jueves, 3 de julio de 2014

DOMINGO XIV -A-


1ª Lectura: Zacarías 9,9-10

    Así dice el Señor: Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica. Destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones. Dominará de mar a mar, desde el Eufrates hasta los confines de la tierra.

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     El profeta diseña un perfil nuevo para presentar al rey salvador. Hay un cambio de modelo, pero persiste la esperanza: del rey poderoso y guerrero al rey modesto, justo e instaurador de la paz. Desde ahí alcanzará la victoria y realizará su dominio en favor de todos los pueblos. Será la figura que hallará su cumplimiento en Jesucristo (Mt 21,5).

2ª Lectura: Romanos 8,9. 11-13

    Hermanos:
    Vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el espíritu de Cristo, no es de Cristo. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por el mismo Espíritu que habita en vosotros. Por tanto, estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente. Pues si vivís según la carne, vais a  la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.

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    Por el bautismo el cristiano ha sido incorporado a Cristo; pero eso no es un hecho ritual ni se acredita ritualmente. Se trata de una incorporación existencial, y se acredita existencialmente. La existencia cristiana es necesariamente “espiritual”, entendida no como abstracta y teórica, sino en cuanto está inspirada y dinamizada por el Espíritu del Señor. Pertenecer o no a Cristo es cuestión de vida o muerte.

Evangelio: Mateo 11,25-30

                                                                         
    En aquel tiempo exclamó Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

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    Tres pasos pueden individuarse en este precioso texto: 1) Una alabanza a Dios Padre por su opción de revelarse a los humildes, y por revelarse humildemente. 2) Una declaración de su misterio y comunión personal con el Padre: Jesús es el Hijo y la revelación exhaustiva del Padre; no hay que buscar otro, porque él conoce el interior del Padre y lo conoce desde el interior. 3) Una invitación a participar de la Buena Noticia  de la que él es portador. Su propuesta de vida, que pasa por la cruz, es posible porque la comparte él, personalmente, con cada uno de nosotros.
   

REFLEXIÓN PASTORAL

     “Aprended de mí” (Mt 11,29). La invitación es clara. Jesús es el Maestro; quien imparte la enseñanza más veraz de Dios, pues conoce al Padre desde dentro -habita en Él (cf. Jn 6,57; 14,10)-; y conoce su interior.
     ¿Y quienes son los destinatarios de esa revelación? Los sencillos. ¿Por méritos propios? No; porque esa ha sido la opción de Dios (Mt 11,26).
     A Dios le gusta trabajar con material frágil (Gn 2,7). La elección de Israel (Dt 7,6) no se debió a su calidad ética o numérica (Dt 9,4.6), sino por puro amor (Dt 7,7-8). Y, “llegada la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo…” (Ga 4,4), quien “se despojó de su rango, tomando condición de siervo” (Flp 2,7) y, “siendo rico, se hizo pobre por nosotros” (2 Cor 8,9). Sí; “Dios ha escogido lo débil” (1 Cor 1,27; cf. St 2,5). Más aún, se ha hecho débil (cf. Lc 2,7) y ha cargado con nuestra debilidad (Is 53,4). Para interpretarse eligió el tono menor. 
       “Dios ha escogido más bien lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido lo débil del mundo, para confundir lo fuerte… Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios” (1 Cor 1,27-29). Pero no hay porqué identificar la sencillez con la ignorancia y, menos aún, con la vulgaridad. Jesús la identifica con la mansedumbre y la humildad. Así es su corazón -el de Jesús -, y así ha de ser el del cristiano: “manso y humilde” (Mt 11,29).
      Y Jesús agradece y celebra esa decisión de Dios, a quién ya el profeta Zacarías presenta en la 1ª lectura inclinado hacia la humildad y sencillez (Zac 9,9).   “¡Qué insondables son sus decisiones!” (Rom 11,33).
     La opción de Dios y su estilo están claros. Opción y estilo, que frecuentemente contrastan con los nuestros: a nivel personal y eclesial.
    La debilidad, la propia y la ajena, nos desestabiliza y angustia. Evaluamos y sobrevaloramos nuestros haberes  y saberes… Pretendemos construir el Reino de Dios con “otros” materiales; seguir a Jesús con “otros” estilos… Hemos de asumir nuestro barro con serenidad y gratitud (Is 64,7); entonces percibiremos que “el espíritu de Dios viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rom 8,26). Y desde aquí se entienden las bienaventuranzas.
       En una sociedad que no solo exalta el poder sino que lo identifica con la violencia; que equipara al héroe con el vencedor, al valiente con el violento…,¡qué necesario es releer estas palabras!
       Jesús se presenta, además, como el consolador y el reposo de los agobios y cansancios del hombre, pero no oculta sus exigencias: no es un colchón cómodo, ni inspirador de un sentimentalismo barato.
       Jesús se reconoce como el destinatario de la revelación y salvación de Dios en beneficio del hombre. Y se ofrece y la ofrece generosamente, pero también responsablemente. Acercarse a él no es una decisión irrelevante.
       Para ello es necesaria, recuerda la 2ª lectura, la presencia del Espíritu. La existencia cristiana tiene parámetros de referencia propios. Hay dos tipos de existencia, una carnal, con la muerte como horizonte, y otra espiritual, asimilada al Espíritu de Dios que habita en los creyentes; y esta es imprescindible para ser cristiano, pues: “El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo” (Rom 8,9).
     “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,28).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Sé interpretar la vida en clave menor? 
.- ¿Qué espíritu anima mi vida? ¿El de Cristo?
.- ¿A dónde acudo? ¿A Cristo o a “otros” lugares?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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