martes, 15 de abril de 2014

JUEVES SANTO


1ª Lectura: Éxodo 12,1-8.11-14.

    En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Dí a toda la asamblea de Israel: el diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor. Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto. Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre.

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    Tomada originalmente del mundo pastoril, (el cordero, los panes ázimos, las verduras amargas… lo sugieren), esta fiesta fue transformada posteriormente en memorial de la liberación de la esclavitud de Egipto. En realidad se trata de una sacramentalización  de la historia de esa liberación. La fiesta de la Pascua  está cargada de honda espiritualidad: es una llamada a la unidad y solidaridad por encima de planteamientos egoístas; forma y consolida al grupo. Esta fiesta es un avance profético de la Pascua definitiva, donde la liberación se realizará por un Cordero sin defecto, Cristo, con cuya sangre son marcadas y salvadas nuestras vidas.


2ª Lectura: 1ª Corintios 11,23-26

    Hermanos:
    Yo he recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía”. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo,: “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía”. Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

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    Nos hallamos ante el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía en el NT. La aportación de Pablo al tema de la Eucaristía es doble. Una es compartida con otros testimonios del NT: la dimensión cristológica, la dimensión pascual y la dimensión escatológica. La otra es peculiar suya: la dimensión eclesial y ético-moral de la Eucaristía. La Eucaristía no es solo memorial sino proyecto de vida y para la vida.

Evangelio: Juan 13,1-15
                                                 
    Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
    Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza de Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
    Llegó a Simón Pedro y este le dijo: Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?
    Jesús le replico: lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.
    Pedro le dijo. No me lavarás los pies jamás.
    Jesús le contestó: Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.
    Simón Pedro le dijo: Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza.
    Jesús le dijo: Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos. (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios”).
    Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: ¿Comprendéis lo que hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “El Maestro” y “El Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis:

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    En el Evangelio de san Juan el tema eucarístico ha sido tratado en otro momento (cap. 6). En la tarde del Jueves Santo el evangelista, en la Última Cena, enfatiza el gesto del lavado de los pies a sus discípulos; en él se presenta como el Servidor y Salvador a los pies de los discípulos. No ha venido a ser servido sino a servir. Y les marca la senda por la que han de transitar. La Eucaristía es el mayor y mejor servicio que nos ha prestado Jesús.

REFLEXIÓN PASTORAL

    La escena del lavatorio de los pies de los discípulos es uno de los gestos más hondos,  reveladores y significativos de Cristo. Y la pregunta de Jesús, “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros?” (Jn 13,12), me parece de gran actualidad. ¿Comprendemos el alcance de ese gesto? Sospecho que no. Solemos considerarlo como un gesto y una lección de humildad. Por supuesto que sí, ¿pero se trata sólo de eso?
    Al venir al mundo, el Verbo toma la condición de siervo. El gesto del lavado de los pies simboliza el programa de la vida de Jesús: rescatar al mundo descaminado mediante la entrega absoluta. Esta acción de unos instantes resume toda su existencia y hace presentir la Eucaristía y el Calvario, donde Jesús se entregará, por todos, para la remisión de los pecados.
    Los discípulos no lo entendieron, pero el gesto debió impresionarles. Conocemos la reacción de Pedro (Jn 13,6)-. ¿Sospechamos la de Judas? Aquellos pies, que ya habían hecho parte del camino de la traición, fueron también lavados, en un último intento de amor y respeto. ¡Realmente este relato produce vértigo! ¡Dios a los pies del hombre!      
    Antes que una lección se tata de una revelación. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Dios no solo se hace hombre, sino que se postra a los pies del hombre. Y ese Dios postrado es Jesucristo. Ésta es la  “caída” más importante de la historia: la de Dios a la tierra, y a los pies del hombre. Y esta es la caída que levanta al hombre de sus caídas, que nos levanta de nuestras caídas.
    ¡Dios a los pies del hombre! ¿Es creíble un Dios así? En todo caso es un Dios en una postura molesta e incómoda. Porque ahí se está produciendo un cambio de valores y de posiciones como nunca antes había ocurrido en la historia. Y un cambio obligatorio, porque quien no entra por ahí, “quien no se deja lavar así, no tendrá parte conmigo”; y quien no lave los pies así, no está adoptando una postura cristiana.
    “Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor...” (Jn 13,13) ¿Pero no será pedir demasiado? Quizá. Nosotros reivindicamos derechos, a veces históricos, para, de alguna manera, poner a los demás a nuestros pies. Ahí tenemos a Dios a los pies del hombre, lavando los pies de la historia humana, limpiando el barro de tantos caminos equivocados. Contemplemos la escena y dejémonos redimir y evangelizar por su gesto.
    La tarde del Jueves Santo nos invita a dirigir la mirada al cenáculo, donde Jesús imparte lecciones profundas y decisivas; nos invita a tomar asiento en torno a aquella mesa en la que se originó la primera eucaristía, que nos habla del amor de Dios hecho presencia y entrega, y que nos urge a  recrear en nuestras vidas esas actitudes.
    Porque Cristo pan, nos urge a compartir el pan; Cristo solidario nos urge a la solidaridad fraterna; Cristo compañero de camino nos urge  a no dar rodeos en la vida para evitar el encuentro con el otro y su dolor. Por eso otro tema fundamental del Jueves Santo es el del amor fraterno. La eucaristía sacramento del amor de Dios al hombre y debe celebrarse en esa atmósfera, y un amor encarnado.
     Y hay un tercer elemento a  considerar en esta tarde: Dios ha querido ponerse en manos de los hombres, ha querido encarnar la salvación. Hoy se celebra la institución del ministerio sacerdotal. Una invitación a los sacerdotes a ser, y a todos a ayudarles a serlo, sacerdotes santos, transparencia de Jesucristo, poseídos por el amor de Dios y la vocación del servicio evangélico a los hombres.  Todo esto y mucho más sugiere la tarde del Jueves Santo.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cómo participo de la Eucaristía?
.- ¿Siento las urgencias del amor de Cristo?
.- ¿Cómo las traduzco en la vida?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap

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