viernes, 27 de junio de 2014

SANTOS PEDRO Y PABLO


    1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 12,1-11

        En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, mandó detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando su costa a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno: tenía intención de ejecutarlo en público, pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él.
    La noche antes de que lo sacara Herodes estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado a ellos con cadenas. Los centinelas hacían guardia a las puertas de la cárcel.
    De repente se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: Date prisa, levántate.
    Las cadenas se le cayeron de las manos y el ángel añadió: Ponte el cinturón y las sandalias.
    Obedeció, y el ángel le dijo: Échate la capa y sígueme.
    Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel.
    Pedro recapacitó y dijo: Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    Los primeros pasos de la Iglesia están jalonados de cadenas y de muerte. Herodes  Agripa I, nieto de Herodes el Grande, queriendo congraciarse con la población judía, descontenta con su gestión, ordenó la muerte de Santiago, el primero de los Doce en beber el cáliz del Señor (cf. Mc 10,39), y la prisión de Pedro, con ánimo de ejecutarlo públicamente.  Lo había anunciado Jesús, pero también había prometido su asistencia. Esta escena quiere mostrar esa providencia de Dios sobre Pedro, rompiendo sus cadenas. El camino de la Palabra estará señalado de peligros, pero no podrá ser amordazada ni encadenada (cf. 2 Tim 2,9). Y no olvidar el detalle: en una situación tan crítica, la Iglesia oraba insistentemente


2ª Lectura: 2ª Timoteo 4,6-8. 17-18

    Querido hermano:
    Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de la partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día; y no solo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida.
    El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. ¡A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén!

                        ***                  ***                  ***                  ***

    Conciente de haber recorrido el camino, de haber combatido bien, Pablo confía su suerte al Señor. Esta es la serenidad y la seguridad del Apóstol y de todo apóstol. Testigo de experiencias duras, también lo ha sido de la cercanía del Señor. Con estas palabras quiere animar a Timoteo, y en él a todos los pastores, a proclamar la Palabra de Dios “a tiempo y a destiempo” y a soportar los sufrimientos inherentes a la evangelización.

 Evangelio: Mateo 16,13-19

    En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?
    Ellos contestaron: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.
    Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
    Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
    Jesús le respondió: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.

                        ***                  ***                  ***                  ***

     En un momento crítico de su ministerio, Jesús se retira al norte de Galilea. Allí intenta cohesionar al grupo y clarificarlo ante las impugnaciones que recibe de parte de las fuerzas vivas del pueblo. El texto reviste peculiaridades respecto de los paralelos sinópticos (es más extenso y la figura de Pedro está más destacada). Las palabras de Jesús a Pedro solo las transmite Mateo. La “piedra” sobre la que se edifica la Iglesia es la profesión de fe de Pedro, nombre con el que será designado a partir de este momento en el evangelio. La pregunta de Jesús a los discípulos, la respuesta de Pedro y las promesas de Jesús son centrales en el relato. En él pueden distinguirse dos niveles: uno cristológico, y otro eclesial.

REFLEXIÓN PASTORAL

    La Iglesia celebra hoy la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Hermanados en el martirio en Roma, las relaciones de Pedro y Pablo no fueron, sin embargo, tan uniformes como una tradición, iniciada ya por san Lucas, ha querido presentar. Privilegiamos el testimonio personal de Pablo, que habla de tres encuentros con Cefas. Los dos primeros en Jerusalen, y un tercero en Antioquía. Es el tercero el que reviste los tonos más severos. Solo Pablo habla de él (Ga 2,11-15). Tiene lugar en Antioquía y está motivado por la actitud de Pedro, al retirarse de participar en la mesa con los cristianos venidos del paganismo ante la llegada de algunos judeocristianos del grupo de Santiago. Pablo lo afronta, calificando su conducta de “simulación” (Ga 2,13) y de “desviación de la verdad” (Ga 2,14).
    No sabemos nada más. Ni a Cefas ni a Santiago se les puede achacar  de pervertir el Evangelio. Pero Pablo vio más hondo y más lejos. El texto no dice cómo terminó el debate, y eso puede ser elocuente. La historia posterior ha querido limar arista.
    Con perfiles, procedencias y estrategias pastorales diferenciadas, les unió la pasión por Cristo.
   Pedro, un pescador rudo y temperamental, debía tener sus planes al unirse al Nazareno (Mt 19,27). Dispuesto a dar la vida por Jesús (Mc 14,31), lo siguió a casa de Caifás, para terminar negándolo…, y llorando (Mc 14,66-72). Fue el primero en la fe (Mt 16,16) y en la negación. Y es que todo lo referente a Jesús, Pedro lo vivía a tope. No sabía estar a la altura del Maestro (Mc 8,33), pero no sabía estar sin el Maestro (Jn 6,68-69). Se hundía hasta el cuello en sus temeridades, para gritar después: “¡Sálvame, Señor!” (Mt 14,30).
     Si Pedro amaba apasionadamente a Jesús, Jesús amaba profundamente a Pedro. Por eso, su sueño de Getsemaní le afectó particularmente (Mc 14,87). Pero no le retira su confianza, se la reitera.  No le importaban las caídas, sino el amor (Jn 21,15ss). Y le confió las llaves de la Iglesia (Mt 16,19). Pedro tenía lo justo para ser el primer Papa: humanidad, amor a Jesús…, y debilidades. ¡De ahí hace Dios los infalibles!
Pablo, presentaba otros antecedentes. Hebreo de origen (Flp 3,5) y ciudadano romano (Hch 16,37). Fariseo (Flp 3,5; Gal 1,14), fue captado por y para el Evangelio (I Co 9,16; Ef 3,11ss). Fascinado por Cristo (Flp 1,21) y por su Cruz (Gal 6,14). Perseguidor de la Iglesia (Gal 1,13), apasionado por ella (II Co 11,28; Col 1,24) y animador de su fe (Rom 1,11ss). Contemplativo (II Co 12,2ss) y viajero (II Co 11,26); místico (Gal 2,19-20) y teólogo (I Co 12,1ss). Irreductible ante las adversidades (Rom 8,35; II Co 11,24ss) pero vulnerable al desamor (II Co 2,1ss). Enérgico (II Co 10,1-11) y tierno (II Co 6,11-13); humilde (I Co 15,8-10) y “presumido” (II Co 11,16ss); tradicional (I Co 11,23ss; 15,3ss) y creativo (Gal 5,1ss; I Co 7,12.25); celoso de su libertad (Gal 2,4-5) y de la libertad cristiana (Gal 5,1ss)…  Así es Pablo: “un tesoro en vasijas de barro” (II Co 4,7).           
      La Iglesia les ha hermanado, fundiéndolos en un abrazo; un  hermanamiento necesario, pues no puede prescindir de ninguno de los dos. Es más, la Iglesia oscila entre Pedro (y lo que representa) y Pablo (y lo que representa): estilos y estrategias necesarias por su diversidad y complementariedad al servicio del Evangelio.
           
REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué nos dicen estas figuras a los cristianos de hoy?
.- ¿Con cuál de ellas me siento más identificado?
.- ¿Siento su seducción por Cristo?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

No hay comentarios:

Publicar un comentario