Dios. La Navidad no debe diluirse en un sentimentalismo fácil, sino abrirnos a una contemplación y escucha profundas del Niño que nace en Belén La Navidad inagura los tiempos definitivos.
    

Evangelio: Juan 1,1-18

                                               
    En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió…
    La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
    Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad….

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     En los evangelios hay dos presentaciones del misterio navideño: uno “narrativo”: el de los sinópticos (Mt y Lc), y otro “kerigmático”: el de Juan. El prólogo del IV Evangelio, texto elegido para la liturgia de esta solemnidad, rebosa densidad teológica. Presenta la identidad y misión profundas de Jesús -la Palabra personal de Dios, llena de luz y de vida…-; denuncia el peligro de no reconocer su venida en la debilidad de la carne, y anuncia la enorme suerte de los que reconocen y acogen esa “navidad” de Dios. Porque la “navidad” de Dios no será completa hasta que cada uno no nos incorporemos a ella o la incorporemos a nosotros.  


REFLEXIÓN PASTORAL

    De la Navidad hay señales equívocas e inequívocas; no distinguirlas o confundirlas puede tener graves consecuencias. “Esto os servirá de señal: encontraréis un niño acostado en un pesebre” (Lc 2,12).
    La señal de la Navidad no está en las luces, ni en la música, ni en el consumo, ni en los adornos callejeros o domésticos (señales todas equívocas y a veces equivocadas y equivocadoras). La señal inequívoca está en el Niño.
     Ante la celebración litúrgica del nacimiento de Jesucristo, los cristianos debemos hacernos profundas reflexiones sobre el por qué y el para qué de este misterio. Eso nos ayudará a vivirlo con mayor lucidez y coherencia. Porque la Navidad no es un rito, sino un reto para nuestra vida.
    ¿Por qué? El amor de Dios es la razón profunda, el origen íntimo de la Navidad (1 Jn 4,9; Jn 3,16). La venida de Cristo no la motivó el pecado del hombre, sino el amor de Dios. Cristo no es un “parche” a un proyecto estropeado por el hombre, sino el centro de un proyecto originado en Dios “antes de la fundación del mundo” (Ef 1,4), que, a pesar del pecado, el hombre no pudo estropear. La Navidad es, pues, la epifanía, la manifestación del Dios Amor y del amor de Dios. Si no damos con esta clave, no habremos hecho la lectura correcta de su mensaje.
    ¿Para qué? Lo expresa magníficamente el himno de la carta a los Efesios: “para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo…; para hacer que todo tenga a Cristo por cabeza” (Ef 1,3-12). Y en términos parecidos se  expresan la carta a los Gálatas: “Para rescatar a los que se hallaban sometidos a  la Ley” (4,4), y  a los Colosenses: “Para reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, los seres de la tierra y de los cielos” (1,15-20). De todo esto, el Niño es la señal.
     Para verlo no bastan los ojos de la carne y la sangre, se necesitan ojos sacramentales, capaces de trascender lo sensible. De lo contrario volverá a repetirse la historia: “Vino a los suyos, mas los suyos no la recibieron” (Jn 1,11).
            Hoy celebramos el nacimiento de la VIDA, de nuestra Vida, Jesús, quien vino para que tuviéramos vida, “y en abundancia” (Jn 10,10). Y frente a programas y planes anti-vida, deberíamos activar y renovar nuestro compromiso por la vida, en su integridad, sin amputaciones ni reducciones.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cómo me sitúo ante la Navidad?
.- ¿Qué señales emito de  la Navidad?
.- ¿Qué o quién  renace en estas fiestas en mi vida?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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